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La invocación de Remedios Varo

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Artes Plásticas

Existe una obra peculiar de Remedios Varo intitulada La invocación cuya imagen se puede consultar en el catálogo razonado de la pintora.

En esta pieza de 1963 -año en que murió la artista-, vemos a una niña pequeña con un cuerno de caza en la mano izquierda y, en la mano derecha, una esfera que recuerda una manzana. Detrás de ella se yerguen varios personajes del doble de su estatura, cuyo carácter hierático evoca divinidades de la Europa precristiana, aunque su vestimenta, en la que predominan los tonos rojizos y marrones, parecieran situarnos en el barroco, quizás más precisamente en el barroco virreinal.

El título de la obra permite inferir que estos entes han sido invocados por la pequeña, por arte de magia, en medio de la cueva en que se encuentra. Sin embargo, una mirada más atenta nos hace comprender que no se trata precisamente de una gruta, sino de un escenario.

En efecto, el piso liso sobre el que está de pie la pequeña -a quien, por cierto, sería difícil no identificar con la propia Remedios– sólo podría ser un tablado. De igual manera, lo que en un primer momento tomamos por las paredes de la gruta son en realidad bastidores que las simulan.

Que todo el asunto de la obra sea en realidad una puesta en escena nos hace entender que tanto las apariciones divinas, como la niña que las invoca, son los personajes de una trama cuyo espectador es el mismo que contempla la obra.

Todo ello confirma la impresión primera que nos hizo identificar la pieza con el Barroco, pues pareciera remitirnos intencionalmente a nociones propias de este periodo, como las del “mundo como teatro” o theatrum mundi. Resuenan en nuestra mente los famosos versos de Calderón de la Barca que nos recuerdan: “que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.” Se trata de una temática pretérita, sin duda, pero también muy afín a los postulados del Surrealismo.

Al respecto, la niña del tablado luce un peinado esponjoso que parece mezclarse con la espuma petrificada en la que se asoman las entidades o divinidades invocadas, al fondo del escenario. Con ello, la artista pareciera subrayar el lazo que estas divinidades, soñadas o no, tienen con la mente de la pequeña.

Si bien esto pone en evidencia el aspecto demiúrgico de la artista, también parece apuntar a la noción, hoy mal querida, de “inspiración”, aun si los entes invocados por la pintora son de género masculino y poco tienen que ver con las musas de Homero.

Cabe decir que la característica “esponjosa” del fondo donde aparecen las divinidades es en gran parte lo que nos hace imaginar que la escena se desarrolla en una cueva. Sin duda, esta ambigüedad entre lo natural y lo artificial (en tanto producto del arte) nos remite a las grotte manieristas del Cinquecento italiano, como las de los jardines Boboli, cuyas paredes simulan las concreciones calcáreas que se forman, por efecto de la humedad, en las grutas naturales. Según Philippe Morel, en muchas de estas grutas se recurría, precisamente, a las piedras llamada spugne, de misma naturaleza calcárea para poder llevar a cabo tal simulación.

Al respecto, vale la pena citar a este último autor quien, al referirse al conjunto de las grutas artificiales del siglo XVI en Europa, nos dice: “la simbiosis de la tierra y del agua, el lodo solidificado, las “congelaciones” de agua petrificada que cubren en parte las paredes que chorrean de las grutas, el agua goteando de las estalactitas por la voluntad del artista: todo ello funciona como una verdadera puesta en escena de la generación de la naturaleza mineral. En esta ‘matriz de la tierra’ que la gruta representa, es la natura naturans que se exhibe en pleno estado de gestación.”  (Les grottes maniériste en Italie au XVIe siècle, p. 37. La traducción es mía.)

Sería demasiado laborioso tratar de explicar aquí como esta inesperada relación entre La invocación de Remedios Varo y las grotte manieristas se puede relacionar con la problemática de la creación artística y la creación natural. Está claro, sin embargo, que se trata de una temática afín a los intereses de la pintora manifiestos en algunas de sus obras más conocidas como El alquimista (1955) o La creación de las aves (1957).

No nos queda más que recalcar cuán manierista y barroca aparece de pronto esta obra surrealista cuando, en principio, sólo debería de analizarse dentro de los parámetros del arte moderno. Queda pendiente la pregunta: en este guion que seguimos todos, ¿quién es el creador y quién la creatura?

ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU

garciabrosseaue@gmail.com

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