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La ferocidad ilustre de Cocom

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La sublevación del Brujo Jacinto Canek

XII

LA FEROCIDAD ILUSTRE DE COCOM

 

…el tigre y el águila serán humillados por el poderoso hombre blanco que trae visera, boca grande, dientes y uñas ensangrentadas…

Códice Pérez

Night hangs upon mine eyes; my bones would rest…

 

SHAKESPEARE: Julio César, V.V.

 

Cuando los vientos de cuaresma barren las dilatadas tierras del Sur de Yucatán, levantan un polvo de héroes mayas cuyas esplendentes hazañas estuvieron a punto de revertir la epopeya de la conquista de esa indoblegable provincia americana. Las tropas del Adelantado Montejo encararon (en el primer tercio del siglo XVI) el coraje de esos bravos sureños obstinados en no permitirse caer bajo la bota avasalladora de Felipe II.

LOS SANGRIENTOS ANTECEDENTES

La historia de esa remota comarca (cuyo poder político se concentra en la ciudad de Mayapán) puede reducirse a la historia de dos arcaicas familias: los Xiues y los Cocomes. Los Cocomes gobernaban a Mayapán con mano de hierro. Algunos capitanes descontentos comenzaron a madurar la rebelión. Se alzaron con asombrosa saña una aciaga tarde de 1441: arrasaron los patriarcales edificios, saquearon y quemaron las casas de los gobernadores y asesinaron con lujo de crueldad a todos los miembros de la familia Cocom. Un solitario ausente (que por alguna razón había viajado a Honduras) pudo salvar la vida. A su retorno, los sublevados Xiues acordaron perdonarlo a condición de exiliarse de Mayapán. Aquel único sobreviviente se estableció con sus seguidores en el nebuloso distrito de Sotuta. Revive con él la augusta línea de los Cocomes, descendientes de la Serpiente Emplumada. Esa resurgente estirpe consagrará el resto de su existencia a aborrecer el nombre de los Xiues.

El hombre responsable del renacimiento de los Cocomes fue el ancestro (probablemente el abuelo) de ese impaciente caudillo americano: Nachi Cocom.

LOS EMBAJADORES DE LA INDIGNIDAD

La ilustre ferocidad de Nachi Cocom se robustece a la sombra de una cobardía: la de su abominado enemigo el rey Tutul Xiu. Este complaciente soberano ha pactado la paz (convencido de la invencibilidad de los españoles) con los soberbios capitanes de Francisco de Montejo. Además de la humillación propia, Tutul Xiu pretende persuadir al indócil Cocom a subordinarse al dominio español. Para hacer más efectiva aquella persuasión ignominiosa. Tutul Xiu (a quien Cocom consideró siempre un usurpador) despacha doce embajadores al lejano pueblo de Sotuta. Cocom –razonaba Tutul Xiu– escuchará sin duda a esos eminentes mensajeros y no vacilará en rendir sus armas ante los hombres barbados dueños del relámpago y del trueno.

UN BANQUETE DE HORRORES

Los embajadores fueron hospedados con sospechosa esplendidez. Los condujeron a un paraje solitario y los festejaron durante varios días. Para el último (en que suponían obtener la anhelada afirmación) fue dispuesto un ostentoso banquete: la mesa, a la sombra de un árbol de zapote, era una abigarrada misse en scene abrumada de delicados manjares –los humeantes cocidos de legumbres, las calabazas fritas, las doradas perdices y codornices asadas a la leña, los faisanes y los pavos, la suculenta plenitud de la carne de venado, los conejos estofados, el pescado servido en mil maneras–, de frutas y licores. Músicos indulgentes decoraron aquellas horas sibaríticas con plácidos tañidos de atabales, tambores, flautas y sonajas. Los comensales devoraron las viandas y agotaron, sitibundos, los embriagadores vinos indios. Aguardaban anhelantes la aparición de su altivo anfitrión que ya dilataba en comunicarles su respuesta. Para entonces aquellos ilustres embajadores se comportaban como ilustres impertinentes: escupían sordas imprecaciones, babeaban, dormitaban sobre la mesa, vomitaban con renovado estrépito…

Con el desvanecimiento del último sol de la tarde apareció, magnífico, el esperado Nachi Cocom. Se mostró terrible a los ojos aletargados de sus huéspedes. Algo tremebundo gritó (algo tremebundo que no alcanzaron a entender aquellos comensales borrachos) y, de improviso, asumieron sus capitanes su omitida responsabilidad de vengadores. Apagaron a gritos los cordiales sonidos de la música; patearon las mesas con increíble cólera y blandieron cuchillos inmensos. Enseguida derribaron a empujones los cuerpos inútiles de los embajadores y los acuchillaron. Bajo el zapote, con siniestra familiaridad, un imperturbable capitán se encargó de decapitarlos.

