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La Educación Maya – XVIII

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Conocimientos Agrícolas

XVIII

TRANSMISION DE CONOCIMIENTOS AGRÍCOLAS

La civilización maya, para nuestras apreciaciones, fue el producto de un proceso educativo que partiendo de una educación espontánea, acorde con sus necesidades primarias –inicio común en todo pueblo–, incentivado en medios climáticos sui generis, apoyado en el instrumento invaluable de su palabra, influenciado poderosamente por grupos ajenos y motivado por la religión, evolucionó espléndidamente, con ingenio y tesón, hacia el logro de una institución educativa comunal ejemplarmente integral.

La muestra más fehaciente del alcance de tal institución educativa se halla en las prácticas agrícolas observadas al tiempo de la Conquista, las que se conocen como resultado de ulteriores investigaciones y las que aún se conservan. En el conocimiento de esas prácticas antiguas es donde se aprecia la aportación de recursos provenientes de cada uno de los componentes de la pirámide ocupacional hacia la agricultura, y la ventajosa reciprocidad que de ella recibían los distintos estratos. Acaso todos conscientes de que la grandeza de la civilización había partido de la agricultura y sobreviviría gracias a ella.

‘Vemos así que el trabajo del campo disponía de la aplicación de calendarios cuidadosamente elaborados, apoyo de ingeniería hidráulica, conocimiento de suelos que eran geométricamente trazados, de sistemas de riego convenientes; rituales para acompañar las faenas, y confortamiento espiritual desde los centros ceremoniales, en cuyas ofrendas iban los ruegos más fervientes y los sacrificios más sofisticados para demandar los favores de los dioses, dándole primacía a la productividad de la tierra. No existe, por tanto, fundamento para considerar a la clase campesina de los tiempos prehispánicos situada en el menosprecio. Por el contrario, su posición en la pirámide ocupacional tuvo que hacerla sentirse base, sostén de ella como en realidad lo era; condición anímica que en la mentalidad actual es difícil de concebir, pero que más adelante daremos prueba de su existencia no muy lejana. La agricultura entre los mayas antiguos fue, y demostró seguir siéndolo por mucho tiempo, generosidad, ciencia, arte, rito, devoción.

Las ocupaciones hechas con gusto artístico carecen del sentido que el verbo trabajar representa en la mente, sinónimo de lucha, maldición bíblica. Para el hombre maya, las siembras, además del sustento propio, eran la promesa, la parte del compromiso que debían cumplir con sus seres superiores.

La historiadora Piedad Peniche Rivero nos aclara que “los mayas no tenían en su vocabulario el verbo trabajar; no existía entre ellos el significado de trabajo que data de la revolución industrial, sino que, como en otros tantos pueblos, hablaban de cazar, pescar, fabricar cacharros, pero no trabajar, a menos que fuera con significado de servicio comunitario debido al estado”; y nos especifica el uso de términos como “menyah”, obligación de pagar un tributo; y “numya”, trabajo solidario, que solía ir precedido de “olbil”, “olbil numya”, cosas deseadas o que se puede querer, o cosa hecha de voluntad, de corazón y gana. 92

En cualquiera de sus formas, la actividad agrícola era la vida misma. Es claro que, en primer término, de los dioses llegaron a hacer depender los favores que daban buen éxito a las siembras, y la reciprocidad hacia ellos era ineludible. Al sacerdocio correspondía mantener el contacto satisfactorio con los dioses, más en los campesinos abundaba la sincera religiosidad, nobleza, honradez e ingenuidad.

Sin embargo, en el haber del proceder sacerdotal hay que apuntar la transmisión práctica de sus experiencias científicas, las cuales hacían llegar a los campesinos, y la inteligente dirección, que seguramente partía de las clases gobernantes para la realización de las grandes obras de tecnología avanzada, entre las que tuvieron papel prioritario las hidráulicas, a las que el Boletín número 87 de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, dedicó una edición completa.

