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La Educación Maya (XXVIII y finaliza)

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Educación Maya

XXVIII

 CONCLUSIONES

Hemos recorrido, de modo no exhaustivo, sino a manera de atisbo, momentos de la historia de los mayas que, al mostrarlos, aspiramos hayan incitado al adentramiento de un estudio que, llevado hoy a fondo científicamente a través de diversas disciplinas, está dando impresionantes resultados que pueden multiplicarse en fuentes de conocimientos accesibles a quienes no están especializados en ellos. Tal acercamiento redundaría en la superación en una materia de vital importancia para la sociedad en general.

Si lo anterior fuese logrado, sería un triunfo deseado desde un principio por añadidura, ya que la primordial intención de este trabajo fue la de obtener pruebas de que la educación maya había sido básica para su civilización, tesis que a lo largo de los temas abordados intentamos demostrar y que, no agotada, tiene margen amplio para nuevas investigaciones.

Como fuimos señalando en cuantas oportunidades tuvimos, hemos encontrado constantes que, no de manera aislada, sino conjuntamente, acompañan a los progresos culturales de los mayas. Ello, con la permanencia de una innata solidaridad comunitaria que da fortaleza a toda la variada obra puesta a la vista, sin que se hallen en el recorrido escenas de violencia ni situaciones de trabajos forzados, métodos vedados en una buena educación que, de haber existido estarían consignados con la misma claridad con que consignaron otros hechos, aun los revestidos de crueldad como los encuentros bélicos y los sacrificios de prisioneros y de víctimas propias.

Vislumbrar lo que fue la educación maya nos hace lamentar, desde el punto de vista humano, el despojo de tan alto valor cultural, y pedagógicamente, reflexionar sobre lo que ha sido, ha dejado de ser y podría ser la educación en Yucatán.

Desde un punto de vista acaso más teórico que real, un puente entre aquella educación y la que a fin de cuentas resultó de la conquista, nos remonta a los esforzados primeros pasos de parte de los frailes franciscanos por implantar la instrucción española al principio de la Colonia; a los valientes intentos educativos de sanjuanistas: a las bases científicas de jesuitas, Seminario Conciliar de San Ildefonso, Universidad Literaria y maestros particulares. A todos ellos correspondieron aportaciones para la conformación de la cultura local. Pero son de considerarse avances efectivos de la educación regional, los pasos seguros que se dan a partir del triunfo de la República sobre el Imperio de Maximiliano, cuando Manuel Cepeda Peraza con el grupo de liberales cultos que lo rodean, crea, en 1867, los centros educativos sobre los que se ponen los cimientos definitivos de la enseñanza: el Instituto Literario del Estado, con su Escuela Normal de Maestros, y el Instituto Literario de Niñas, con cátedra de Pedagogía. El primero fue semillero de connotados profesionistas, y ambos, de un profesorado que adquirió renombre y consolidó la enseñanza a fines del siglo XIX y principios del XX.

Este profesorado, instruido, ideológicamente plural, experimentado y, como dijera el profesor Albino J. Lope –director de una de las revistas de educación de entonces, El Paladín Escolar– preocupado por la «indiferencia hacia la ilustración de las masas populares», tuvo la satisfacción de atestiguar que Salvador Alvarado hiciera realidad una ansiada aspiración, y decretara el establecimiento de la Escuela Rural obligatoria en las haciendas. Convocado por el mismo gobernante se verificó el Primer Congreso Pedagógico, que fue del 11 al 15 de septiembre de 1915, y cuyo éxito originó el Segundo al año siguiente. Estos congresos reunieron en el Teatro José Peón Contreras a maestros de todo el estado que, en mucho, trazaron los destinos educativos en Yucatán. Fueron presididos por Rodolfo Menéndez de la Peña, en un foro en el que destacaron Eduardo Urzaiz Rodríguez, Artemio Alpizar Ruz, José de la Luz Mena, Vicente Gamboa Araujo, Agustín Franco Villanueva, Edmundo Bolio Ontiveros, Augusto Molina Ramos, Candelaria Ruz Patrón, Porfiria Ávila y otras personalidades que con ardor y elocuencia contendieron. El temario tuvo dos puntos sumamente controvertidos: el de la coeducación que tendía al establecimiento de la Escuela Mixta –para muchos sinónimo de desenfreno–, del que era adalid el Dr. Urzaiz: y el que propugnaba por la Escuela Racionalista que, aseguraban, era la única que liberaría a la niñez del enclaustramiento de las aulas, y tenía como principal defensor al Profr. José de la Luz Mena, siendo aceptada bajo la denominación de Racional. En cuanto a la coeducación fue al Dr. Urzaiz a quien correspondió, posteriormente como funcionario, la heroica tarea de instaurarla, defendiendo un sistema educativo que el día de hoy parece inconcebible su rechazo.

