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La Educación Maya – VIII

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Educación Maya

VIII

LA RELIGIÓN

No se puede soslayar que la ideología y la religión son las principales conductoras de nuestros procederes; de ellas derivan nuestras acciones trascendentales, siendo ellas las que deciden delicadas situaciones, porque las creencias son las sostenedoras por excelencia, y ambas están en constante reciprocidad con la educación.

Para Mercedes de la Garza, el hecho religioso “como producto humano es histórico, es decir no puede comprenderse fuera de su contexto temporal, cultural y socioeconómico…” y “debe mirarse desde las perspectivas de distintas disciplinas.” Nosotros lo relacionaremos preferentemente con la educación de la cual precisa, sin embargo, de que, en el caso de la civilización maya de que nos ocupamos y que ostentara tanto su religiosidad, apenas permite entrever sus principios educativos, los cuales hemos de lucubrar mucho para encontrar.

Los conceptos que aquí expresamos sobre la religión maya han sido tan amplia y variadamente estudiados, que en mucho ya son del sentir general, por lo que sólo en las transcripciones señalaremos las autorías, dejando la mención de las obras que han servido de guía, para la bibliografía.

Hemos dicho que, en conclusiones finales de su tratado Los mayas, el maestro Barrera Vásquez asienta: “Se hace claro el hecho de que sobre el sustrato rural una élite en cada caso desarrolla la civilización que luego se debilita y cae, permaneciendo lo rural”, texto que consideramos síntesis interpretativa de las altas y bajas observables a lo largo de la historia antigua maya; y ¡qué mejor prueba de tal afirmación que los acontecimientos que se refieren a la religiosidad!

En efecto, si en algo podemos apreciar el desarrollo cultural de las élites a partir de lo rural, el posterior decaer, y después el permanecer en lo rural, es en la religión. Y lo podemos señalar porque, en ella, las expresiones de cada uno de los pasos mencionados están claramente manifiestos; y tenemos especial interés en esta apreciación por que el fenómeno religioso en la vida de los mayas tuvo que haber ido de la mano del fenómeno educativo que es nuestro objetivo.

Aún cuando haya rasgos comunes entre las distintas culturas mesoamericanas como resultado de constantes intercambios y, por supuesto, se encuentran coincidencias en materia religiosa, ello no disminuye la originalidad de la civilización maya que, en lo religioso, es particularmente singular y amerita especial reflexión.

Siempre nos inquieta cuándo y cómo los grupos humanos iniciaron y llegaron a las complicadas estructuras que conocemos en las distintas religiones que han imperado en el mundo. Entre los mayas, nos preguntamos ¿a partir de cuándo y cómo crean una religión tan elaborada y la difunden por la extensa área de su jurisdicción?

Remontando la mente a los orígenes religiosos en general, se hacen oportunas las reflexiones del maestro Alfonso Caso en el Pueblo del Sol22: “El temor y la esperanza son los padres de los dioses (…) El hombre, colocado ante la naturaleza que le asombra y anonada, al sentir su propia pequeñez, las fuerzas que no entiende ni puede dominar, pero cuyos efectos dañosos o propicios sufre, proyecta su asombro, su temor y su esperanza fuera de su alma y, como no puede entender ni mandar, teme y ama, es decir adora. Por eso los dioses han sido hechos a imagen y semejanza del hombre. Cada imperfección humana se transforma en un dios; cada cualidad humana se proyecta en una divinidad en la que adquiere proporciones sobrehumanas e ideales.”

Entre los mayas, la religión fue su interpretación del cosmos, su explicación de la Naturaleza y sus fenómenos, y el enfrentarse a ellos; y como en todas las creencias, su relacionarse a lo divino por ritos y ceremonias.

