Remembranza
ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
Mi infancia en el Distrito Federal, a la mitad de los años 30, cuando México tenía 10 millones de habitantes en esa megalópolis, la he reseñado en artículos anteriores, casi todos relacionados con la música, las amistades de mis padres, artistas como ellos, mientras yo iniciaba mi formación cultural rodeado de amor y talentos artísticos no solo familiares, pues sus amigos no solo participaban en los sábados bohemios de casa.
Casi todo era maravilloso. Vivíamos en las calles de Acerina 96, de la colonia Estrella. Me tocó ver que se cubrieran las ventanas con lienzos negros para desaparecer la Ciudad y no la localizaran las fuerzas alemanas durante la noche, pues México ya había entrado a la Segunda Guerra Mundial.
Como eso hay muchas cosas que narrar que vienen a mi mente periodística. Testimonios de esos momentos vividos de mi formación infantil.
La Ciudad de México pareciera en esa época de los 30 ser un inmenso cofre lleno de tesoros que emergen de vez en cuando para dejarnos conocer cómo eran sus recovecos en tiempos pasados, permitiéndonos generar conexiones entre lo que hoy existe y aquello que nunca veremos.
Recuerdo que en la Av. De las Joyas con Acerina, a unos 80 metros de nuestra casa, había una torre petrolera que daba a la Calzada de Guadalupe y a la calle de Acerina, la calle donde patinaba y jugaba fútbol con pelota de trapo con mis compañeros de cuadra.
El subsuelo de algunas zonas al norte de la ciudad era rico en minerales a principios del siglo pasado, había agua ferruginosa, agua con minerales de Fierro, pozos artesianos y chapopoteras. Además de que era un proveedor importante de queroseno de la Ciudad de México, un líquido que servía para las lámparas. Por todo esto, se pensó que por la zona podría haber también existencia de petróleo e iniciaron las exploraciones.
“Las primeras búsquedas de petróleo datan de la década de 1860, ya que entre 1862 y 1904 fueron construidas otras torres en diferentes lugares de la Hacienda de Aragón que era inmensa y la colonia Estrella está dentro de los terrenos que la comprendían. La primera torre estaba detrás del antiguo convento de Capuchinas, otra muy cerca de las avenidas de Cantera y Acueducto de Guadalupe, y una más muy cerca de la de Acerina”, comparte el cronista Sócrates Vera de el Universal.
Pero fue a finales de los años 20 que se levantó en las actuales calles de Acerina casi esquina con Avenida Joyas, una torre de extracción de petróleo que tenía como propósito el explotar ese recurso tan preciado y del que hubo evidencia en esos terrenos.
De acuerdo con el cronista, este tema es sumamente controversial ya que muchas personas afirman que todos los que invirtieron para estas exploraciones fueron víctimas del ingeniero estadounidense que lideró la búsqueda. Lo cierto es que la tecnología no era tan precisa como ahora y la búsqueda de petróleo conllevaba perforar el suelo y “ver qué salía”. Sin embargo, considera que como en la mayoría de los negocios, una inversión puede o no puede funcionar: “para mí, el ingeniero actuó de buena fe. Él se dedicaba a hacer pozos artesianos y tenía cierto prestigio en el ámbito petrolero de la época”.
Los esfuerzos no rindieron frutos y la famosa torre de extracción nunca estuvo en producción ni funcionamiento, pero sí logro convertirse en otro ícono en el imaginario colectivo de la zona y más de nosotros que vivíamos a 80 metros de la torre petrolera.
Dichos tesoros son los que suelen dotar de identidad a un barrio, ya sea por la historia de su nombre, de la zona o por la repentina aparición de “algo” sin precedentes; tal fue el caso del terreno que hoy en día ocupa la Colonia Estrella, al norte de la ciudad. En esta ocasión EL UNIVERSAL se acercó a Sócrates Vera, cronista de la zona, para que nos compartiera la historia de varios sucesos que han marcado la vida del barrio.
A pesar de que la colonia nació como tal en la década de 1930, a inicios del siglo pasado, específicamente en 1907, brotó de la tierra un sorprendente chorro de agua producto de la perforación de un pozo artesiano (Hoyo profundo que se excava para extraer el agua contenida entre dos capas subterráneas impermeables; el agua procede de un nivel superior a estas capas y por ello tiene presión suficiente para salir a la superficie de manera natural). De inmediato la gente comenzó a llamarlo géiser, ya que era un fenómeno muy parecido.
La altura de dicho chorro fue de 45 metros y, de acuerdo con el cronista, los habitantes de la zona estaban seguros que el agua desaparecería en cuestión de días, pero no fue así. El géiser estuvo activo año y meses, volviéndose un atractivo turístico natural a las afueras de la ciudad –recordemos que, por mucho tiempo, lo que era considerado como Ciudad de México sólo comprendía el perímetro de lo que hoy llamamos Centro Histórico.
Su aparición forzó a que vecinos y las autoridades hicieran algunas maniobras para que el agua no se desperdiciara tanto y que poco a poco fuera adquiriendo fama. No necesitó de muchos esfuerzos para convertirse en algo “llamativo”, ya que en ese entonces no había edificios altos que dominaran el cielo citadino y sus 45 metros de altura lo hacían visible en toda la zona.
Llegó a ser tan conocido que hasta la cigarrera del Buen Tono, de gran fama en ese entonces, le tomó fotografías para ocuparlas dentro de su publicidad. “La ubicación exacta del géiser aún la estoy afinando, podría ser entre las calles de Azabache y Amatista -a dos cuadras de casa- o entre las calles de Malintzin y Talismán. Justo llegó a mis manos una foto que apunta al poniente y me da una nueva pista, de que quizás solía estar entre Talismán y Joyas, muy cerca de Azabache”, explica Sócrates.
Dedico esta crónica al Ing. Edmundo González, con quien nos reunimos a nivel familiar. Rememoramos el Distrito Federal de antaño, llevándonos a la Col. Estrella, donde vivían sus tíos.
Añoramos el zócalo capitalino, las calles de Guatemala y Brasil, la librería de Porrúa y la escuela de San Ildefonso, el Museo de Cera y tantas cosas que nos llenan de recuerdos y evocaciones juveniles.
Fuentes