Prólogo de la primera edición
Miguel Ángel Asturias
Esta fábula guerrera debe ir a las manos de todos. Su faz, vista por los hombres de hoy y de mañana, ya fue vista por los ojos de los hombres de antes. Muchos son los que ahora la verán de nuevo. Está escrita, podríamos decir pintada, en forma sobria y rica en imágenes, por mano de varón nacido allí donde acaecieron esas cosas, tierra de estrellas y silencios. Su prosa hiere de tan fría y cortante. No hay tiempo a encogerse de pavor. El vértigo de la muerte produce la muerte. Vacío de los ojos hacia adentro, no de los ojos hacia afuera. ¿Lo que la fábula refiere es presente, es pasado, ocurre, ocurrió? No hay tiempo para inventar ante este discurrir de hechos que sucedieron, pero que se quedaron sucediendo y siguen sucediendo. La sangre golpeada, la que corre por nuestras venas no ignora nada. Todavía nuestra historia no está toda escrita, pero está hablada. La escribimos cuando se nos abre una vena y surge el canto, la protesta, o una relación como esta que nos traza Ermilo Abreu-Gómez, de la guerra-triste que nos hicieron, que nos hacen, tan diferente de la guerra-fiesta, de aquel batallar bailando de los hombres vestidos de pájaros, árboles, sueños con máscaras y tatuajes que los volvían invisibles. Las cosas se hicieron demasiado visibles para nosotros indígenas de nacimiento, pensamiento o vocación. Nos hieren. Preferimos la yema del dedo al ojo, la adivinación al oído, el presentimiento tremendo al hecho escueto, casi inerte. Somos lo que está antes o lo que está después, y al mismo tiempo lo que está antes y después.
Sin estas peregrinas explicaciones nadie acabará de penetrar a fondo el texto ya sagrado, porque ya está escrito, de La Conjura de Xinúm; ni nadie percibirá cabal su persistencia de sueño real, en ese aparecer y desaparecer de los hombres, de los pueblos. ¿Cuándo guerrearon? Ayer guerrearon y hoy mismo están guerreando en esas mismas tierras, bajo el sol que alumbró aquella guerra y alumbra la de hoy, la de siempre, la del indio desposeído y la del explotador insaciable.
Pero se nos va la lengua y es mejor tragarse el idioma de fuego, como Ermilo Abreu-Gómez se lo traga para no quemar con la ira lo que debe seguir consumiéndose sin llegar a ceniza, ardiendo en algún lugar de la tierra, en una isla entre costillas, en nuestro propio corazón. ¡Pronto que la cosa es así! La Conjura de Xinúm va a seguir ardiendo, espinando, desasosegando. ¿A quiénes? A los que la lean. A los que la lean no les quedará paz. Con ella alegamos lo nuestro, alzamos de nuevo los brazos con aquellos hombres al lanzar nuestra proclama en reclamo de nuestras tierras y sus beneficios y de algo que aún vale más, de nuestra dignidad de americanos. Pero ¿ante quién, ante quiénes nos presentamos? No somos descreídos, pero son los dioses los que ya no creen en nosotros.
La tragedia del hombre, materializado hasta los huesos, no nace de no creer en Dios o en los dioses sino de algo más terrible y definitivo, nace de que Dios o los dioses ya no creen en él. ¿Ante quién nos presentamos? Nuestra literatura tiene que ser presentada ante alguien. Es un alegato de buena prueba, de bella prueba, en reclamo de los que por nuestro verbo hablan, piden, claman, lloran, se arrebatan, protestan, ríen con risa de máscaras o se conforman con callar. Nos presentamos ante los pueblos, clanes, tribus, hombres-oídos-de-naciones, ojos-de-naciones, corazones, manos, pies, entrañas, orejas, frentes, bocas, lenguas-de-naciones. Ellos oyen. Ellos saben que Ermilo Abreu Gómez no escribió esta fábula guerrera para deleite de atontados por los elíxires de las letras, sino como testimonio, bajo el cielo y sobre la tierra, de lo que sucedió en Yucatán, que fue lo que sucedió también en mi Guatemala.
Quiénes habrá que se queden, después de la lectura de esta verídica fábula, con el sabor desnudo de su prosa. Las palabras casi no tocan los hechos, los conforman, son moldes de arcilla verbal que al deshacerse dejan el hecho tal y como fue, tal y como es, porque el hecho tocado por palabra tan transparente no pasa ni se enturbia, ni se oculta, es siempre. Quiénes habrá que elogien en La Conjura de Xinúm la desnudez del idioma, la falta, el ahorro de adjetivos, ¡sabia artesanía de maestro en el arte de escribir! Ya que esta falta de adjetivos permite reflejar, en el texto, el espacio vacío, arenal, hierbajo, aerolito y ciudad cósmica en que acaecieron los hechos que se cuentan.
Y en este escenario despoblado, la tormenta de los verbos que saltan sobre los sustantivos presta a las frases, a los párrafos, a las páginas, una movilidad propia de guerra de guerrillas. Quiénes habrá que se enamoren de La Conjura de Xinúm del agua lluvia-miel que en forma de ternura hace resbalar nuestro corazón, humedece nuestros ojos y nos corta el respirar.
Nosotros nos quedamos con todo eso y con el testimonio. La gran literatura americana ha sido siempre testimonio de nuestras luchas. La literatura indígena, oral y escrita; el alegar de los españoles, empezando por Bernal; los prerrománticos y los románticos dejaron testimonio en sus obras del batallar del hombre americano. Tal lo realiza ahora, en forma ejemplar, Ermilo Abreu-Gómez, reviviendo en fábula guerrera algo que hizo «llorar al cielo y llenó de pesadumbre el pan de maíz», bajo el fulgor de las estrellas que vieron el ahorcamiento de Cuauhtémoc, a quien hoy clamamos en alta voz, a gritos, a gritos:
-¡Padre nuestro que no estás en un lecho de rosas, santificadas sean las plantas de tus pies y hágase, Señor, tu voluntad de lava!
Buenos Aires, octubre, 1956.
Continuará la próxima semana…