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La Herencia

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Editorial

Hace seis años, el actual presidente se encargó de anunciar que “recibía un país en paz y con economía sólida” de manos del saliente Enrique Peña Nieto. Muchos de nosotros interpretamos la declaración como un “no te preocupes, Enrique”, lo que se comprobó en este larguísimo sexenio de saliva y gastos inexplicables al escapar este nefasto personaje priista de la justicia, a pesar de la magnitud de la Estafa Maestra y de otros atracos a las arcas nacionales.

La remembranza viene a colación cuando observamos la herencia que el tabasqueño transfiere a la Dra. Sheinbaum. A la evidente división social, la militarización jugando un rol para el que no fue diseñada, la inseguridad desbocada, la economía agobiada por esos barriles sin fondo que resultaron las obras “insignia” del sexenio aún no terminadas, ahora la tormenta que se avecina se asocia a los anunciados cambios en el Poder Judicial de la nación, aunados a la probable sobrerrepresentación en la asignación de curules en la Cámara de Diputados al partido morenista, no como consecuencia de la votación sino por ajustes entre coaliciones.

Son ahora los principales socios comerciales internacionales, analistas financieros nacionales y extranjeros, e infinidad de organismos que manejan datos duros los que alertan de las consecuencias de regresar a los hegemónicos tiempos del partido tricolor y, sobre todo, de trastocar el orden judicial con ideas tan extravagantes como elegir al Poder Judicial a partir del voto directo de los ciudadanos o por medio de una rifa, sin olvidar la cancelación del derecho de amparo.

La fortaleza del peso se ha resquebrajado desde el anuncio del presidente de los cambios indicados: de poco más de 16 pesos por dólar, el día de hoy la cotización cerró a 19.5 pesos por dólar. A nivel local, basta hacer una rápida visita al mercado para enterarse del precio de los limones, los jitomates, los comestibles, y cuestionar si en realidad tantos aumentos salariales han logrado compensar la escalada de los precios.

Consideremos la deuda en dólares que esta administración contrajo, fuera por pagar a los inversionistas las cancelaciones de las obras emprendidas por el sexenio de Peña Nieto (el aeropuerto de Texcoco, la mayor de ellas), para alimentar el AIFA, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, o para sostener los programas sociales que regalan dinero a personas de la tercera edad y a “jóvenes” que ni estudian ni trabajan: cada vez que el peso pierde terreno ante el dólar, el monto de la deuda aumenta en la misma proporción.

Cierto es que muchas de las estructuras e instituciones existentes necesitan modificarse para dar un mejor servicio a los que las mantienen, los ciudadanos; esto es lo rescatable de la idea. Sin embargo, intentar una cirugía mayor sin tomar en cuenta los signos vitales del paciente, sin la adecuada preparación y análisis, es una receta garantizada para mayores problemas. Esto es lo que muchos observamos con preocupación.

No, la presidenta electa no recibe un país en las mismas condiciones que hace seis años. Si bien hace una semana apelábamos a la serenidad, ahora lo hacemos por la sensatez. El incitador de estos cambios ya se va. Nosotros, y nuestras familias, deberemos afrontar las consecuencias de sus “ideas”.

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