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La Magia de Compartir

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La Magia de Compartir

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“No comparto porque me sobre;

comparto porque no tengo,

y porque sé lo que se siente no tener…”

Diciembre de 2015

La noche antes de la entrega, reunidos en mi casa, seleccionamos y dividimos los juguetes, afinamos los detalles, empacamos, todo como cada año, emocionados por poder continuar con una labor que tanto nos llena, que tanto nos nutre.

Llegó el día esperado. Aparecimos con una buena carga de juguetes y despensas, esperando llenar de alegría los rostros de cientos de niños. Ese mismo día, al finalizar la repartición, al retirarme del lugar, las lágrimas se apoderaron de mí. Durante todo el camino de regreso a casa no pude contener las lágrimas, la sensación de impotencia, esa sensación que me dejó decirle a una criatura “ya no tengo más juguetes”, aquella que me dejó aquella otra que me dijo: “Señor, quiero ese trompo, no me importa que esté roto.” Muchas frases retumbaban en mi cabeza, frases que me hacían pensar que habíamos fracasado, que los habíamos defraudado. Me sequé las lágrimas y continué mi camino, haciéndome el propósito de que esto no nos volvería a pasar.

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Sábado 10 de diciembre de 2016

La noche antes de la entrega nos encontró de nueva cuenta seleccionando, dividiendo y empacando. 3 de la madrugada: a cerrar un rato los ojos y prepararse para el día 365, sí, el día que planeamos y trabajamos los 364 anteriores, el día de intentar colocar de nuevo sonrisas en niños que tienen pocas oportunidades.

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Domingo 11 de diciembre, 7 a.m.

Un nuevo capítulo comenzó de la historia que hace 24 años la señora Ignacia Elena Pech, que en paz descanse, coordinadora del grupo de asistencia social “San Vicente de Paul”, y catequista en la parroquia de “San Vicente de Padua”, inició con una labor altruista, ayudando a niños y personas de la tercera edad.

Llegó el momento de la verdad, compartimos con las personas de la tercera edad el desayuno, un apoyo con mercancía y despensas. Pero, sobre todo, proporcionamos compañía, y un momento de cariño y felicidad, algo que tanto escasea en estas fechas.

Al día de hoy continuamos esta noble labor. Los que formamos parte de este gran equipo que se ha formado, sabemos las cosas que hemos visto y que hemos pasado; cada quien tiene una razón para formar parte; cada quien tiene su historia. Al pesar del paso de los años seguimos juntos, motivando a que más gente se sume, más personas se sensibilicen con nuestra causa, que la adopten como nosotros lo hemos hecho. Nos las hemos visto negras. Sin embargo, siempre hay una luz que logra que salgamos adelante.

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Después del desayuno, nos preparamos para dirigirnos a San Antonio Xluch III. “Estamos listos,” me dije a mí mismo.

En punto de las 10:30 de la mañana, en la calle 179 entre 96 y 98, nos instalamos con juguetes, ropa y dulces, mejor organizados, con mayor número de obsequios. Un gran número de niños se dejó llegar, y la entrega comenzó.

Aún recuerdo hace muchos años, cuando no contábamos con el apoyo que actualmente tenemos, las penurias y carreras para completar la meta de cobertura de niños que nos habíamos trazado. Actualmente, gracias al apoyo de personas, amigos y gente que se ha sumado – el Centro de Formación Integral Monarca, que desde hace varios años nos apoya en colaboración de los pequeños que desde muy corta de edad se les inculca en su formación el valor de compartir, a sus maestros, sus directivos; el señor Carlos Moreno Magaña, el señor Salim Alcocer Lixa, el periódico “La Verdad Yucatán”, los cuales apoyaron en este año – pudimos atender a más de 300 niños.

Risas, sonrisas y un gran trabajo en equipo es lo que hizo posible que se generaran esas tan preciadas sonrisas, esos pequeños detalles que se lograron repartir a todos y cada uno de los niños que llegaron.

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Aquellas lágrimas del año pasado se convirtieron en sonrisas, en alegría y festejo.

Estoy muy agradecido con todos, con cada una de las personas que apoyaron el logro de este objetivo, con todos aquellos que, sin recibir nada a cambio, ofrecieron su tiempo, su ayuda, su apoyo, haciéndonos sentirnos que no estamos solos, que hay gente que siempre quiere apoyar.

El evento concluyó a las 2 de la tarde, pero no nos movimos del lugar hasta que los niños dejaron de llegar.

Todo fue un éxito: cientos de sonrisas fomentaron la sensación de satisfacción que nos deja un año más; el dolor de pies, el cansancio y el sol, realmente todas son sensaciones que valieron la pena.

El espíritu navideño reside en compartir. No me considero una persona que se emocione con estas fechas. Sin embargo, desde que formo parte de este gran proyecto mis navidades han adquirido un mejor sentido, y de la mano de cientos de niños y gente de la tercera edad he descubierto el valor de la fecha, he vuelto a creer que el mundo puede cambiar, que aún quedan esperanzas porque hay gente buena. Millones de niños, de adultos, se encuentran inmersos en un mundo difícil, pero siempre podemos sumar esfuerzos por ellos, y para nosotros mismos.

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Aprovecho estas líneas para agradecer, porque realmente me siento muy pleno, muy satisfecho, aunque inconforme. Sí, inconforme porque aún queda mucho camino por andar, mucha gente por la cual luchar, por la cual vivir.

Mientras el amanecer me lo permita, ayudaré desde mi trinchera con un granito de arena, junto con mis amigos y todo aquel que quiera sumarse, a ofrecer una mejor navidad, una mejor calidad de vida a todo aquel que lo necesite.

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Durante el camino de regreso a casa en esta ocasión no hubo lágrimas. Solo el delicioso cansancio que deja haber logrado darles un poquito de lo mucho que ellos necesitan. A cambio nos llevamos el invaluable recuerdo de cada carita sonriente al recibir un presente, ese recuerdo que nos acompañará y nos impulsará a seguir hacia adelante.

La sonrisa de un niño no tiene precio.

¡Gracias por ayudarnos a ayudar!

Isaías Solís Aranda

yahves@gmail.com

 

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