Letras
José Juan Cervera
La mirada esparce enseñanzas y revelaciones en el bullicio de la vida, tendida como puente que une la curiosidad y el sentimiento, la experiencia adquirida y el deseo de escudriñar fuera de las fronteras de lo inmediato. Brilla en el repertorio sensorial que hace germinar la inventiva en dones de fresca realización. La ciencia y el arte adoptan estos procedimientos, pero también se valen de ellos la cultura popular y los bienes que prodiga todo encuentro creador.
La memoria concurre en la formación de vivencias profundas, porque desgrana sus registros en un orden que multiplica la fuerza de sus lazos para remontar límites, iluminando el ritmo de los ciclos que fluyen en el universo. Desde su fondo caprichoso, despuntan moldes que prefiguran trazos de madurez precisa para discernir legados que llegan a recibirse, algunas veces, como signo de desprendimiento involuntario, pero éstos también acarrean valores que mueven a rastrear sus orígenes.
Un hecho cuya singularidad incita la imaginación es el que relata Javier Flores en su artículo “¿Se producirá el milagro?”, publicado en el diario La Jornada el 20 de diciembre de 1993. En él expone el hallazgo de un álbum de fotos antiguas abandonado en una azotea. La figura central de ellas es Alfonso Sagarminaga, músico como Rafael Catana, descubridor del ajado volumen. A semejanza de un puñado de piezas en busca de nuevos marcos significativos, el conjunto de imágenes pasa por varias manos hasta llegar a las páginas de la revista Zonas en que su editor, Fabrizio León, brinda una muestra de las fotografías lanzadas a la deriva del tiempo que sobrevive en sus fragmentos.
Gracias a que las fotos guardan anotaciones y fechas de acontecimientos específicos pudo saberse algo acerca de las acciones que protagonizó Sagarminaga y de su relación con otras personas, en contextos familiares, amistosos y recreativos. Los indicios sugieren que vivió entre 1913 y 1964, con una trayectoria profesional de la cual dan fe algunos recortes de periódicos insertos en el álbum, referencias que cuelgan como cabos sueltos en una superficie accidentada.
En su texto periodístico, que ya suma tres décadas, el reconocido divulgador de la ciencia evoca los rastros de una vida fracturada e incógnita que cobró nuevo aliento porque los vestigios de su recuerdo subsisten conducidos por el azar. La curiosidad cotidiana y sus variantes intelectuales admiten la identificación afectiva por radicar en ella, aun sin juicios explícitos de por medio, una tendencia a proyectarse en el prójimo, debido a que la existencia humana es un proceso que transcurre siempre en compañía, en trance de asumir desafíos y dejar constancia de ellos.
Las palabras con que Javier Flores remata su artículo arrastran una noción de misterio y envuelven la expectativa de hallar eco en alguien más que pudiera dar noticia firme del hombre allí evocado y de sus vínculos característicos, porque la memoria es un bien que se preserva en comunidad: “Las fotografías presentan a Alfonso pero también a otras personas que pudiesen reconocerse en ellas, en este álbum perdido, robado o abandonado, desde el que Alfonso deja escapar las notas de su órgano en una búsqueda mágica queriendo llevar el álbum a las manos de alguien que lo reconozca y se reconozca a sí mismo. ¿Se producirá el milagro?”
De 1993 a la fecha actual, acaso algunas señales permitan aclarar las conjeturas de inicio, si se emprende un nuevo acopio de datos que arrojen un poco de luz sobre una presencia ensombrecida. Con mejores recursos técnicos y con formas de comunicación más ágiles, mediante registros genealógicos de fácil acceso y al influjo vertiginoso de las llamadas redes sociales, lo que antes parecía incierto y poblado de lagunas puede haberse convertido ya en conocimiento cercano de los perfiles intuidos. Así podría saberse más acerca de quien selló en testimonios visuales un jirón de sus afectos, con ánimo de desentrañar el arcano siquiera en sus aspectos básicos. Entonces sería menos aventurado aceptar que los parajes baldíos de la memoria vuelven a florecer, cumpliendo el milagro que el científico divulgador anhela con la vehemencia de su sensibilidad de artista.