(CUENTO DE FANTASÍA)
Roger Hernández
En tiempos lejanos a esta época, sucedió en un pueblo de la península llamado Halachó una serie de misterios que nadie pudo descifrar, pues no se explicaban cómo desaparecían cadáveres de sus tumbas.
Así, pues, comienza este corto relato, que espero sea de su agrado pues en él encontrará misterio, intriga y emoción.
“Una persona acababa de morir. Las campanas de la iglesia repiqueteaban lúgubremente en señal de luto, y todos los vecinos se dejaban ver en la casa mortuoria, para dar sus condolencias a la infeliz familia por la desaparición de uno de sus integrantes.
Llegada la noche, todos velaban al infeliz difunto. Como hoy en día, repartieron café con licor para entrar en calor y cada uno contaba sus simpatías para con el difunto.
Llegada la hora del entierro, la familia sollozante daba el postrero adiós a su pariente fallecido.
Por la noche una bestia, no sé cómo descifrarla, fuera león o tigre, cualquiera que fuere nunca se supo, daba feroces zarpazos a la caja mortuoria y desgarraba el cadáver, y se lo llevaba a su cueva para después devorarla.
Los primeros rayos del sol anunciaban el nuevo día y los campesinos que pasaban para ir a sus milpas se encontraban con las huellas de sangre coagulada. Dispusieron seguirlas hasta el lugar en el que desaparecían: una cueva, profunda y negra. Parecía que allí gobernaba el rey del infierno.
Asustados, los campesinos fueron al cementerio y se encontraron con la tumba reciente, desgarrada como si fuera obra del demonio. Aprobaron dar aviso a sus parientes y familiares, y todos del pueblo fueron a mirar aquella obra sin nombre.
Pasaron días y semanas hasta que por fin cayó otra persona víctima de la dama negra: La Muerte. A su entierro todos los campesinos concurrieron y se quedaron con un acuerdo: velar en el cementerio al muerto. Armados de escopetas, machetes y de palos, se pusieron en marcha a descubrir al autor de la obra anterior, pero no aparecía nada.
El reloj del palacio municipal daba las doce de la noche cuando, de pronto, todos los campesinos se pusieron de pie para ver de dónde y de qué lugar provenían aquellos aterradores rugidos que helaban la sangre y ponía los cabellos de punta. Nadie pudo ver como entró al sagrado recinto aquella bestia, dando poderosos zarpazos a la tumba.
Sonó un disparo, otro y luego otro. Se oyó un rugido de dolor y la bestia herida emprendió la precipitada retirada. Detrás de la bestia, los campesinos, hasta que se les perdió de vista.
Al amanecer todos siguieron la sangre de la bestia hasta llegar a la horripilante cueva. Nadie se atrevió a entrar en ella. La bestia rugía de dolor, todos dispararon y se alejaron del lugar.
¿Cómo era la bestia? Allí solo el Señor de los Cielos conoció a la usurpadora de cadáveres.
FIN
Nota bene: El texto anterior fue rescatado de los archivos históricos de Diario del Sureste y pertenece a Roger Hernández, joven estudiante de la Academia Marden, quien lo envió para publicarse en un periódico estudiantil de la época de los años de 1955.
Nuestro respeto al autor por su creatividad con la esperanza firme de que hubiera logrado el éxito que amerita su vocación de escritor.
A continuación, el manuscrito original: