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La Liga Peninsular de Béisbol

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Remembranza

ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA

Después de vivir 8 años en el Distrito federal, hoy Ciudad de México, y vivir dos años en Monterey, volví a mi sitio natal, Mérida. Era para mí una nueva vida, diferente a lo vivido en la infancia. Mérida me recibió con las puertas abiertas de la Escuela Secundaria “Adolfo Cisneros Cámara”, donde cursé mis estudios medios; luego el Bachillerato en Ciencias en la Universidad Nacional del Sureste.

Todo era nuevo y diferente a mis primeras experiencias: aquí tuve mayores libertades y fuentes de aprendizaje de primer orden, a pesar de que había mamado cultura desde mi nacimiento por el esmero de mis padres y mi tía abuela Felipa, que viajó a México para ayudar a mi madre en mi crecimiento y educación. De ahí mi gusto por la música, ya que en casa de mis bisabuelos en Mérida se sostenía una Orquesta de Cámara: la tía Felipa era cellista, Margot pianista, Alicia violinista, y mi madre tocó primero violín y luego piano.

En la vejez, cuando mi hija quiso aprender a tocar guitarra, mi madre, con solo escuchar las clases, dominó ese otro instrumento y le dio tiempo a la composición. Acompañada de guitarra, escribió música para cada uno de sus nietos.

El gusanito del deporte me atrajo y Don Rafael García Comas, encargado del Estadio “Salvador Alvarado”, una tarde tomando café y té en mi casa, me dijo: “Cuando quieras ir al béisbol, vas al Estadio; yo te doy un boleto para el gallinero” –así le llamaban a una caseta de madera y lámina detrás del home. Ahí se trasmitía por radio el partido, así que me aficioné al juego de pelota, como decimos los yucatecos.

El Campo Deportivo “Salvador Alvarado”, donde jugaba béisbol la Liga Peninsular en los años cincuenta.

Nos remontaremos a la Liga Peninsular de Béisbol, “LPB”, una liga de prospectos locales para los equipos de la Liga Mexicana de Béisbol. Jugaban en los meses de octubre a diciembre, en sus primeras temporadas en los estados de Campeche y Yucatán. En mis recuerdos los equipos eran los Pericos del Mérida, los Tiburones de Progreso, los Cardenales de Motul, Estrellas Yucatecas y Piratas de Campeche.

Dada nuestra cercanía con Cuba, por barco o en los aviones DC3 de Mexicana de Aviación, los equipos se fortalecieron con peloteros cubanos, siendo Yucatán el lugar donde vimos jugar a tantos jugadores que de la Liga Peninsular pasaban a las Ligas Mayores, como Roberto Ortiz, Sandalio “Potrerillo” Consuegra, el manejador Ramón Bragaña, Cuco Toledo, Julio Pérez Azcuí, y tantos más que le dieron gran prestigio al beisbol de Yucatán.

Los peninsulares no se quedaban atrás. Puedo decir que eran tan buenos como los cubanos los hermanos Burgos “los Iches”; los hermanos Montañez de Motul, Zacarías Auáiz, el “Pelele” Cáceres, entre los más destacados; los juegos en que participaban eran lo mejor de la pelota yucateca.

En esa época, el Estadio Salvador Alvarado era rincón favorito no solo para ver los juegos de beisbol profesional, sino por el recuerdo de mis maestros de deportes en el mismo: Natalio Sanguino, mi entrenador de pista para los 100 metros planos y en la cuarteta de 4X100 de la Universidad, integrada por Carlos Ro Fajardo, Fabián Castilla, el “Zorro” Ceballos y el que escribe;  el maestro René Pech me enseñó a nadar y me hizo competidor en 100 metros libres; Felipe “Pillo” Domínguez y el “Dzol” Peraza me enseñaron los secretos del frontenis, que tanto me sirvieron en Quintana Roo; y Ramón “Caoba” Pérez, entrenador y campeón cubano de boxeo, me preparó para el primer torneo de box amateur en el Circo Teatro Yucateco.

El beisbol nunca lo practiqué, lo mío fue el sóftbol, en el Centro Deportivo Bancarios. Jugué como corredor de bases por mi velocidad, y corría como emergente de mis compañeros que por edad eran lentos. Entraba a robar bases o, con un fly o hit, podía anotar carreras. Siempre fui corredor y no jugador de base.

Ahora, con 88 años, veo las Ligas Mayores por televisión, y siguen siendo mis equipos los Yanquis, Dodgers, y últimamente los Astros, por ser a los únicos que he visto jugar en el Astrodome de Houston con mis primos Acosta que residen en Texas. Mi primo Rafael Acosta tiene acciones en ese equipo; en todas mis visitas a Houston, mi tio nos llevaba a verlos jugar.

En Cuba solo he visitado el estadio de La Habana, junto a la Universidad, a ver con el Dr. José Loyola, o con Humberto Rodríguez Manso, algún juego de  Capitalinos de La Habana contra “Orientales” de Santiago de Cuba y “Cañeros” de Cienfuegos.

Me agrada el béisbol, lo entiendo y disfruto, pero en Cuba mi tiempo se reparte entre la cultura, historia y música antillana. Sigo agradeciendo a Don Rafael García Comas su gentileza de permitirme estar en esos juegos cuando el Estrellas Yucatecas era mi equipo favorito, y tomar un granizado en la refresquería en ”Los Tres hermanos” –de familia poblana radicada en Mérida– a las puertas del Estadio.

Otras épocas, otros jugadores, cuando Mérida era la blanca, tranquila y culta ciudad que fortaleció mis lazos culturales. Abur.

El béisbol yucateco tenía sus propios jugadores del patio, los refuerzos vinieron de Cuba y saltaban a las Ligas Mayores.

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