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La chiquilla descalza

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Caminando por las calles

Carlos Duarte Moreno

(Especial para el Diario del Sureste)

 

La conozco perfectamente. Un día y otro día me ha venido a proponer billetes de lotería. Ya frisa en los catorce años. Va descalza siempre, sucia, ojerosa, con el vestido que apenas le llega a las rodillas, con los senos que ya pican el corpiño, con los labios en que despunta el temblor del beso de la especie. Rodea el parque, se aventura en la taberna, entra al salón de billares, se mantiene largo rato junto a los parroquianos que ocupan las mesas del café. Greñosa y descuidada, con picardía que es brújula de su destino, ofrece el arqueo de su cintura, tratando de conquistar simpatías para que pueda vender siquiera una fracción de su hoja de lotería. Riñe con el mesero, disputa con el niño limpiabotas que también anda a caza de centavos y, en sus refunfuños y en sus ataques, suelta palabras que hacen pensar en su candor destrozado, en su hermandad con la procacidad del briago, con la soltura altisonante del encanallecido. Y cierra el puño en actitud de lid, con ademán de arrabal, como en las tristes batallas femeninas en el corazón de la crápula y por la disputa del macho.

-¿Te gusto?

Me lo ha preguntado al darse cuenta de que la miro con una infinita melancolía de espíritu. Y a su vez me flecha con los ojos, con sus ojos color tabaco a quienes falta contemplar, incuestionablemente, muchos y distintos paisajes… Y quedamos un instante como dos enemigos que se reconocen. Rompo la situación y le pregunto:

-¿Cómo es tu nombre?

-¡Rosa!

¡Una rosa del arroyo…! Un botón de juventud que crece y se abrirá en la vida entre el piropo brutal del libertino que pasa, bajo la mano atrevida del badulaque andariego que resbala sobre una cadera, o se prende, con ansia de exprimir, sobre un seno.

-¿Te gustaría tener un vestido bonito y medias y zapatos?

-¡Ya me las ofreció un señor!

Con orgullo me lo espeta. Y de nuevo me contempla con intención de darme a entender que ya tiene un enamorado que le ofrece obsequios. Me acuerdo de la letra de aquel tango en cuyo fondo se pierde una muchacha por un par de medias de seda… ¿Y esta chiquilla descalza, trashumante, suplicadora, en su tarea de vender billetes de lotería, será una nueva sombra, una silueta de renuevo en la fantasmal procesión de las miserias morales que se visten de seda, se gastan en carcajadas y en champaña y terminan en la cama y el anfiteatro de un hospital? ¡Incuestionablemente sí! Porque estos catorce años que se arrastran en el desenajenamiento del contagio, no son otra cosa que el moldeo de esas tragedias a las cuales ya nadie hace caso y que apenas sirven para la gacetilla periodística proporcionada por la policía y que obliga a un mohín de asco a las señoras que se ufanan de un cristianismo que entrega a las Magdalenas a las despiadadas injusticias de la más ciega multitud. Se trata de una fase continuada de la miseria social, de la castrada esperanza de los de abajo. Hoy, muchos que pueden hacerlo no ayudan a esta chiquilla descalza; pero cuando una de esas conciencias que viven de la juventud ajena la controle, la maquille, la presente con trapos de colorido atrayente, entonces verá cómo la siguen los que, sabiéndolo, lleven en el bolsillo el precio de su entrega. Y así es como la familia que tiene la necesidad del auxilio de los centavos que deja la venta de billetes está viviendo del tronchamiento del despuntar de una juventud que ya sabe el epíteto de la taberna, el lenguaje del prostíbulo, la seña explicativa del pecado y el sabor de la copa que toma presurosa ante el cerco apremiante del que compra una fracción numerada y que invita con morbosidad que hierve.

Esta chiquilla, descalza ahora pero que mañana ha de pasar en auto por las mismas calles en que hoy transita, es víctima, fruto neto de la constitución de nuestra decantada humanidad. Los que tienen repleta la cartera son incapaces de darle ahora dos pesos a cambio de sus fracciones de lotería; pero estarían prestos a darle cincuenta duros si la chiquilla dijese que sí… ¡Rugidos del animal que opacan la voz del sentido superior! ¡Bocanada de sombras que engullen al sol…!

¿Verdad que el mundo es como un plumón de cisne, como un vaso de vino confortador en la sed del espíritu, como una hogaza blanca y olorosa en las hambres espirituales de los hombres? ¿Verdad que el universo no tiene nada de cruel, de injusto, de malhadado, de cercenador, de verdugo, de tremendo…?

¡Sucesión de mentiras que, algún día, ha de estallar en lágrimas en el corazón y en los ojos de esta chiquilla descalza…!

Mérida de Yucatán.

 

Diario del Sureste. Mérida, 17 de enero de 1936, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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