I
Mérida, ciudad situada al norte de la península de Yucatán, a solo 36 km del mar, es, desde su fundación el 6 de enero de 1542, la capital de la provincia de Yucatán, y sus gobernadores durante el período colonial fueron designados directamente por el Rey de España, a pesar de que políticamente el Virrey de la Nueva España podía intervenir en muchos de los aspectos de la vida de esta región conocida durante la dominación española como Capitanía General de Yucatán.
Mérida, solariega y romántica, conservó durante largos años su sabor de ciudad provinciana; se puede decir sin temor a equivocaciones hasta 1950, aun cuando en esta cercana fecha la ciudad se había extendido muchas cuadras más allá de sus arcos, de los cuales sólo se conservan tres: el conocido como el Arco de San Juan, situado entre las calles 69 x 64; el Arco del Puente entre la 63 y la 50, y el de Dragones, a una esquina del anterior, entre las calles 50 y 61.
Al finalizar el período colonial, los límites de la ciudad no rebasaban los suburbios de Santiago, Santana, Mejorada, San Cristóbal, la Ermita y San Sebastián, en donde por lo general había quintas sembradas con gran variedad de árboles frutales.
En la Ermita y San Sebastián, hace poco más de medio siglo, se conservaban todavía algunas de esas quintas, que al correr de los años se fueron fraccionando, dando lugar a nuevas construcciones: surgiendo así los numerosos predios que conforman estos suburbios, desde fines del siglo pasado.
Mérida en estos tiempos no tenía calles petrolizadas, y su parque central –o plaza grande como decimos los yucatecos– estaba rodeada de hermoso y artístico enverjado en cuyo interior solo se podía permanecer hasta las diez de la noche, pues a esa hora la catedral hacía sonar sus campanas en señal de recogimiento, y los faroles accionados con carburo, que con su tenue luz alumbraban las esquinas del centro de la ciudad, se apagaban para ceder su lugar a la oscuridad, a ratos interrumpida por la débil luminosidad del cigarrillo de un sereno o de algún nocturnal enamorado discretamente escondido en el quicio de una puerta; por supuesto que esto no sucedía durante las noches bañadas de luna que los meridanos de aquellos años disfrutaban al máximo.
Cuando don Lucas de Gálvez llegó a la península, el 15 de marzo de 1788, el Gobernador en funciones era don José Merino y Ceballos, hombre que tenía el apoyo y la simpatía de las familias acomodadas que pertenecían a la alta sociedad, descendientes de los antiguos encomenderos que se convirtieron en los nuevos hacendados, en cuyas propiedades se explotaba el henequén, planta natural de la región que los mayas antes de la Conquista cultivaron en forma familiar en sus solares y utilizaron en la confección de sus vestidos y sandalias, así como también en la fabricación de hilos que les sirvió de amarre en muchas de sus labores del campo.
Don Lucas de Gálvez y Montes de Oca, natural de Ecija, España, desembarcó en el puerto de Campeche con los cargos de Intendente de Yucatán y Teniente del Rey, nombramientos expedidos por el Soberano Español el 2 de abril de 1787. Desde los primeros días de su llegada, dio pruebas de su gran capacidad para salir avante en todas las empresas encomendadas a él, lo que unido a su dinamismo y personalidad, así como a su carácter alegre y jovial, le convirtieron en un personaje con mucha simpatía y popularidad a grado tal que, a sólo un año de haber llegado, logró que sus amigos, que por cierto eran muy numerosos, entre los que se encontraba el Conde de Campo Alange que residía en Mérida, solicitaran al Rey de España le extendiese nombramiento de Gobernador y Capitán General. A esta solicitud se unieron las de sus connotados amigos en Madrid, por lo que el Monarca, atendiendo a tantas manifestaciones de apoyo y teniendo en buena estima a don Lucas, así como el deseo de mejorar la vida de la Colonia, decidió otorgar nombramiento de Gobernador y Capitán General de la Provincia de Yucatán al Brigadier Capitán de Navío y Caballero de la Orden de Calatrava, don Lucas de Gálvez y Montes de Oca quien en sencilla, pero muy emotiva ceremonia, tomó posesión de su cargo el 24 de marzo de 1789, provocando por este motivo y como era de esperarse la inconformidad de los amigos de Don José Merino y Ceballos, entre los que se encontraban el Administrador de Correos don Antonio Cánovas, el Obispo Fray Luis de Piña y Mazo, don Juan Esteban de Quijano, Regidor del Ayuntamiento, y sus hermanos, el Presbítero Tadeo, el Brigadier don Manuel y algunas familias que con el cambio de Gobierno se sintieron lesionadas en sus intereses.