En constante reciprocidad, religión y educación se apoyaron, y en el adoctrinamiento que Duarte define como “transmisión de creencias y actitudes permanentes”, se fincó la fortaleza de un sistema educativo que, a lo largo de la existencia de este pueblo, marca su comportamiento para el vencimiento de sus metas. En sus procesos culturales fueron ciertamente llevados los mayas por conductas religiosas estereotipadas, que, sin embargo, no fueron limitantes para su enfrentamiento a riesgos naturales y a la consecución de tareas colosales.

En cuanto a su antigüedad, es posible que más allá de los milenios, en las mínimas sociedades formadas por la familia nuclear, en tiempos del nomadismo, hubieran tenido lugar, entre las personas con mayor autoridad, los primeros actos propiciatorios para mitigar los momentos de angustia. Estos actos que fueron primicias de la magia, al superarse las asociaciones por bandas, constituidas las aldeas, fueron quedando exclusivamente a cargo de quienes por sus dotes persuasivas, de liderazgo o por cualidades superiores de observación, dieron origen a los llamados chamanes que se nutrirían de la ingenuidad de los aldeanos, pero quienes, igual que en otras religiones antiguas, y también actuales, creerían sinceramente en la consumación de milagros; sentir comprensible, pues hoy y a pesar de haber llegado la ciencia a someter fuerzas naturales, sanar males otrora incurables y esclarecer enigmas antes inexplicables, los milagros siguen teniendo adeptos, aun para implorar el buen éxito de la misma ciencia; porque en la generalidad de los humanos, la fe religiosa es, con suma frecuencia, más fuerte que la científica.

Vigencia de aquel nacer de la religiosidad maya tenemos en los h-menoob que tan respetados son en el medio rural y a quienes los etnólogos dedican no poca atención. Son fruto de una educación oral que sostiene la permanencia de prácticas milenarias, sin necesidad de grandes adoratorios, en las que invocan a entidades que creen pueblan la naturaleza, y que en un excelente estudio, Arte y composición de los rezos sacerdotales mayas23, Carlos Montemayor exalta: “Las formas literarias tradicionales en las lenguas indígenas de México se corresponden con una concepción del universo que la cultura occidental ya ha olvidado: que el mundo es un ser viviente. La función de sus rezos tradicionales es invocar a entidades sustentadoras de la vida identificadas en un espacio invisible no remoto, sino inmerso en el mundo de las propias comunidades. Este conocimiento de las cosas visibles e invisibles permanece resguardado en ciertos géneros literarios tradicionales y en ciertas ceremonias religiosas. En esas ceremonias los oficiantes pronuncian discursos o rezos que transmiten valores inmemoriales de su visión del mundo y que tienden a curar, conjurar males u obtener de las entidades sagradas los favores necesarios para la vida de la comunidad. En tales momentos el lenguaje no sólo es un instrumento útil, sino una acción sagrada. El rezo del sacerdote maya durante las ceremonias agrícolas de Yucatán es un ejemplo singular.”

Manifestación del “permanecer en lo rural” son también otras reminiscencias animistas de las que los mayas siguen siendo creyentes sinceros, cuando atribuyen vida no sólo a seres cuya presencia física podemos percibir, como los árboles y la tierra –a los que cada vez con mayor frecuencia dejan de respetar a causa de constantes malos ejemplos– sino que también suponen la existencia de seres inmateriales que acompañan a hechos y cosas de la naturaleza, aún a los que producen daño. De ahí que hasta el presente, en el medio rural yucateco, existan prácticas animistas relacionadas con ciertas situaciones, por ejemplo con las enfermedades. En el pueblo de Ixil, acompañando a mi esposo que era médico, cuando el uso de las vacunas no se había impuesto, tuve oportunidad de ver, durante el paso de una epidemia de sarampión, que algunas casas tenían colgadas en el umbral de las puertas de entrada, tres pequeñas jícaras. La explicación que obtuve fue que eran para los “dueños de la enfermedad” que visitaban la casa para cuidar a los enfermos, y a quienes había que despedir al concluir la cuarentena. Durante el tiempo que dura la enfermedad, entre otras precauciones, se amarra a los perros para que no molesten a “los dueños” por que podrían retirarse y quedar desamparado el enfermo. No son causantes de la enfermedad sino “manejadores de ella”, y de ahí que al término del padecimiento se les halague con el saká que contienen las jícaras.

Lo dicho nos percata de que, desde tiempos remotos, debió tener a su favor, la población rural, devotos maestros poseedores de eficaces prácticas educativas, mismas que han sido continuadas y que están caracterizadas por sumo respeto a lo natural, a lo sobrenatural y a quienes tienen como intermediarios ante estas fuerzas. Tal confiabilidad fue la que debió favorecer, en su momento, la formación de los primeros grupos privilegiados o elitistas quienes, al amparo de la religión, solidariamente se transmitirían entre sí el resultado de sus experiencias, observaciones y especulaciones, principalmente las astronómicas con las que proporcionarían a los aldeanos explicaciones sobre la naturaleza, cuyos aciertos los arraigarían en su fe.

Se considera que con posterioridad a los miles de años atribuidos al nomadismo, en los que debieron acumular valiosas experiencias, la sedentarización, con el establecimiento de la agricultura, comienza en el área maya en la costa del Pacífico y en la caribeña de Belice, con anterioridad al llamado Preclásico Formativo (2,000-1,000 a.C.), originándose las primeras comunidades aldeanas en una situación geográfica privilegiada no sólo por su ecología, sino por ser Centroamérica paso favorable para intercambios comerciales y culturales de Mesoamérica. Y fue ahí donde parecen haber puesto las bases para un poder religioso del que partiría el político y el económico, y del que surgirían los primeros gobiernos teocráticos, tal como se asevera existieron entre los olmecas, de los cuales habrían recibido influencia los mayas.

Al tratar del nacimiento de los grandes centros meridionales, favorecidos por la ideal posición geográfica y por el control productivo de las aldeas circunvecinas, Sharer24 afirma: “Estos factores económicos constituyeron un poderoso estímulo para la organización y el desarrollo sociales. Los centros mercantiles a los que estaban unidas las aldeas, eran controlados por la élite naciente, y el resultante poderío económico así concedido a las élites se volvió fundamento indispensable para su estatus y su autoridad locales.”

Dentro de tales importantes conceptos, respaldados por la arqueología, siempre será indicado darle un lugar paralelo a la organización de la economía familiar y a la continuidad de las tradiciones religiosas en las aldeas, teniendo además en cuenta que los avances de las élites, por obra de la educación espontánea, llegarían al medio rural y propiciarían el mejoramiento de su cultura general.

Acerca de la espontaneidad educativa entre los mayas, que remarcamos, Adrián Recinos, en la introducción de su versión del Popol-Vuh, escribe sobre el descubridor del manuscrito, quien había convivido largamente con los quichés, lo siguiente, que nos reafirma en el valor de la educación oral: “El Padre Ximénez nos dice en su Historia de la provincia, que las historias que recogió en Santo Tomás Chilá era la doctrina que los indios primero mamaban con la leche de su madre y que todos ellos la sabían de memoria.”25

Volviendo a aquellas primeras élites, no parece que hubieran sido cerradas en ningún sentido, sino que sus progresos culturales, siempre por la indiscutible obra de la educación con el vehículo del lenguaje, iban por diversos rumbos, donde las comunidades introducirían cambios según sus necesidades, pero sin perder las huellas de su origen común. Algunas comunidades culminarían en verdaderos estados con larga existencia, los cuales, por causas que se van aclarando, decayeron, en tanto que nuevas potencias surgían; otras se enfrentaron bélicamente; algunas fueron absorbidas y perdieron su independencia, o bien transformaron sus organizaciones políticas, emigraron a nuevos sitios o se desmembraron en pequeños cacicazgos muchos de los cuales permanecían en Yucatán cuando llegaron los españoles.