Aparte de los logros inmediatos de estos congresos, hubo en el magisterio yucateco, a través de ellos, un despertar de conciencia que prevaleció e influyó en numerosas generaciones. Quienes tuvimos oportunidad de frecuentar a maestros que asistieron a ellos, supimos de la especie de fervor hacia la enseñanza que pesó en sus ánimos al ejercer la docencia y que, no dudamos en afirmar, hay supervivencia de sus huellas.

La calidad de la educación depende, en primer término, del elemento humano al que se encomienda. Cuando el gobierno del general Cepeda Peraza señaló el rumbo de la enseñanza en el estado, había, aunque dentro de una restringida clase social, un saber acumulado de diversos orígenes, entre otros, las aportaciones de los hijos de personas pudientes, quienes traían novedades de sus estudios en el extranjero, y que se unieron con entusiasmo a la causa educativa. Igualmente, el alvaradismo dispuso de la buena preparación y entrega de los maestros que precisó. El recorrido por la historia de la educación que siguió al constitucionalismo –tarea muy específica por realizarse–, muestra que siempre que los regímenes gubernamentales lo han requerido, la respuesta del profesorado yucateco no se ha hecho esperar.

El aporte de nuestros maestros a la causa educativa nacional ha sido valioso. De ello tenemos a mano: en los congresos nacionales de la época porfirista, la enérgica y autorizada voz de Adolfo Cisneros Cámara; en la misma época, la labor editorial, de alcances fuera del país, de Rodolfo Menéndez de la Peña; la nutrida producción de libros de texto durante un periodo que partió de la segunda mitad del siglo XIX, con obras en ocasiones adoptadas en otras entidades de la nación, y que cesa, por causas que más adelante asentaremos; la influencia de José de la Luz Mena en la confección del Artículo Tercero de la Constitución: y posteriormente, la colaboración oportuna de Alfredo Barrera Vásquez, como filólogo muy valioso en la elaboración de las cartillas para la alfabetización de los pueblos con raigambres autóctonas.

En la localidad, por mucho tiempo, las revistas educativas y los artículos periodísticos sobre temas pedagógicos muy diversos, satisficieron y mantuvieron el interés de los maestros.

Pero, igual que debió suceder en toda la república, en Yucatán, el centralismo que en educación se hizo agudo a partir de la implantación del libro de texto gratuito en 1960, de innegable beneficio popular –que excluyó en su confección a maestros de la localidad– y la Reforma educativa de 1972, dieron fin a la creatividad literaria y a la participación pedagógica en la educación básica, y convirtieron a los maestros en simples ejecutores de planes, métodos, técnicas, y en general de toda una línea didáctica trazada por grupos seleccionados en el medio capitalino.

Por otra parte, a partir de esos años, la burocracia se convirtió en el factótum de la educación básica. Se hizo fundamental el estudio y llenado de cuadros de múltiple naturaleza: de cronogramas, avances programáticos, estadísticos, evaluativos, con claves constantemente cambiantes. Maestros y funcionarios educativos atiborrados con tales prácticas, se han visto obligados a desatender alumnos y docentes ante la necesidad de entregarse a la ingrata tarea de la documentación.

Los últimos tiempos se están caracterizando por el empleo de la informática computacional, de indudable utilidad, pero cuyo abuso en la educación básica y, con frecuencia su innecesaria aplicación, ha generado un consumismo innecesario que mal educa y empobrece, y que con la inmensa red de fácil información sin fronteras que es la internet –sin la preparación debida para su uso– fomenta el ocio, la inclinación a lo superficial, artificial, frívolo y vacío. Esto, unido a la económica comunicación televisiva que lleva espectáculos de baja calidad cultural a los hogares, y las discotecas que en la ciudad separan en sus divertimientos a la juventud de las generaciones mayores, crean una situación que al combinarse, en algunos sectores de la población, con carencias básicas, y en otros, con desinterés en lo sustancial, en todos ocasionan pérdida general de valores, y amenazan en convertirse, como ocurre en urbes mayores que las nuestras, en desquiciamiento.

Que la síntesis anterior, en sus referencias a los esfuerzos y logros de la educación a cargo de la cultura venida de occidente, y el reflejo de la ancestral, de alguna manera sean sugerencias para vencer dificultades del momento presente.

Candelaria Souza de Fernández

FIN.

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