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Letras
Rosario Sansores
(Especial para el Diario del Sureste)
Hace algunos años, cuando estaban de moda las curvas femeninas, las mujeres cifraban su ambición en poseer un cuerpo redondo y aun aumentaban su volumen por medio de mil triquiñuelas entre las cuales se contaron el miriñaque, el polizón y más tarde las faldas almidonadas, los refajos de tafeta y los corpiños llenos de volantes. En realidad, ningún hombre sabía a ciencia cierta cómo estaba formada su novia hasta que llegaba el momento de hacerla su esposa, pues la gran cantidad de tela en que se envolvía la hacía irreconocible.
Hace días en una revista metropolitana fueron publicadas algunas fotografías de María Conesa, la célebre gatita y, al verla, sentimos deseos de reír. María Conesa luce casi jamona en ellas, según las leyes modernas de la estética, y los trajes que en aquella época se tenían por demasiado ligeros resultan ahora de una castidad ridícula. Hoy, el mérito de una artista no se mide por la extensión de su voz más o menos educada, ni por su talento… se mide por la armonía de sus piernas y por la esbeltez de su talle.
Mientras Hollywood no puso de moda los cuerpos espirituales y finos, ninguna mujer experimentó la necesidad de someterse a dietas rigurosas y a regímenes dolorosos. La balanza era un artefacto que no interesaba a nadie. Las muchachas querían lucir gruesas y apelaban a las golosinas, a los pasteles, a las grasas y a las féculas para tener el busto redondo y las caderas amplias que entonces constituían los cánones de la belleza.
Pero llegó el reinado de la cinta de lata. Los directores se dieron cuenta de que la pantalla aumentaba el volumen de los artistas y resolvieron someterlas a dietas severas con el fin de que sus cuerpos tuvieran las proporciones necesarias… Talles frágiles, caderas sobrias, piernas fuertes y ágiles, busto firme y pequeño, tales son las condiciones que se exigen a las estrellas si quieren lograr jugosos contratos. Las mujeres que pasan del peso requerido son descartadas o empleadas en papeles de carácter únicamente.
Cuando comparamos los cuerpos femeninos de hoy con los que pintara Rubens, el famoso flamenco, experimentamos un franco sentimiento de extrañeza. Aquellas matronas de abultado seno y amplísimas caderas, de cuellos notablemente desarrollados, resultan de una manifiesta ridiculez. La hermosa Fornarina, que sirviera de modelo a Rafael, resulta igualmente demasiado opulenta, y hasta la divina Mona Lisa se nos antoja robusta y gruesa, con su enigmática sonrisa…
La ciencia, que no descansa en su afán de prolongar la juventud y la vida de los mortales, ha descubierto que la salud radica en la delgadez y predica la dieta como único medio de prolongarla por tiempo indefinido. Cada alimento debe tener determinado número de calorías y vitaminas y debemos conocer perfectamente cuántas son necesarias para nuestro organismo.
Lidia de Rostow, aquella hermosísima y escultural rubia cuyo cuerpo maravilloso constituyó la delicia de la generación pasada, por sus proporciones justas, fue una de las precursoras de este método. Recordamos que Lidia de Rostow acostumbraba pesar diariamente la cantidad de lechugas, carne y frutas que debía consumir sin permitirse el más leve exceso. Las golosinas, los pasteles, los huevos y las grasas estaban totalmente excluidas de su alimentación. Y su figura era de una absoluta perfección.
Nuestros ojos acostumbrados a la silueta moderna no pueden ya aceptar la antigua. Las actividades de la vida actual exigen cuerpos ágiles y esbeltos, músculos resistentes y no redondeces fofas y anémicas. Los trajes se crean para la mujer delgada y no para la gruesa. El corte ha ido simplificándose, aligerando la cantidad de tela de modo que se marquen perfectamente las formas. Si éstas no son armoniosas y bellas, el efecto es desastroso.
Los franceses, maestros en el arte de las elegancias, repiten continuamente que “engordar es envejecer” y recomiendan a todas las mujeres que procuren conservar la línea pues una vez que el cuerpo se abandona cuesta mucho trabajo devolverle su figura primitiva. Tanto la higiene como la moda nos recomiendan no engordar. Las estadísticas afirman que los flacos viven mucho más que los gordos y están menos expuestos a contraer enfermedades.
En los Estados Unidos, una profesora fue cesada de su empleo por rebasar el peso normal, alegando que estaba más propensa a enfermarse. En muchas oficinas se prefiere a las personas delgadas. Y lo peor es que hasta la fama que disfrutaban los gordos, de pacíficos y amables, ha desaparecido, pues está comprobado que tienen también el genio agrio.
Practiquemos, pues, los modernos métodos para mantenernos en línea. ¡Nada de dejarnos arrastrar del dulce pecado de la gula! Los guisos suculentos, los pasteles, las confituras, todo eso que hasta hoy constituyó para nosotros un motivo de tentación, debe quedar abolido en beneficio de la salud y de la estética.
México, agosto de 1935.
Diario del Sureste. Mérida, 5 de septiembre de 1935, p. 3.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]