Letras
XLI
“Más vale una enemistad de buena madera que una amistad hecha con maderas recompuestas” pensaba el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, motivado tal vez por su ruptura amistosa del compositor Richard Wagner.
Lo cierto es que, en el ámbito de la literatura y de las artes, las enemistades famosas son más frecuentes que las amistades profundas, como el caso excepcional de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, quienes fueron muy unidos por más de cuarenta años, hasta la muerte de Borges, al grado de que llegaron a escribir mancomunadamente siete libros con el seudónimo de Honorio Bustos Domecq.
Fuera de personajes ficticios como los tres mosqueteros (uno para todos, todos para uno), Hércules Poirot y Hastings, Sherlock Holmes y el Dr. Watson, y unos cuantos más, los amigos verdaderos no abundan en el mundo de las letras.
¿Por qué grandes relaciones afectivas entre escritores y artistas pierden su calidad de virtud? ¿Por envidia, celos, mediocridad? ¿Es la enemistad un antivalor, algo destructivo? Protagonistas de la Historia, promovidos a pedestal inalcanzable, no han sido más que seres humanos con las mismas pasiones y rencores de cualquier mortal que no lograron superar diferencias y se llegaron a aborrecer el uno al otro.
A veces, la inmensidad del genio no cabe en un mismo tiempo y en un mismo espacio. Por eso los italianos Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, que coexistieron entre mil cuatrocientos y mil quinientos, no se soportaban. A Miguel Ángel se le describe iracundo e irascible, pero no se metía con nadie, era un solitario. Leonardo, treinta años mayor, polemista, dirigió toda antipatía y bloqueo a la obra de Miguel Ángel, como su voto en contra para instalar la escultura del David en la Plaza de la Señora Florentina, porque quería que se ubicara junto a una pared con la vista solamente al frente.
Las discordancias entre Lope de Vega y Miguel de Cervantes, o de Lope de Vega y Francisco de Quevedo, en el siglo XVII, muestran al “fénix de los Ingenios” ambicioso, encarnizado. Es el autor que mejor supo retratar la vida y las costumbres de España y, en su momento, sus obras de teatro resultaron taquilleras. Cervantes con El Quijote es, a la postre, el español universal comparado en grandeza con Shakespeare, ya que sus entremeses han sido más representados que los clásicos de su antagonista. Quevedo, resarciéndose del odio gratuito y de la enemistad pura de Lope, le dedicó a éste versos irónicos y burlones por varios años.
En Francia, en los años cuarenta, se fortalece la amistad entre dos filósofos existencialistas: Albert Camus alaba a Jean Paul Sartre por su libro La náusea y, luego Sartre hace una crítica elogiosa de los libros de Camus, El extranjero y El mito de Sísifo. Después, los rumores parisinos divulgan que Camus es superior al autor de El ser y la nada y se propicia un rompimiento ideológico entre estos grandes pensadores. Sartre declaró alguna vez: “Él (Albert) y yo estábamos peleados, una pelea no es nada, aunque uno no vuelva a verse con el otro, únicamente es otra forma de vivir juntos.”
Paul Theroux escribe La sombra de Naipaul. Biografía de una amistad, en la que cuenta con pelos y señales su relación de treinta y dos años con el Premio Nobel de Literatura 2001, V.S. Naipaul, de quien se sintió traicionado. Con saña y sed de venganza, Theroux desprestigia como persona al autor hindú sin que ocurra mayor cosa: la figura literaria se impone.
Cabría mencionar también el sentimiento de envidia que toda su vida le tuvo Antonio Salieri a Amadeus Mozart (existe una leyenda negra sobre la muerte del joven compositor) pero no hay paralelo entre ellos: Mozart fue un genio y Salieri no.
¿Quién imaginaría al Nobel de Literatura Octavio Paz lanzando un gancho a la quijada de otro Nobel de Literatura, Pablo Neruda? Al esquivarlo, el golpe le tocó sin querer al poeta Enrique González Martínez, quien no pudo resolver las discrepancias políticas en las que se sumieron ambos escritores en la década de los cuarenta, en México.
Por otro lado, la rivalidad de Neruda con Vicente Huidobro, igualmente chileno, se desató a mediados de los años treinta cuando el padre del Creacionismo publicó en la revista Proa que el Poema 20 de Pablo era similar al Poema 30 de Rabindranath Tagore. Las cohortes de admiradores de ambos llevaban y traían declaraciones que aumentaban las rencillas. En enero de mil novecientos treinta y cinco, Huidobro sentencia: “¿Es que mi presencia en el mundo es un obstáculo para la felicidad del señor Neruda y sus amigos? Siento mucho no poderme suicidar por el momento.”. Su compatriota contesta con un manifiesto titulado “Aquí estoy”, que resulta un muestrario de improperios rayano en vulgaridades y groserías.
Durante el encuentro “El siglo XX: la experiencia de la libertad”, celebrado en la Ciudad de México en mil novecientos noventa, Octavio Paz arremetió contra Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes (con quien mantuvo una amistad de treinta y ocho años) por causas ideológicas y literarias, respectivamente. Se sabe que Fuentes guardó siempre una actitud caballerosa ante las repetidas injurias de Paz. Por su parte, García Márquez pone fin a la hermandad y compadrazgo con Mario Vargas Llosa cuando éste le propina un sonoro puñetazo el doce de febrero de mil novecientos setenta y seis, por cuestiones personales.
Oscar Wilde, incomparable por su causticidad, en un delicioso parrafito tomado de su novela El retrato de Dorian Grey (que nos sirve para finalizar) dice: “Tú no sabes lo que significa la amistad, Henry, ni la enemistad, sobre todo en esta ocasión. Tú quieres a todo el mundo, lo que vale tanto como no querer a nadie.”
Paloma Bello
Continuará la próxima semana…