XVIII
Continuación…
Nos dedicamos durante una semana a visitar a nuestros amigos. Los costeños, Pepe Guízar y otros más que habíamos conocido nos dejaron sus direcciones en el D.F. El requintista de Los Costeños me dio prestada su guitarra (requinto), pues yo le había contado que teníamos intenciones de visitar nuestra tierra (Yucatán) y quería llevar mi guitarra y otra más, a lo que él me facilitó su fina “lira”.
Nos estamos preparando para ir a Veracruz. El “viejo” no nos acompañó esta vez, pues parece que tiene posibilidades de encontrar un empleo que le ofrece un amigo. Triste final de ese empleo (años después) que consiguió en Guerrero Negro, B.C., pues en un viaje a Tijuana a visitar a unos familiares se estrelló el avión que en mala hora abordó nuestro “viejo gordo” y ahora si se le desprendieron sus ya cansadas alas de bohemio. Que Dios te separe un lugar en el cielo “Guilbo” (así le decía yo) y que los ángeles te canten tus canciones preferidas. De verdad que hemos sentido la muerte de nuestro “viejo” amado. Era un santo antiguo.
Nos despiden los familiares de Don Guilbardo y salimos rumbo al puerto jarocho.
Nuevamente Veracruz. Todas las buenas familias que nos cobijaron en sus hogares nos reciben con el mismo cariño de siempre. Don Ramón Narváez y los amigos Berlín y Oliver. La familia Suárez, los Quijano y todos nuestros corazones con ellos. Les juro honestamente que necesitaría varias hojas para llenar con tanto nombre de gente amiga. (Perdónenme los que omita, pero los llevamos en el alma con su cargamento de bondades). Nuevamente la jocosidad jarocha nos contagia y nos vamos a Los Portales a pelar camarón para acompañarlos con nuestras frías y refrescantes cervezas. Y viene nuevamente el “Balajú que ya se fue a la guerra”. ¡Suenan las arpas!
Nos preparamos durante esos días para esperar el vapor Motul que nos ha de transportar hasta nuestro añorado puerto de Progreso.
Al fin llega este vetusto barco y, sin más ni más, una noche nos vemos navegando y saliendo rumbo a Yucatán.
Bonito viaje. Canciones en el camarote y en cubierta. Canciones para todos, canciones para gente que sufre de mareo y para los mareados con alcohol. Todos se vuelven amigos en una travesía de estas.
El barco navega… nosotros cantamos.
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Al fin, a las cincuenta horas aproximadamente, vemos un brazo que se adentra en el mar para recibirnos. Es el muelle nuevo. Vemos que la recepción será de nutrido contingente. Pañuelos y saludos. Lágrimas de felicidad y tres niños “héroes” que regresan al terruño con los laureles del éxito ceñidos en sus frentes. Ah, seguimos siendo niños. Gozamos esa llegada. La gente, todos los amigos y cuantos se reúnen en mi casa esa tarde escuchan de nuestros labios solamente la parte bonita de la gira de más de un año. No tiene caso contarles tantas vicisitudes, amarguras y peligros que sorteamos durante ese tiempo.
Por la noche, una gran fiesta para agasajarnos. Todos los guitarristas de Progreso se dan cita en mi casa. Cantamos y tocamos hasta que el sol nos avisó que ya era otro día. Más fiestas al otro día y al otro y al otro. Todos quieren agasajarnos. Quieren saber más de nuestras aventuras pues, aunque la prensa local proporcionaba noticias de nosotros, siempre hay algo que no se dice y solamente entre amigos se conoce.
Nos ofrecen un coctel de bienvenida los buenos y gentiles amigos de Mérida de Don Guilbardo. Nos brindan canciones y les devolvemos su cariñoso agasajo con nuestro eterno agradecimiento. Pasaron varios días en que nos dedicamos también a dar a conocer nuestros adelantos en cantar y tocar. Todos quedaron complacidos por nuestra hazaña que comenzó hace varios miles de horas. Pero, hay una persona que piensa y razona con equilibrio… Ese es el padre de “Polo”. Este buen señor Don Andrés nos reúne a conversar para saber nuestras intenciones futuras. Nos hace ver que no es lo mismo una gira con un contrato seguro, como el que tuvimos, a seguir en plan de aventura. Estima que lo mejor sería que continuáramos estudiando y nos quedáramos con el sabor del triunfo que habíamos obtenido y con los gratos recuerdos de lo pasado. ¡Cuánta razón tenía Don Andrés! Pero ¿quién le hace ver a mi inquieto corazón que ahí debía terminar todo? En fin, “Polo” tenía que seguir estudiando (buena medida), y René y yo nos pusimos a pensar en nuestro futuro. En fin (otra vez en fin), convencimos al padre de “Polo” para que le permitiera viajar nuevamente a Veracruz, y después de unos días ahí tomaríamos la determinación de seguir René y yo solos, y ver que Polo se regresara a Progreso.
El señor Selem “Uxul” (padre del hoy mago Selem), quien en nuestros pininos fue también de las personas que siempre se preocupó en conseguirnos contratos en sus giras y del que tanto, tanto aprendimos, nos despide en el malecón ofreciéndonos una verdadera noche de gala. “Uxul”, el hombre de micrófono incansable, profesional y endiabladamente convencedor de la calidad de los productos que anunciaba, reúne a cientos de espectadores para despedirnos. Tocamos en el mismo lugar donde dos años atrás (en el malecón) lo habíamos hecho, junto con el quinteto de Pepe Domínguez, ante el público cubano. Nos recuerda el señor “Uxul” que por cierto en la bella Cuba fue donde la muerte sorprendió a Pepe, cuyos restos mortales fueron traídos a Yucatán (su amada tierra) casualmente por Don Guilbardo y otros más. SIENTO MIEDO, PUES HOY NOS DESPIDIERON A NOSOTROS… TENGO TERRIBLES Y MALOS PENSAMIENTOS, pero un arrojo que ya lo desearía a estas alturas.
Al otro día, y ya con los preparativos del segundo viaje de aventuras, me voy al muelle a repetir mis escalofriantes piruetas con mi antigua “palomilla”.
Gano la admiración de todos con un elegante clavado que me lleva (por su perfección) hasta el fondo, de donde salgo con un brazo roto. Inmediatamente fui atendido por el Doctor Fernando Guzmán, quien me coloca los huesos en su lugar y me dice: Ya verás cuando sanes cómo vas a tocar más bonito la guitarra, pues te arreglé el brazo de manera que puedas alcanzar hasta el último traste del diapasón. Así me reanima este Doctor que luego sería gran amigo nuestro, pues ha sido un enamorado de las canciones. Transcurren quince días y, como no aguanto el yeso, una tarde en que tenía más alcohol que sangre en el cuerpo, y más ganas de cantar que de morir, me corté un pedazo de la envoltura (muy mal hecho, desde luego) que en compañía de Polo y René, mis amigos el “Cubanito” Duarte y Miguel “el Zurdo” Vargas, mi hermano “Pito Loco” y todo un regimiento, nos vamos a visitar al Doctor Guzmán. Después de un breve examen, me dio de alta en su casa de Chicxulub, pero con la condición de que le demostrara que ya tocaba mejor la guitarra. PARA QUÉ CONTARLES LA PACHANGA QUE SE ARMÓ ESA TARDE… Días después en su consultorio me libraría el doctor de mi molesta pero protectora enyesada. Y aquí les digo, amables lectores, que he llegado al
FIN DE LA PRIMERA PARTE.
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…