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La legión romana

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Letras

Alfonso Díaz de la Cruz

Hace ya casi tres semanas que a la casa de la esquina, la que estaba en renta, se mudó una legión romana.

No estoy hablando de un apodo, de ninguna secta ni de un grupo de personas que estuviesen ensayando para una obra de teatro, preparándose para una película, o alistándose para una fiesta de disfraces; cuando digo que se mudó una legión romana me refiero, en efecto, a eso: a que un grupo de poco más de cinco mil efectivos romanos, ataviados con sus galeae, sus pila y sus scutum, así como de sus características sandalias, se instalaron en la casa de la esquina y comenzaron sin demora alguna, tras apostar sendos estandartes a cada costado de la puerta de entrada, a realizar diariamente ejercicios de entrenamiento físico bajo una férrea disciplina que se extiende hasta casi la medianoche, hora en que salen a marchar por todo lo largo de la calle hasta perderse al final de la misma.

No sé con exactitud a qué hora regresan pues, al final, termino por caer rendido debido a la fatiga de mi faena diaria, y cuando despierto ya se escucha de nueva cuenta el trajín en el interior de la casa, ahora cuartel general.

Sin embargo, para nada es cómodo despertarse a medianoche con la marcha uniforme (insisto en que la disciplina que tienen es perfecta) de casi diez mil pies avanzando por la calle; razón por la cual, anoche, en un exabrupto derivado del mentado cansancio, a mitad de la noche y de su marcha, salí de casa muy molesto para exigirles el silencio y el respeto al sueño vecinal que todos merecemos.

“¡Ave, César!” me saludó uno de los centuriones al reparar en mí, siguiendo el saludo convencional. Yo, enemigo abierto como soy del sistema republicano, aunado al hecho de que me encontraba molesto puesto que habían interrumpido mi sueño, no sólo ignoré el saludo, sino que les menté la madre, profiriendo improperios dirigidos al centurión, a los legionarios y al mismísimo César y su triste estampa.

Sobra decir que me apresaron al momento.

Es en exceso increíble y sorprendente la cantidad de celdas subterráneas con las que cuenta la casa de la esquina, esa que estaba en renta…

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