A pocos días de iniciado el nuevo gobierno, el Jefe de la Mitra dispuso se pusieran en venta las Cofradías, fincas que por disposición de los Obispos que le antecedieron fueron adquiridas por subscripción pública y cuyos beneficios económicos se destinaban para fines religiosos, como eran los gremios y otras festividades que cada año se realizan en honor de los Santos Patronos de cada una de las comunidades de la Colonia. Como dichas cofradías se integraron con la participación de mestizos y mayas, y como el trabajo en esas fincas no se hacía con fines de lucro personal, no les pareció bien a los cofrades que se vendieran sin previo acuerdo de ellos, que habían participado económicamente en su adquisición y posteriormente con su trabajo gratuito, surgiendo por este motivo brotes de inconformidad que se extendió entre la población de origen maya principalmente, por lo que el Gobernador, temiendo un levantamiento de los mayas en toda la provincia, ordenó se cancelara la venta de las Cofradías, a lo que se opuso rotundamente el Obispo, quien no supo ocultar su enojo, haciéndolo público desde el púlpito. –No se puede suspender la venta de las Cofradías por un simple temor del señor Gobernador –expresó– ya que es del conocimiento público entre los habitantes de esta provincia que el dinero que se recauda con la venta del henequén que se cultiva en las Cofradías ya no sirve a los fines para los que fueron creadas y en su lugar se dé preferencia a la compra de bebidas embriagantes que fomentan el vicio del alcoholismo entre los habitantes de esta Provincia–.
Estas declaraciones públicas del Jefe de la Mitra incomodaron al Gobernador, quien se vio obligado por las circunstancias a dirigir un amplio informe sobre este asunto al Consejo de Indias, instalado en Sevilla, España, con el fin de hacer valer sus disposiciones, ocasionando por este motivo un distanciamiento entre el poder civil y el religioso, que dio como resultado la formación de dos bandos políticos: el de los partidarios del Obispo Fray Luis de Piña y Mazo y el de los que simpatizaban con el Gobernador don Lucas de Gálvez.
Sin embargo, don Toribio del Mazo, sobrino muy querido del Obispo, no tomó partido por ninguno de los dos grupos pues, habiéndose hecho amigo de don Lucas desde los primeros días de haber llegado, le resultaba un poco embarazosa esta situación, ya que el Gobernador era buen contertulio suyo, sobre todo en las fiestas que organizaba en su hacienda El Rosario, situada a menos de una legua de distancia de la ciudad, conocida hoy como Walis, cuya casa principal se conserva en los terrenos de la colonia Esperanza.
La enemistad entre don Lucas y don Toribio, que tenía el grado de Teniente de Milicias, no se debió a motivos políticos, sino a otro mucho más fuerte y delicado, se diría mejor, sentimental, y la causante fue nada menos que una joven y encantadora dama de la sociedad Meridana por la que los jóvenes perdían el sueño.
La amistad entre la distinguida señorita doña Carmen Cisneros y Rendón y don Lucas no se hizo esperar mucho tiempo, ya que entre ambos existía una mutua atracción sin que se hubiesen tratado, pues sólo habían tenido oportunidad de mirarse en algunas ocasiones cuando doña Carmen, en compañía de don Toribio, asistía a las misas dominicales de Catedral.
Enterado así que su amigo, el Teniente de Milicias, pretendía a doña Carmen, no se atrevió a pedirle que se la presentara por lo que prefirió esperar a que otro amigo suyo lo hiciera cuando se presentara la oportunidad, como efectivamente sucedió.
P. Loría T.
Continuará la próxima semana…