Resultado de otro tipo de investigaciones prueba que los mayas dispusieron de técnicas muy avanzadas, logradas no por prácticas rutinarias, ni simples conocimientos empíricos, sino necesariamente con apoyo en ciencias que les fueron afines, de lo que son ilustrativos los párrafos siguientes:

“El testimonio de un antiguo sistema de riego en las tierras bajas mayas procede de Edzná, en la zona de transición más seca situada entre las tierras bajas del centro y las del norte. Las investigaciones dirigidas por Ray Matheny revelaron ahí un canal impresionante y un sistema de almacenamiento capaz de dar servicio a un mínimo de 450 hectáreas de tierra cultivada. Los indicios arqueológicos obtenidos de estas excavaciones indican que el sistema hidráulico de Edzná fue construido no en la parte final de la historia maya, como uno podría suponer, sino en el Preclásico Tardío (ca 300-50 a.C.).

“Un cuerpo de indicios cada vez más numerosos muestra que también en las zonas bajas –como los bajos o pantanos de temporada–, los mayas recurrieron a los campos elevados para obtener condiciones de fertilidad y buen drenado, adecuadas para el cultivo de una diversidad de plantas. Los campos elevados se construyen cavando angostos canales de drenado en tierras inundadas y apilando la tierra en montículos continuos que forman alomares sobre los que se puede cultivar. Así es posible un cultivo continuo, pues el periódico dragado manual del limo de los canales de drenado ofrece abono fresco y desperdicios orgánicos para las zonas de cultivo. Estos canales tal vez se hayan usado como fuentes para la recolección de peces, moluscos y otras especies acuáticas, o incluso para almacenamiento (este tipo de cultivo y de almacenamiento aún se emplea en muchas regiones del mundo actual)”.

Los campos elevados se pueden dedicar al cultivo de toda una variedad de productos, y al respecto contamos con testimonio directo de la época de los mayas. Excavaciones recientes en el pantano Pulltrouser, Belice, han revelado claros vestigios de campos elevados que datan de la época Clásica Por los restos de plantas recuperados mediante este trabajo, al parecer los mayas usaron esos campos elevados para el cultivo de maíz, amaranto, algodón y posiblemente de cacao.

“Afortunadamente, se puede detectar el claro patrón de alomares de los antiguos campos elevados mediante fotografía aérea. Los primeros en reconocerse en el territorio maya, los de la planicie inundable del Rio Candelaria, en el sur de Campeche, México, cubrían una superficie estimada en casi dos kilómetros cuadrados. Se encontró una zona mayor de esos campos, que según se calcula se extiende por un área de alrededor de 85 km. del lado opuesto de la península de Yucatán, en los valles de los ríos Hondo y Nuevo, en el norte de Belice. Al norte de esta región, estudios más recientes de fotografía aérea han identificado tentativamente una serie de sistemas de campos elevados en los bajos del sur de Quintana Roo, México, que cubren un área de más de 200 km. Y otro estudio aéreo recién terminado, a base de un sistema cartográfico de radar de la NASA, ha revelado una red de canales de drenado aún mayor en las tierras bajas mayas.93

La recolección, caza y pesca dieron al maya bienes para subsistir en tiempos anteriores al Preclásico. Al inventarse el cultivo del maíz con la consecuente sedentarización, no abandonaron la recolección, sino por el contrario domesticaron árboles frutales y raíces alimenticias, a la par que mejoraron sus técnicas de caza y pesca, favoreciendo su buena constitución física admirada al tiempo de la Conquista.

La floreciente naturaleza que encontraron los españoles al invadir las tierras mayas, resultado de una larga educación agrícola, y la abundante mano de obra de qué disponer, fueron atractivos que compensaron la carencia de ricos minerales.

El autor de Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Fray Bartolomé de las Casas, hace descripciones paradisíacas de la vegetación que pudo contemplar en el Nuevo Mundo, imágenes de una región que parece de ensueño, y que bien podrían juzgarse exageradas dado el apasionamiento de que fue acusado el “Defensor de los indios” en su afán por demostrar lo cruel del sojuzgamiento español, perjudicial de inmediato para la prodigiosa naturaleza misma.

Pero cuando es Fray Diego de Landa quien describe la flora, la credibilidad no admite duda. Con minuciosidad detalla lo observado: flores de aromas deliciosos y múltiples colores; hojas y semillas para la alimentación: yerbas para la curación de enfermedades y heridas: plantas que proveían de techos, enseres domésticos, vestimenta; otras que proporcionaban material para artesanías, adornos, cosméticos y limpieza: árboles que daban variedad de maderas y embellecían el paisaje: plantas que sustentaban a los animales que con su carne, piel, huesos, plumas, complementaban las necesidades de un pueblo altamente civilizado.

“Plantas que se cultivaban en los pozos, en las casas, en los árboles; muy buen maíz y de muchas diferencias y colores, de lo cual cojen mucho y hacen trojes y guardan en ellos para los días estériles.”94

Su satisfacción en la descripción de las frutas la demuestra en sus detalles, como cuando se refiere a la pitahaya: “Hay unos cardos muy espinosos y feos y crecen a trozos siempre pegados a otros árboles, revueltos con ellos. Estos llevan una fruta cuya corteza es colorada y semejante algo a la hechura de la alcachofa y blanda de quitar y sin ninguna espina. La carne que dentro tiene es blanca y llena de muy pequeños granos negros. Es dulce y delicada a maravilla y aguanosa que se deshace en la boca, cómese a ruedas como naranjas y con sal, y no hallan los indios tantas por los montes como comen los españoles. Esta apetencia por las frutas tropicales de parte de los conquistadores fue inmediata, y los mayas, afectos a designar con frases a las personas, al observar la avidez con que los primeros españoles en llegar comían las anonas, los llamaron “ah mak’ opo’ ob” (comedores de anonas).

En el capítulo XLIV relata Landa: “Yucatán es una tierra la de menos tierra que yo he visto, porque toda ella es una viva laja, y tiene a maravilla poca tierra, tanto que habrá pocas partes donde se pueda cavar un estado sin dar con grandes bancos de lajas muy grandes… es una maravilla que sea tanta la fertilidad de esta tierra sobre las piedras y entre ellas.”96

En el capítulo XXI, relativo a comidas y bebidas, dedica Landa párrafos insuperables al maíz como base de la alimentación autóctona, con alabanzas a los sabores de los que llama manjares, con un entusiasmo que fue anticipo a lo que con el tiempo. al ser absorbido por los inmigrantes el sistema alimentario indígena, formó el hibridismo de un arte culinario estimado hoy universalmente.

Entre las variadas bebidas de maíz menciona una combinación especial que hacían con cacao molido, “una a manera de espuma muy sabrosa con que celebran sus fiestas y que sacan del cacao una grasa que parece mantequilla y que de esto y del maíz hacen otra bebida sabrosa y estimada.”

Sin embargo, de haber apreciado Landa el imponderable valor del maíz, cuando se refiere a su cultivo no se aproxima al reconocimiento del elevado lugar que le correspondió en la cultura mesoamericana, ni pudo comprender el esmero que habrán requerido en su atención durante milenios para llegar al perfeccionamiento en que se encontraba el sistema de milpas y su extensión en el área. “En labrar la tierra –nos refiere– no hacen sino coger la basura y quemarla para después sembrar, y desde mediados de enero hasta abril labran y entonces con las lluvias siembran, lo que hacen trayendo un taleguillo a cuestas, y con un palo puntiagudo hacen un agujero en la tierra y ponen en él cinco o seis granos que cubren con el mismo palo, y en lloviendo, espanto es como nace.” 97

Igual que Landa, los demás conquistadores no apreciaron la organización agrícola de los mayas, que no era sino el efecto de una educación fundamentada en el respeto a la naturaleza y a sus leyes. Y menos pudieron apreciarla porque el panorama pronto comenzó a deteriorarse: la resistencia a la conquista, la dispersión de la población y su disminución a causa de enfermedades para las que no eran inmunes, el sojuzgamiento por medio de las encomiendas con el consiguiente desaliento, la proliferación de la fauna importada, destructora de la flora, ya habían iniciado sus estragos. La ambición por hacer prontas riquezas explotó sin consideración los productos que podían ser exportados, fomentó monocultivos que redituaran grandes ganancias, sin considerar el empobrecimiento de suelos, despreciando y relegando al olvido prácticas largamente probadas.

Los huertos familiares, parcelas próximas a los hogares, fertilizadas con desechos –que en algunas comunidades subsisten–, la arboricultura, los cultivos intensivos, el uso inteligente de las rejolladas fueron siendo olvidados. Sólo persistió de modo inquebrantable el cultivo de la milpa, aunque para su siembra tuvo un constante retroceder a sitios cada vez más lejanos de las poblaciones, sitios que al ser de interés para los españoles debían abandonar en busca de nuevas tierras para desmontar.

El significado del cultivo de la milpa, síntesis de la probidad de un pueblo, no podía ser concebido por quienes, atrapados ya en el equívoco de los bienes materiales, eran tan extraños a los valores de la naturaleza.

Desconocemos los pormenores de las vicisitudes que hubo de sufrir el maya para lograr la sobrevivencia de la milpa, pero si sabemos de algún ejemplo heroico que vale la pena tener siempre a la mano. Tal es el hecho, repetidamente citado por los historiadores que se han ocupado de la Guerra de Castas: el abandono de la lucha por parte de un número considerable de mayas, que fue decisivo en los momentos en que el triunfo les era más propicio. El acontecimiento, juzgado con variados criterios, y que el escritor Leopoldo Peniche Vallado98 es uno de los primeros en tratar sin la indiofobia que caracterizó a los narradores vencedores y a sus primeros descendientes, contiene razonamientos indispensables de conocerse para la justa comprensión de tal pasaje.

Coincidente con sus juicios, es la transcripción, de tal hecho, que damos tomada de la Revista de la Cultura Maya Saastún.

Méndez y Barbachano, viendo el peligro que se cernía sobre Yucatán, decretaron una reconciliación y una amnistía. Un intento de armisticio se llevó al cabo en Valladolid en febrero de 1848, truncado por la noticia de la masacre de Chancenote por los mayas. El sitio de Valladolid se estrechaba con la caída de Dzitnup y se decidió la evacuación de los 10,000 civiles que la poblaban. La larga caravana que se dirigía a Espita tuvo que seguir hasta Temax, hostigada continuamente por los mayas. Méndez, desesperado, mandó cartas a Estados Unidos, Jamaica y Cuba, ofreciendo la soberanía de Yucatán a quien la salvara y renunció a favor de Barbachano. En Tekax, éste último entró en contacto con Jacinto Pat para firmar el Tratado de Paz de Tzucacab, en el que ambos serían gobernantes vitalicios de sus respectivos pueblos. La maniobra que buscaba dividir a los sublevados fracasó cuando Cecilio Chí rompió el papel firmado por Barbachano.

De nuevo todos se preparaban para la guerra. Ticul fue fortificado y sitiado mientras Sacalum era quemado por los sublevados. Finalmente, el 26 de mayo, bajo un ardiente calor, civiles y militares abandonaron la ciudad en dirección a Mérida. En los Chenes, los sublevados aplastaban a las improvisadas milicias y Campeche se preparaba para defenderse tras sus elevadas murallas.

En el norte Cecilio Chi destrozaba a los blancos en Sitilpech y ponía sitio a Izamal que cayó a fines de mayo. El camino de Mérida estaba abierto y los últimos destacamentos organizados se preparaban para defender la vida de sus 100,000 habitantes y refugiados que no habían podido salir de Yucatán.

Los defensores esperaban el ataque. Pero nada sucedía. Varias patrullas fueron enviadas en distintas direcciones: encontraron Izamal desocupado y en Ticul sorprendieron a los mayas antes de regresar a Mérida por Maní. Los mayas habían abandonado la guerra para regresar a sembrar sus milpas antes de las lluvias, el deber y el ritual eran más importantes que Mérida y su botin (El subrayado es nuestro)”99

Peniche Vallado sentencia: “Éstos eran hombres de rígidas tradiciones, tanto en la vida religiosa como en su vida civil, y se aferraban a ellas cualesquiera que fueran las circunstancias temporales de su existencia.”

No es de la incumbencia de este trabajo continuar con el curso de la Guerra, pero por parecernos apropiado, tomaremos otras frases de la misma revista Sáastun, que se refiere a cuando ya las circunstancias se habían vuelto favorables al gobierno: “Por todos lados, atacaba el ejército quemando o cosechando las milpas sembradas por los sublevados, quienes ahora se rendían en gran número.”100 A pesar de lo cual, añadimos, donde lograron hacerse inaccesibles por muchos años, fueron las milpas las que les permitieron sobrevivir.

Cuando los españoles tuvieron organizadas sus propiedades agrícolas, primero en las estancias, después en las haciendas, poseyeron milpas que fueron cultivadas en su provecho por los mayas mediante ciertas condiciones ventajosas para los primeros; cultivos que cesaron al hacerse la tierra más redituable para otras plantaciones. De esos tiempos data un curioso término híbrido, “mayocol”, formado con la contracción de mayoral y “col” (milpa en maya), que se aplicó a la especie de capataz que vigilaba los trabajos milperos, y que persistió en los tiempos de las haciendas henequeneras para designar a quienes desempeñaban un cargo similar en los henequenales 101.

La tradicional milpa maya se fue limitando en su cultivo: principales causas: la creciente dificultad para seleccionar terrenos adecuados y el obligado descanso que, después de dos o tres cosechas continuas, precisa la tierra. Sin embargo, en años no demasiado lejanos, permitió el enriquecimiento de acaparadores de maíz que inducían al campesino a malbaratar sus cosechas.

La desaparición de la milpa es hoy asunto que a no pocos inquieta. Así, el investigador Juan José Morales, al plantear el panorama de la situación en Quintana Roo, y expresar un “Réquiem por la milpa maya”102, recuerda, entre otras cosas que “mucha gente tiene la idea de que únicamente se plantan maíz y frijol, pero en realidad, entremezclados con esos dos cultivos básicos, se siembra también calabaza, macal, yuca, chile, sandía y otras muchas plantas comestibles que reproducen la diversidad de especies de la selva e impiden o dificultan que se propaguen plagas y enfermedades de las plantas, como ocurre con los monocultivos.”

En las comunidades rurales aisladas de Quintana Roo, esos cultivos permitían a la familia campesina comer todo el año y aún tener excedentes para su venta: pero la vida moderna, con las facilidades en la comunicación y la irrupción de nuevos patrones de consumo, exige una economía familiar que la milpa no puede dar. Por otra parte, la proximidad a numerosos centros turísticos hace particularmente vulnerable a la gente joven a partir hacia donde hay demanda de mano de obra mejor remunerada. Analizadas éstas y otras circunstancias adversas, Juan José Morales concluye con propuestas que, si bien parecen un tanto románticas, vale la pena considerar.

Si la milpa está amenazada de extinción, hay que darle el mismo tratamiento que a las plantas y animales que corren igual peligro. Esto es, garantizar su sobrevivencia, aunque sea sólo en zonas de reserva ecológica. Esto por supuesto, puede sonar un tanto extraño, pero en realidad resulta bastante lógico y racional. Si se hacen grandes esfuerzos por proteger y conservar la flora y la fauna amenazadas, y si se proclama en todos los tonos la necesidad de proteger y conservar las tradiciones y costumbres ancestrales ahora amenazadas por la transculturación, hay que pensar también en proteger y conservar la milpa. Después te de todo, se trata de una de las más importantes manifestaciones de nuestra cultura. Es una tecnología agrícola que por miles de años fue base de la vida del pueblo maya, y si ahora nos preocupamos por rescatar y restaurar edificios, murales, esculturas y restos óseos, con mayor razón hay que tratar de conservar una expresión viva y actual de la cultura maya, como es la agricultura milpera. Dejarla morir sería como permitir la extinción del faisán o la destrucción de Tulum.

Naturalmente, en las actuales condiciones la conservación de la milpa no puede enfocarse con un criterio económico, es decir, no se puede pretender que continúe practicándose en forma ordinaria y generalizada, puesto que no es redituable ni suficientemente productiva; su conservación tendría que ser afrontada como una cuestión etnológica, o sea como la preservación de una manifestación cultural muy importante a modo de pieza de museo para que las futuras generaciones puedan conocer cómo se cultivaba la tierra en los tiempos prehispánicos y cómo se siguió cultivando durante la época colonial y hasta las postrimerías del siglo XX y los albores del XXI.

Eso podría hacerse, entre otros sitios en la reserva de la biosfera de Sian Ka’an. A las familias mayas que habitan dentro de sus límites se les pediría seguir practicando la agricultura milpera para evitar que desaparezca, pero como sería injusto mantenerlas en la pobreza o la miseria, ya que tal actividad apenas les daría para subsistir, habría que compensarlas por ello mediante un subsidio a fin de que dispongan del dinero necesario para cubrir sus necesidades de artículos industrializados y tener un adecuado nivel de vida.

Las familias campesinas milperas de Sian Ka’an, que son muy pocas, dispondrían del terreno necesario para practicar la rotación de parcelas y podrían practicar los periódicos desmontes necesarios en el sistema de roza, tumba y quema, como lo han venido haciendo desde tiempo inmemorial. Botánicos, agrónomos, antropólogos y otros muchos más investigadores tendrían así la posibilidad de estar en contacto con esa tecnología agrícola.

