Surrealismo puro en Bellas Artes
La exposición Sólo lo maravilloso es bello: Surrealismo en diálogo, en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México, además de exponer piezas consagradas -como el famoso retrato de Edward James por René Magritte, entre muchas otras (Dalí, Duchamp, etcétera)- reserva sorpresas difícilmente accesibles al público en condiciones normales, ya que forman parte de colecciones privadas.
Entre éstas se encuentra una “caja-objeto”, fechada del 2011, de Aube Breton, también conocida como Aube Elléouët: ni más ni menos la hija de André Breton quien encarnó, como se sabe, el espíritu mismo del surrealismo, al ser su principal creador y defensor.
El objeto en cuestión ejerce una atracción inmediata sobre el espectador debido a una luminosidad nacarada que parece latir y darle vida, destacádola contundentemente de los demás elementos que la rodean, imitando una suerte de grisalla. Ésta última se compone principalmente de una escultura en la posición canónica de la Venus púdica, que nos remite igualmente a María Magdalena, la cual parece flotar como en un sueño, y bajo cuyos pies se despliega, de forma intrigante, un conjunto compuesto de los diversos elementos del cuerpo desmembrado de un insecto alado.
Es propio del objeto surrealista que parezca siempre apuntar a un enigma por desentrañar, como es el caso aquí, aunque tal enigma no tenga nada que ver con un insulso “misterio” de tipo policiaco, sino que toca a cuerdas mucho más profundas de la existencia. Sin embargo, el flujo de asociaciones que puede desencadenar cuando se intenta descifrarlo o, mejor aún, participar de su secreto inherente, puede comenzar simplemente por un esfuerzo de interpretación de base racional. Si, por ejemplo, uno empieza por poner atención al título del objeto (La fulgore porte-lanterne), uno se dará cuenta (muy fácilmente hoy en día) que es el nombre francés de un insecto -en latín Fulgora laternaria– del que se creyó mucho tiempo que emitía una luminosidad propia, hasta que la ciencia lo negara.
A partir de ahí empiezan diálogos entre la pieza, el inconsciente, y el pensamiento discursivo del espectador en el que las interrogaciones no cesan de multiplicarse: ¿Por qué la escultura femenina parece emitir unos extraños rayos a partir de los ojos, compuestos de hojas transparentes y de plumas (¿de faisán?)?, ¿tiene que ver esto con el hecho de que, al verse amenazada, la Fulgora laternaria exhiba agresivamente los ojos amarillos de sus alas? ¿Tal reacción se relaciona de algún modo con la figura barbada de la Boca de la Veritá (¿Cronos?) que se asoma como derrotada entre las alas del insecto? ¿Hay ahí un resabio del mito de Cronos, Urano y Afrodita? ¿Por qué vemos arriba en el fondo un motivo textil que recuerda, por su color negro, las costumbres funerarias del siglo XIX? Sin duda, las respuestas a tales interrogaciones espontáneas tendrán algo del tenor fugaz del mercurio, tan propio de la interpretación de los sueños…
En lo que respecta a aquella materia luminosa que constituye el corazón mismo del objeto, resulta intrigante que, en un texto intitulado Le merveilleux contre le mystère (Lo maravilloso contra el misterio), André Breton escribiera: “¡Siempre amé esa luz verde-naranja que me define con el mismo fino pincel el decorado romántico convencional y ese barrio casi soterrado de la Boucherie en París, embrujado por la sombra sin reposo de Nicolas Flamel!”, refiriéndose -para definir lo maravilloso (después de tan contundente alusión al alquimista parisino cuyo nombre alude a la flama)- al romanticismo francés, aunque también al alemán, así como a la figura de Gérard de Nerval.
¿Acaso el objeto de Aube (Alba, en español), al negar la negación de la ciencia con respecto a la capacidad lumínica de la Fulgora laternaria, afirma así la pervivencia, en contra del tiempo y la oscuridad sempiterna, de lo único -lo maravilloso-, a lo que Breton concede el nombre de belleza?
Como quiera que sea, el fulgor porta-linterna de su hija pareciera hacernos señas…
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU