Por Carlos Duarte Moreno
(Especial para el Diario del Sureste)
Escribir con paciencia, serenamente, sin que el linotipo espere y pida con urgencia las cuartillas es, desde luego, un deleite; pero tener sobre la cabeza la obligación de escribir para un periódico, de entregar un número fijo de artículos, de impresionismos, de comentarios, cada semana, cuando hay que luchar a brazo partido con la vida, representa incuestionablemente una pequeña tortura.
Buscar el motivo; hurgar en la existencia diaria; husmear por los rincones de los caminos y viviseccionar lo que se encuentre; limpiar el tópico de sus máculas ocasionales; sacar de su fondo la parte esencial y moldearla, transformarla al vaciarla en el molde periodístico, jugarla, si cabe, por un desplante de dominio y, finalmente, ofrecerla a los ojos lectores en la forma definitiva constituye, sin lugar a duda, cuando el tiempo apremia y la redacción espera, un trance que se acerca frecuentemente a la fatiga y, en ocasiones, al aniquilamiento, y hasta a la desesperación.
Escribir por obligación no es nada grato. El público no sabe qué transiciones se operan en el alma del que escribe por obligación y por necesidad, para servir en la bandeja mañanera y transitoria de una edición de diario, un comentario extenso y jugoso, o un artículo de ocasión. El lector compra el periódico, lo ojea, lee rápidamente, lo dobla, se lo introduce en el bolsillo, si se entera en un Café, o lo deja sobre la mesa familiar, si la cosa sucede en casa. Y nada más. No se da cuenta de que el artículo que fue de su agrado se escribió con fatiga. Si el autor es su amigo, al encontrarlo en la calle lo felicitará efusivamente.
-¡Caramba, qué bonito artículo ha escrito usted hoy!
-¡Muchas gracias!
Y un apretón de manos y una sonrisa corearán el cumplido. ¡Pero si el que felicita se diera cuenta de lo que tuvo que sufrir el escritor para coordinar sus ideas! Sí, así: sufrir. Porque tener encima la preocupación multiforme de la jornada diaria y desatenderse de la fatiga más honda para volverse todo entero a la extracción del motivo y convertirlo en material periodístico es sufrir. Transformarse por necesidad, es sufrir. No la necesidad de ejecutar aquello para lo que no nos ayuda la aptitud o la simple inclinación, sino la necesidad de ejecutarlo en un momento psicológico completamente antitético al que necesitamos vivir para escribir. Por eso, el material que entregan a los periódicos los escritores que esperan el pago de sus trabajos para vivir carece de ese preciosismo, de esa forma cuidada, pulida, que se observa en la obra de los que llenan cuartillas sentados en la cama, ante la certeza de un desayuno regio servido al pie del lecho. Pero por eso también escapa de los trabajos de los escritores asegurados contra la vida, el sabor del ansia universal, el clamor de la muchedumbre de las almas, el temor transmisible del corazón del mundo que se desangra en angustia, en lamento, en grito de socorro contra la injusticia de los hombres y de las cosas.
Lo fiel, lo exacto, lo que se graba en la obra propia, no viene, virtualmente, de la observación hacia el mundo exterior; proviene de la entraña del que escribe, del que modela, del que esculpe, del que pinta. Los cánones dan la forma; el soplo, el aliento, el infundio, lo que vivifica la obra, lo que la hace vívida, contagiosa, expresiva, riente, esforzada, satírica, alentadora, es el alma del que la ejecuta. La mesa hace adiposos. El dolor hace artistas. Puede un hombre ser culto y perfecto ejecutor de artículos, de cuadros, de estatuas. La oración gramatical, la puridad del lenguaje, el buen empleo de los adjetivos, la distribución de los tonos, la copia precisa del mundo objetivo y subjetivo, el tallado maestro, pueden lograrse. Pero si el dolor no abanicó jamás con sus rachas el alma del ejecutante, tendrá la obra esa fofa expresión de los trabajos muertos.
La extracción del motivo, en la vida periodística, es un pequeño y dulce tormento que no comprenden la mayoría de los lectores.
Pero aceptemos la transición dolorosa y tierna y, a cambio de la perfección del giro, de la dialéctica, de la figura rotunda, que el público acepte esa parte de su dolor, de su risa o de su esperanza que, los que escribimos por obligación, sentimos, y que le devolvemos en las líneas que trazamos y le servimos en la bandeja mañanera y transitoria de una edición de diario…
Mérida, Yucatán.
Diario del Sureste. Mérida, 14 de marzo de 1935, p. 3.