EL EMBAJADOR INDULTADO

De aquella precipitada hecatombe sólo dispensaron una vida: la del sacerdote Kinchí, a quien Cocom concedió la gracia de conservar la cabeza pero no los ojos que enseguida le arrancó con una flecha. Antes de devolverlo a su territorio, le expresó, con impasible brutalidad, esta afamada sentencia: «He respetado tu vida para que puedas volver a tu amo y le expliques cómo me cobro su cobardía».

LA BÁRBARA REPRESALIA

Los Xiues se espantaron de conocer ese agravio descomunal. Aquellos embajadores asesinados eran hombres ilustres y respetados. Aliados con los españoles resolvieron vengar ese intolerable ultraje. Buscaron en vano a Cocom (que también los buscaba a ellos). La tarde del 10 de junio de 1541 unos cincuenta mil indios encabezados por el propio Nachi Cocom invadieron inopinadamente el campamento español en los alrededores de Mérida y amenazaron con invalidar los logros de la diferida conquista de Yucatán. Pero el odio, el fuego, las armas y los caballos españoles acabaron por dispersar aquella infinita y desorganizada muchedumbre. Seriamente resueltos a sujetar en definitiva a su temible adversario y rubricar su dominio sobre esa inquebrantable provincia, los blancos arrostraron la nube de flechas que ensombrecía el cielo y arrollaron a sus atacantes. El combate dilató veinticuatro horas. No hay estadísticas puntuales del número de muertos que ocasionó esa sanguinaria contienda, pero los historiadores estiman que millares de mayas perecieron en la lucha. Al final, ese infinito proscenio hervía en quejas de mutilados agonizantes revolcados en cuantiosos vómitos de sangre; un tumefacto acervo de brazos, piernas y cabezas de indios muertos dispersos sobre el suelo complementaba aquella visión infernal.

EL INDIGNO DESTINO DE UN HÉROE

Condujo Nachi Cocom alguna escaramuza más contra los conquistadores. De pronto, cierto día arrumbó sus armas y dejó de pelear. Acaso tuvo algún signo revelador que le vedó toda acción de combate. Acaso finalmente se persuadió de que los españoles eran en verdad invencibles. Se consagró entonces al pacífico recorrido de sus extensos dominios. Admirados de su valor, los conquistadores lo confirmaron gobernador de su comarca por el resto de sus días. Simuló, a cambio de ese favor, su conversión al cristianismo. Bautizado, mudó de nombre. Hasta su muerte se llamaría don Juan Cocom.

Nachi Cocom no fue recompensado (como él lo habría aspirado) con el justificado destino de una muerte heroica. No lo mató una bala española ni lo traspasó una flecha emponzoñada de sus aborrecidos enemigos los Xiues. No le dieron la hoguera de los heresiarcas (que lo fué) ni lo colgaron de robles desolados como a otros indios. Los dioses le reservaron, en cambio, el inmerecido destino de llegar a viejo. Para entonces, el antiguo guerrero había ya adquirido ese aire de infinita benevolencia que percibimos en los abuelos mayas. Gobernando sus posesiones con su reluciente nombre de cristiano, don Juan Cocom agotó su ancianidad reconstruyendo el melancólico recuerdo de sus ociosos esfuerzos por impedir la conquista de su raza. Visiones irrecuperables atestiguarían su cotidiana comparecencia ante los iconos cristianos donde cumplía con los ritos católicos con fingida devoción. Pero en la noche, en la quietud perturbadora de sus noches tropicales, el viejo Nachi Cocom prosiguió venerando la rudimentaria grandeza de sus dioses de piedra.

Abrumado por el asma, extraviado en el laberinto de oscuras memorias de olvidadas grandezas, vivió sus años postreros. Murió en 1561.

Post scriptum

Por 1562, cuando fueron encendidas las funestas hogueras de la Inquisición en la provincia de Yucatán, tampoco escaparon a ese fuego vesánico los inofensivos despojos de Nachi Cocom. Los inquisidores habían averiguado que el caudillo era un blasfemo y un hereje, y un execrable brujo del demonio, indigno de pernoctar su crujiente eternidad bajo la santa tierra. Una noche el escrupuloso padre Landa violó la tumba de Cocom, desenterró los huesos y los quemó.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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