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La letra del espíritu

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Letras

Ermilo Abreu Gómez

Cómo escribía Leibniz

Leibniz no tenía biblioteca. Y si la hubiera tenido alguna vez, de nada le habría servido. Leibniz leía –libros, cuadernos, apuntes– armado de una tijera. Y tijera filosa, según cuentan sus biógrafos. No tomaba notas ni copiaba línea alguna; con su tijera, tan sosegado, cortaba lo que apetecía; el recorte lo ponía en su armario y lo demás del libro ¡el libro entero! Iba a parar a la basura. Y así fue uno de los más grandes sabios de su época.

Cómo leía Eduardo Benot

Don Eduardo Benot no podía leer sin tener a la mano un lápiz bien tajado. Los que han examinado los manuscritos que dejó, se asombran de las notas, de las finísimas observaciones que escribió al margen de las páginas que leyó. Pero cuando don Eduardo escribía, no consultaba ni los libros de su biblioteca ni las notas que había tomado. Todo, al menos en apariencia, salía fácilmente de su prodigiosa cabeza.

Identidad de las artes

Contemplar un cuadro, oír una sinfonía s lo mismo que leer una obra literaria. El arte es idéntico para el alma. A ella llega el misterio que supo manejar el artista; misterio que es difícil de analizar pero que pudiera ser el conjunto de un equilibrio, de una armonía, de una composición, de un no sé qué, capaz de dejarnos con sabroso y doloroso desasosiego espiritual.

Música y silencio

Hay prosas que nos llegan al oído y allí dejan su virtud estética. Otras hay que pasan bajos nuestros ojos llenándolos de luz o de sombras que guardan el milagro de su silencio. Cada una tiene su valor; no es cosa de preferir una ni de excluir a la otra.

El equilibrio

Sin saber cómo, ansiamos vivir en equilibrio. Existe un equilibro físico que se refleja en la salud, o existe otro que podemos llamar espiritual. Éste nos lo revela una obra de arte.  La obra de arte –la más primitiva, la más serena o la más retorcida­– lleva consigo la raíz de su equilibrio. Éste es contagioso, y contagiados lo vivimos y lo gozamos. Éste es el placer estético.

La Regla de Oro

La Regla de Oro es una ciencia que descubrió la intención estética de los artistas. Sin conocerla racionalmente, la supieron aplicar en sus obras. Apolodoro sabía distribuir las luces y las sombras. ¡No en vano venía de Grecia! Los técnicos modernos han descubierto la aplicación de la Regla de Oro, por ejemplo, en La Piedad, de Miguel Ángel, y en La Virgen de las Rocas, de Leonardo. Toda la Regla de Oro se basa en establecer un eje vertical a cuyos lados se sitúan las masas o las figuras.  Su identidad revela simetría; la compensación produce el equilibrio. Se dice entonces: la parte pequeña es a la parte mayor lo que ésta es al todo.

Esta ley de las proporciones, que es el arte de la composición, puede descubrirse y estudiarse también en las obras literarias. Se advierte, con claridad, en las Coplas, de Manrique, El estudiante de Salamanca, de Espronceda, y en la vasta y compleja narración de El Quijote, de Cervantes.

Al cerrar una obra nos queda la sensación de haber contemplado el milagro de la composición estética.

La naturaleza y sus leyes

El hombre intuye y establece las leyes de todas las artes.  Pero a poco que observemos estas leyes vamos descubriendo las que ya estaban establecidas por la Naturaleza.  No hay nada en la naturaleza dispuesto al azar. Los griegos lo sabían. Pitágoras lo sabía mejor que nadie: que el número lo gobierna todo. El artista, cuando realiza su obra, no hace sino interpretar la eficacia estética de ese número. Por eso, la técnica de cualquier arte no es limitación sino todo lo contrario, es la más absoluta liberación. La técnica facilita el camino de la expresión. La poesía es puro armonioso vuelo del alma.  El alma es todo movimiento dentro del equilibrio del ser.

Dibujo, color y composición

Los pintores y sus críticos saben lo que significan estas palabras para el arte de la pintura. Son los valores esenciales de la obra de arte. Sin ellos no se podría construir un cuadro. Sobre la importancia o primacía de alguno de estos valores se suele discutir. No es cosa concluida ni hace falta llegar a un acuerdo absoluto.

Pero si nos detenemos a pensar en estos elementos respecto de la prosa –y es claro que también respecto del verso– podemos observar útiles relaciones. El dibujo es como la oración o la frase, el mecanismo de la sintaxis; el color es el vocabulario, las palabras que se seleccionan y se conjuntan; y la composición es la armadura del discurso en su más alto sentido, según se trate de una novela, de un cuento o de una comedia. Se verá entonces que los tres índices expresivos se coordinan para obtener un todo placentero o estético.

