José Juan Cervera
Entre la diversidad de expresiones que adoptan las obras literarias, algunas de ellas muestran con claridad las fuentes autóctonas que inspiran su contenido, incluso sin negar las pautas de origen foráneo que inevitablemente se hacen presentes en él, porque la tradición universal se recompone en afluentes que nutren las identidades vernáculas. Esto vale para los temas, los motivos y las atmósferas que marcan y definen los textos producidos en cualquier lugar del mundo.
Concurren circunstancias sumamente significativas cuando alguien recupera información que muchos conocieron en tiempos pasados y que hoy unos cuantos llegan a desempolvar, con riesgo de descartarla a la vista de estímulos más cercanos. Pero aquél que se detiene a escudriñarla a la luz de su experiencia y de su reflexión, apreciando la riqueza que trae consigo, encuentra materiales idóneos para edificar recintos en que el pensamiento y el arte sientan sus reales sin imposturas cognitivas.
Roldán Peniche Barrera es autor de varios libros que abarcan distintos géneros; en todos ellos la cultura yucateca se exhibe señera y profusa en la recreación de prácticas tradicionales, creencias y episodios históricos imbuidos de una fuerza que desencadena el sentido de pertenencia a un suelo que él conoce muy bien en sus manifestaciones más vivas y duraderas, sin excluir la asimilación de influencias externas que siempre se dejan ver en las disciplinas artísticas y en las acciones cotidianas.
La dosificación argumental de nociones míticas y hechos históricos hacen de la novela Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno (Mérida, Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2014) una obra que desdeña el ornamento superficial de figuras tradicionales para asumir, en cambio, el ejercicio brillante del principio integrador de la sustancia antigua y la conciencia revitalizada desde la perspectiva de su significado actual.
El héroe mira de frente su destino con los recursos de que lo provee la guía esmerada de seres respetuosos de las fuerzas divinas, pero resiente los defectos de un carácter que elude su responsabilidad de conocerse a fondo y, como resultado inmediato, pierde de vista el camino para elevarse en la jerarquía del linaje espiritual que alguna vez aspiró a encarnar.
Lo que arruina al personaje central hasta sus últimas consecuencias no son los poderes oscuros de la deidad demoníaca que incita su repulsión sino la arrogancia que anula su personalidad, pese a vislumbrar la vía de superación que le revelan sus tutores. El sino fatal inscrito en los códices arrastra el peso de un vaticinio que culturalmente define límites sociales pero, en el plano individual, el albedrío valorado con criterios modernos ofrece un estrecho margen para remontarlos.
El maestro Peniche Barrera incorpora giros del lenguaje coloquial y referencias que describen costumbres de la vida de hoy en el desarrollo del relato, por ejemplo, cuando dice que “si algo chiflaba a los mayas era festejar”, y cómo en el banquete a que da motivo un enlace matrimonial, los concurrentes tenían “barra libre” a su disposición. Un juicio extraviado podría reprobar estos pasajes por contravenir una hipotética esencia de los tiempos evocados, pero que en realidad ayudan a los lectores a comprender los enfoques sugeridos en la trama.
Entre tantas peripecias, la memoria del héroe perdura empañada en los ojos de su pueblo, llevados a mirarlo de una forma inesperada. Y con todos estos elementos, la narración resulta elocuente y gozosa.