Letras
Jorge Pacheco Zavala
Las burbujas son graciosas porque a los ojos de los niños son una ilusión sorprendente que entraña un misterio que nadie ha podido descifrar.
No todas las burbujas representan diversión. Como la vez que a mi hermana le salían burbujas por la boca porque se había ahogado y el único aire que le quedaba a su cuerpo provenía de la reserva guardada en sus pulmones. Luego vinieron los policías médicos a preguntarme lo que había pasado, les dije que ella había caído al lago, sin saber nadar.
– ¿Sin saber nadar? — preguntó el hombre de barba canosa.
– Sí, ella nunca aprendió a nadar— dije, convencido de que era la verdad.
Cuando se llevaron su cuerpo, vi por última vez su cara. Toda la existencia que uno puede imaginar cabía en esos once años. No la he podido recordar de otra forma. Ella, tendida en esa camilla, con medio rostro cubierto por una sábana blanca.
Luego de esa tragedia, me dio miedo meterme al agua. Aun bañarme representaba un riesgo para mi sistema nervioso.
Una vez observé cómo la lavadora de mi madre sacaba burbujas como las que le brotaban a mi hermana aquella tarde. Eran burbujas brillantes que parecían traer un mensaje en su interior. “¿Pero…qué mensaje?” me pregunté en secreto, como si de veras no supiera la respuesta. Era el mismo mensaje que he venido recibiendo los últimos seis meses desde el accidente del lago.
“¿Accidente?” oigo a mis espaldas murmurar. Como si un vigilante me siguiera a todas partes. Cierro la regadera y un par de burbujas se deslizan alegres hasta la coladera. No pueden entrar. Se detienen. Luchan. Finalmente se rompen. A veces nos rompemos cuando intentamos entrar sin conseguirlo.
Desde entonces me he vuelto más callado, más silencioso, más ausente…
Mi padre se ha ido de casa ya hace un par de días. Lo puedo recordar sentado en la sala de la casa, haciendo circunferencias con el humo de su cigarro. Yo le pregunto si aquella magia que hace son burbujas. “¿Burbujas…?” pregunta, sin buscar respuesta. Acto seguido, lanza un escupitajo al descanso de la escalera. De inmediato, mi madre le reclama airadamente por aquel acto indecente.
– Eres un marrano, ¿acaso no puedes escupir afuera?
En respuesta, él prepara un nuevo gargajo que arroja a la entrada de la casa. Ella vuelve a insultarlo, pero ahora con más tino:
– Deberías largarte a escupir a otra parte, ya veo que es la única gracia que tienes, cerdo maloliente…
Yo comparo los dos escupitajos y descubro que solo uno de ellos tiene burbujas en la superficie. Tal vez la mayor distancia recorrida ha producido ese efecto, ya que el de la entrada acumula al menos tres burbujas que luchan para no extinguirse.
– Te puedo enseñar a escupir, si es lo que quieres.
Yo lo miro con los ojos de un niño al que le resulta imposible no sentirse orgulloso de su padre, aunque tan solo sea por causa de dos escupitajos, uno de los cuales produjo burbujas.
Todas las burbujas tienen diferente naturaleza. Una mañana, antes de que mi padre se fuera de casa, mi madre le dijo:
– ¿Por qué no te atreves a salir de tu burbuja? ¿No ves que tu mundo no es el mundo en el que vive tu hijo?
Mi padre encendió un cigarro y se encerró en su burbuja; ahí adentro existían otras burbujas, además de las producidas por el humo de su cigarrillo. Luego entendí que eran las burbujas utópicas de: “Voy a lograrlo, ya verás”; “Todo mejorará, no te preocupes”; “Yo te cuidaré, nunca te dejaré solo”.
Al final, mi propia burbuja se rompió cuando mi madre enfermó de cáncer. Una mañana me llevaron a verla al hospital. Había sobre su cara una burbuja plástica que la mantenía con vida. Un par de tubos alimentaba la burbuja. Luego supe que hasta las burbujas necesitan ayuda. Yo acababa de cumplir ocho años cuando la vi por última vez. No quise pastel, ni quise un regalo. Lo único que deseaba era estar de nuevo en aquella burbuja donde antes habitábamos los cuatro.
Todos hemos llegado a habituarnos a las burbujas. Entre una burbuja y otra hay verdaderas similitudes. Nos permiten existir, y eso es bueno, pero nos roban la oportunidad de vivir la vida que debiéramos estar viviendo…
Luego de algunos lustros, he descubierto a la madre de todas las burbujas, la burbuja Santo Grial, la burbuja final. Con esta burbuja se termina la búsqueda; una vez que la encuentras, que estás dentro, ya no hay necesidad de salir.
Muy bueno. El santo Grial de las burbujas, que gran idea.
ME encanta cuando un texto te deja pensando, ¡gracias!