El dibujo y los pintores primitivos

Los artistas que pintaron en las cuevas de Altamira sólo conocieron el dibujo. Con el dibujo dejaron asombrosos animales en reposo o en movimiento.

El escritor primitivo, el que apenas sí se valía de la masa oral, debió formar sus primeras líneas expresivas con la seguridad de los valores esquemáticos de la oración: el sujeto y el predicado. Dejó poco, pero lo poco que dejó era todo lo que guardaba en el alma.

Cuando se dice que en el principio fue el verbo –la palabra– se quiere decir la emoción, el núcleo del idioma.

La línea del dibujo

La línea del pintor y la oración del escritor son capaces de revelar la esencia de sus más recónditos espíritus. Está ahí, en su débil elemento, la fisonomía de un espíritu.

La lección de Sthendal

No recuerdo dónde leí esta admirable lección de Sthendal. El maestro escribió: “Yo escribo en lengua francesa, pero no en literatura francesa”. Tan clara observación debieron tenerla en cuenta los literatos –como Rodríguez Larreta, Juan Montalvo, Ricardo León y Valle Arizpe– que se ocuparon en seguir y remedar los modelos clásicos de los siglos XVI y XVII. Olvidaron que estos clásicos escribieron con el oído puesto en los labios de la gente que los rodeaba. Así escribieron el autor de El Lazarillo de Tormes y Santa Teresa. Todo lo demás es un juego retórico.

Ingres y el dibujo

Ingres que tuvo fama de conocer muy bien el mundo del arte de la pintura, llegó a decir: “El dibujo representa las tres cuartas partes de la pintura.” Sabía lo que decía, pues el dibujo es el esqueleto, la armazón del edificio del cuadro. Lo propio podría asegurarse del dibujo de la prosa. La sintaxis, la trabazón lógica y espiritual de una frase, constituyen el punto de apoyo de cualquier expresión literaria.

La pintura primitiva y el dibujo

No hay necesidad de ser erudito en achaques de pintura primitiva. En las pinturas que se conservan en las cuevas de Francia y de España se observa que las pinturas de animales y de hombres están realizadas exclusivamente por medio del dibujo. El dibujo capta y expresa la figura. El artista, si acaso, se atreve a colorear el espacio que limitan las líneas. El dibujo, pues, es la génesis de las artes pictóricas. Así la sintaxis, el pensamiento ordenado, son el principio de cualquier expresión literaria.

Las líneas y las oraciones

Los que saben de la teoría del arte suelen expresarse así: “La línea horizontal tiene un espíritu de tranquilidad, de reposo; la inclinación hacia abajo supone melancolía y tristeza; la quebrada encierra un trance de violencia.”

Esto mismo lo descubrimos en la formación de las frases. Una frase directa capta una idea lógica o racional; una inversa indica duda, titubeo.

Gracián y Quevedo son ejemplos que no reclaman explicación alguna.

El arte y su origen

Una vez dije que la expresión literaria bella debe responder a una esencia, a una cosa también bella. Recuerdo que en Nueva York vi el cuadro de Van Gogh que se llama Los zapatos viejos. Esto me hizo cambiar de idea. Ahora pienso (así debí de pensarlo antes) que el arte es la transfiguración del objeto que se contempla. Así sea bello, o feo o deleznable. El poeta convierte en poesía lo que toca con sus manos. A lo mejor ahora estoy en lo cierto. Todo cabe en lo posible.

Las influencias literarias en Inglaterra

Los historiadores de la literatura inglesa han señalado un hecho que bien merece la pena recordarse. Entre nosotros los hispanoamericanos las influencias europeas me parece que resultan ostensibles, hasta es posible rastrearlas con claridad en ciertos autores. En la literatura inglesa –pongamos por caso en el periodo romántico–, las huellas –de origen alemán y francés– se esfuman o se pierden ante la fuerza de la tradición insular. No es fácil burlar la raíz de un país con tan largo pasado. En Inglaterra, como en los países viejos, el pasado no es lo pasado –que una vez fue presente–. Lo pasado, en realidad, es parte del presente.

La flor, el fruto y la sombra

La flor, el fruto y la sombra de los árboles me recuerdan lo que ofrece el idioma. Si la flor es cosa del corazón, el fruto es cosa de la mente, del pensamiento y la sombra es el milagro, diríamos invisible, de la gracia y de la gravedad del idioma. Bajo aquella sombra se adivina que la palabra, su ritmo y su aire son ya una forma de la belleza. Tal es la sombra que nos cobija cuando leemos a Cervantes.

 

Diario del Sureste. Mérida, 30 de agosto de 1970. Suplemento cultural núm. 867, año XVII, pp. 1-2.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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