Letras
José Juan Cervera
El amor se torna evasivo al impulso de atribuirle una definición de validez universal, pero también si sus nociones convencionales llevan a buscarlo en espacios fijos de la realidad aceptada. Así, todo parece situarlo en un orden verbal y en los registros implícitos que la cultura filtra en las conciencias individuales.
El sentimiento amoroso y las actitudes que derivan de él se manifiestan de forma variada según la época que los concibe, y de ello dan cuenta sus expresiones artísticas, especialmente las literarias. Aunque un lector de hoy tenga un concepto del amor distinto de los de otros tiempos y lugares, cuando las definiciones que reconoce corresponden en alguna medida a los modelos clásicos, éstos encierran valores que se amoldan a visiones y apetencias diversas.
Gracias a sus cualidades intrínsecas y a la pericia de sus traductores, el poeta persa Hafiz llega a los días actuales desde su lejano siglo XIV tocando sensibilidades que se deleitan al roce de la sutileza de sus versos. Su potencia lírica, aunada a la de otros ilustres compatriotas suyos como Omar Khayyám y Saadi, abona evidencia suficiente para hacer verosímil la afirmación categórica de su traductora Nuria Parés (Tres poetas persas, México, Ediciones Oasis, 1964) cuando señala que el país de ellos, exótico y evocador, representa la civilización más refinada del mundo.
En sus poemas, Hafiz hace del viento un portador de los aromas que envuelven a la amada lejana, transformándolo en mensajero privilegiado de su gracia; cuando ella dirige sus pasos sobre el polvo del camino, el agua clara envidia la tierra que recibe esta ventura. Elogia la dulce presencia y el encanto de quien así despierta innumerables efectos sensoriales, complacientes y memorables. No se trata de imágenes estáticas de escenarios naturales que asimilan la huella de los enamorados: son más bien vislumbres de ideales de armonía, tan solo contrariados por la distancia.
Después de su partida, la figura de la mujer que inspira los anhelos del cantor persiste asociada con el recuerdo de una experiencia que quisiera repetir siempre. La aflicción que aqueja al amante no le impide anticipar las palabras que pronunciará al retorno de ella. A su regreso, la brisa del alba cobija murmullos de gozo. La fuente viva de su boca trae la embriaguez suave de la alegría: “Recuerda que tú y yo bebimos de este vino / y que el amor fue nuestro convidado.” La cercanía con la naturaleza permite apreciar los signos que imprime en ella la profundidad de los lazos personales. Todo lo que pueda realizarse como un acto cotidiano adquiere una dimensión de sentido trascendente.
Shiraz, la ciudad natal de Hafiz, acoge también su exaltación poética porque a ella llegan peregrinos en busca del amor: “Acudid a Shiraz y el amor, si el corazón lo pide, / se colmará de dones.” El autor, consciente del valor de sus creaciones, intuye que desbordan las fronteras de su patria: “Danzad, girad con los cantos de Hafiz / el de Shiraz, muchachas de Cachemira, / con ojos de negro diamante, / hermosas doncellas de Samarcanda.” En sus versos aflora el espíritu de tolerancia que se rehúsa a sobreponer unas creencias a otras si todas pueden ser asiento de la unión amorosa: “…todos buscamos el amor. Sinagoga o mezquita, / todo lugar puede ser el altar del amor.”
El amor idealizado puede parecer un remanente de gustos envejecidos y de tiempos distantes. Pero tiene cabida en la expresión del arte, igual que las atmósferas descarnadas y de angustia extrema como las que acogen las letras de hoy, porque las figuras de dicción logran recrear la vivencia humana en todos sus matices.
Aunque al paso del tiempo cambien los nexos con el ser amado en sus modos de manifestarse, la diferencia cultural que obra en los procesos para interpretarlos podrá hacerse más corta si los gestores del entendimiento colectivo siguen empeñados en diseminar los frutos de su labor.
Los herederos de la cultura persa pueden enorgullecerse de compartir con los pueblos del orbe la delicadeza emotiva de sus grandes poetas.