Tomando como guía acuciosas consignaciones arqueológicas de Robert J. Sharer podemos afirmar que las primeras manifestaciones escultóricas y arquitectónicas fueron de inspiración religiosa, y también apoyados en él, que en otros lugares del área maya, ajenos a los citados, como el norte de Yucatán, Maní y Loltún, la vida aldeana ya existía en el Preclásico Formativo; pero nos ajustaremos, en este caso, al desarrollo de las élites gobernantes siguiendo el criterio del autor de que “la urdimbre esencial de lo que llamamos civilización maya, corresponde a las instituciones y la cultura de la élite gobernante.”26

Dentro de esa cultura de élite, plasmada en la escultura, arquitectura y pintura de los sitios que se considera son los asentamientos de mayor antigüedad, está la expresión primera de la religión de los mayas, bien estructurada ya, con la concepción del universo que tenían a través de sus mitos, enriquecidos por la observación devota de los astros, con el culto a los elementos naturales y la deificación a los muertos.

Muestras de sus conocimientos astronómicos, escritura, numerología, que con la religión constituían la base de la civilización naciente, están manifiestos en sitios pertenecientes al Preclásico: Kaminaljuyú (Guatemala). Izapa (Chiapas). El Mirador (Guatemala), Komchén (Yucatán), Tikal (Guatemala) y otros muchos. En todos ellos está lo religioso, bien sea en simbolismos cosmogónicos o míticos, de contenido histórico o de anotaciones cronológicas, pero siempre presente.

Es evidente que la religión tuvo injerencia en todos los aspectos de la vida de los mayas, del nacimiento a más allá de la muerte, y su influencia fue decisiva en la vida comunal. En lo extenso del área maya, donde haya vestigios de que existió algún sitio, ahí se encontrará la huella de la religiosidad, expresada con grandiosa arquitectura si el conglomerado fue muy numeroso o progresista, o manifestada con modestia, tal vez tan sólo con un pequeño montículo, altar o simple comunicación con algún centro ceremonial.

Mercedes de la Garza, refiriéndose a la narración del origen mítico del cosmos, expresa: “Esta narración, sea oral o escrita, no se da en un lenguaje común, conceptual, sino en un lenguaje simbólico, porque expresa una realidad percibida intuitivamente, una vivencia esencialmente emocional y valorativa del mundo, que sólo se puede comunicar a través de imágenes simbólicas.”27 Y lo dicho al simbolismo utilizado para referirse al origen del cosmos, demuestra la investigadora que es aplicable a todo lo relacionado con otras expresiones de lo religioso.

El lenguaje simbólico es el súmmum de la expresión humana. Para llegar a él se precisa profundidad en los pensamientos y fe en su interpretación de parte de los recipiendarios. En el caso de los mayas, tales alcances debieron ser el resultado de una transmisión constante de ideas a lo largo de innumerables generaciones, o sea la consecuencia de una firme y duradera educación.

Comprensible es que este lenguaje no trascendiera íntegro a todo el pueblo, sino que en el ambiente rural, las concepciones muy elevadas se fueran volviendo ajenas a él, y se limitaran a la práctica de un culto lleno de respeto y sumisión hacia las altas jerarquías, pero al margen de sus complicaciones, conservando tradiciones ajustadas a sus necesidades.

Tratar de conocer cualquier rasgo de la cultura maya o querer comprender las actitudes de este pueblo, pasadas o presentes, aspirar a un acercamiento hacia él, implica algún conocimiento de sus símbolos religiosos. Aunque de manera somera, trataremos de aproximarnos a ellos.

 

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22 Caso, 1971:11.

23 Montemayor, 1995:13.

24 Sharer, 1998: 78.

25 Recinos, 1968:11.

26 Sharer, 1998:67.

27 Garza, 1998:33.

Candelaria Souza de Fernández

Continuará la próxima semana…

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