Por ahora, la idea de conservar deliberadamente, con fines científicos, la agricultura milpera en Sian Ka’an o en algún otro y otros lugares del estado es sólo eso: una idea. La esbozó la Asociación Amigos de Sian Ka’an. Pero es muy interesante, y ha sido bien acogida por los investigadores de varias instituciones.

Es bastante fácil de realizar. Prácticamente no requiere de inversión alguna, y los gastos de operación serían muy reducidos: apenas unos cuantos salarios mensuales. Pero si se pone en práctica, rendirá enormes dividendos, aunque no monetarios. Permitirá conservar para las futuras generaciones una muestra viva de la secular agricultura milpera maya, esa agricultura que representó una gran hazaña tecnológica y fue modelo en el aprovechamiento sostenido y racional del trópico subhúmedo pero que ahora, al haber cambiado el panorama socioeconómico en que se halla inmersa, se encuentra en un rápido y acelerado proceso de extinción, como aquellas especies de plantas y animales. que sufren una repentina alteración en sus condiciones ambientales.

En las regiones apartadas del medio citadino se han conservado particularidades de la educación prehispánica rural que, aunque cada vez más es casas, aún pueden apreciarse.

Quienes oriundos de familias campesinas, pasaron los años de su niñez al lado de padres o abuelos agricultores y posteriormente se establecieron en las urbes, son los que mejor proporcionan tal información: rezagos culturales que acaso quienes los atesoran ignoren su valía.

Un amigo maestro, joven aún, reconocido por la superioridad de su formación académica, crecido en el campo, acostumbra hablarnos de los años de su vida en los que obtuvo la conducta que lo guía. sin que por entonces le hubiera parecido que recibía una deliberada educación. La proximidad permanente a personas mayores, ayudándolas en diversas faenas con habitual espontaneidad, o solamente dándoles compañía, sin presiones autoritarias, le transmitieron un saber, en lengua maya, que el tiempo le ha hecho valorar en lo justo.

La naturaleza –nos ha dicho– cuando está libre de las impurezas que la civilización moderna acarrea, se ofrece de manera plena, y el hombre puede percibirla con la total capacidad de sus sentidos. Nos habla de las dotes auditivas de su padre que le permitían detectar la proximidad de una loma y calcular las distancias a determinados sitios con sólo escuchar el sonido de sus pasos. Y nos entera de que el aguzamiento del olfato y de la vista son destrezas que se adquieren sin mayores esfuerzos, ejercitándolos al cambio de las estaciones del año, de los movimientos lunares, la dirección de los vientos, el color de las nubes y de los reflejos solares.

De la milpa, que fue para él escuela de enseñanzas múltiples, recuerda mi amigo, con particular agrado, un sitio llamado paach pak’al, preparado especialmente para cultivos ajenos al maíz (sandía, calabaza. jícama, cacahuate y aun flores) y que es una especie de remanso al que acuden los milperos a media mañana para disfrutar de un pequeño descanso que puede ser bajo la sombra de algún árbol intencionalmente no tumbado, donde toman pozole e intercambian experiencias del día, que para ellos comienza a las cuatro. Para los niños, es la hora del repaso de actividades, del aprendizaje teórico, hora en la que lo hecho es aprobado o corregido al calor de la charla.

Es lamentable que la que debiera ser meritoria obra de la escuela rural no haya hecho una conveniente coordinación con las familias campesinas, con el fin de prolongar la proximidad de los niños a sus padres.

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92 Peniche Rivero, 1990: 72–73.

93 Sharer, 2000: 419–434.

94 Landa, 1986:140.

95 Landa, 1986:144.

96 Landa, 1985:130.

97 Landa, 1986:47.

98 Peniche Vallado, 1980.

99 “Breve hojeada a la guerra de castas de Yucatán. Saastun. Revista de la cultura maya, Univ. del Mayab, 1997, no. 1:8.

100 “Breve hojeada a la guerra de castas de Yucatán, Saastun. Revista de la cultura maya, Univ. del Mayab, 1997, no. 1:9.

101 Yucatán en el Tiempo, tomo IV:108.

102 Morales, 2000:5–7.

 

Candelaria Souza de Fernández

Continuará la próxima semana…

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