XII
Continuación…
Ya no pienso, sólo quiero dormir y no puedo. Veo pumas y coyotes, víboras, un inmenso precipicio. Despierto sudando y asustado a cada momento. Hace un frío de no menos de cero y yo estoy sudando. Me asomo a la ventana y veo una fina llovizna que está cubriendo la calle. No puedo dormir… Es inútil. Me abrigo lo mejor que me lo permiten las cobijas del hotel y sin darme cuenta me duermo, sin saber tampoco a qué hora. Despierto a las 11 de la mañana y no puedo ni moverme. Lo mismo les pasa a mis compañeros. Las dos esposas de los tramoyistas sólo esperan poder levantarse para abandonar a sus condenados maridos. Les aseguro que tienen razón, pues no hay cariño que aguante un viajecito de estos. Nos vamos a pasear a Nogales, conocemos sus calles y sus gentes; también vamos al cine y, al salir, vemos: Cabaret Magnolia, Bar La Rosa, Night Club El Sinaloense, Bares, cabarets, clubes, carnitas, borrachos y el clásico decorado de mujeres de la vida… ¡Qué vida, señores!… Ya estamos otra vez en la frontera. Ya me estoy acostumbrando a ese movimiento y, además, creo que me gusta un poco. ¿O acaso iban ustedes a pensar que me voy a poner a rezar a ver si la virgen compone el mundo? No míster, no, si aquí casi no hay tiempo para la oración, más que cuando nos castañean los dientes de frío y hay que ir a tocar y reír. Entonces sí que se reza y se pide ayuda al cielo.
Nogales no es una frontera tan “brava” como lo es Tijuana, pero entre esa melancolía que la rodea se siente que la mano de Dios no anda muy cerca de esa ciudad. Cerveza a medio dólar con una chamaca de compañía, siempre y cuando ella se tome otra. Whiski al mismo precio y con la misma compañía. Pecados capitales a tres dólares (a pecar, chamacos). Nogales también tiene su encanto y su gente buena, abnegada y muy trabajadora… De todo… De todo… Seis días en Nogales era ya suficiente tiempo para nosotros y toda la compañía, por lo que emprendemos a Hermosillo. Hay un autobús que saldrá a las diez de la noche, pero que no tiene asientos disponibles para los tres. Qué importa que solo dos estén vacíos, podemos turnarnos y viajar en el piso del autobús. Así lo hacemos y llegamos a Hermosillo.
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Paco Miller ha comprado en los EE. UU. una bonita carpa portátil. Se llama “Teatro Portátil Universal”. Es una carpa, sí, pero con camerinos y todas las instalaciones funcionales de un teatro. Gradas, butacas de primera y luces, muchas luces de colores. Ya está con nosotros nuevamente el gran señor de la canción ranchera y no ranchera Pepe Guízar. Mario Ramón, el maestro de baile, ha puesto (montado) nuevos cuadros. Llega Meche Constanzo y un amaestrador de perros que tiene un gran mastín llamado “Chacho” que es un prodigio de animal, tanto por su tamaño como por su habilidad y gracia para trabajar. También está con la compañía el señor Kin-Lupín y sus monitos amaestrados. El debut y la segunda noche fueron sorteados por los artistas más o menos bien, ya que el frío dentro de la carpa era lógicamente más intenso que en los teatros con calefacción (ESO ERA LO ÚNICO QUE LE FALTABA PARA SER EL MEJOR TEATRO DEL MUNDO). De verdad que había frío en Hermosillo y que nosotros le llamábamos Hermofrío. Al tercer día sí fue el acabose, pues yo no podía tocar mi requinto y Polo apenas podía mover las manos en su guitarra. René, pues, con sus maracas era el único que hacía ruido, pero como éramos unos chamacos, la gente nos perdonaba todo lo mal que salían nuestras interpretaciones.
El Maestro Kin-Lupin ya andaba teniendo dificultades al trabajar con uno de sus chimpancés, pues le entraban ataques de locura y quería morderlo. ¡Carajo! ¡Hasta los monos se vuelven locos con el trabajo! En fin, después de la última función de esa noche, estábamos todos reunidos esperando la paga, cuando vemos salir a Kin-Lupín con un chango encima que le tiraba manotazos y lo hacía sangrar por todos lados donde el enfurecido animal ponía sus garras. Unos corrieron a tratar de auxiliar al señor Lupín, pero fueron también arañados. El maestro nos gritó que nadie se metiera ayudarlo y entre ellos dos se entabló una pelea de muerte, la que felizmente acabó cuando el sangrante dueño de los monos logró sujetarle el cuello al animal y terminó con su vida, ahorcándolo. “Era cuestión de mi vida o la del mono,” dijo el señor Lupín; cuando estos changos se enloquecen sólo nos queda el camino de terminar con ellos, pues su estado de locura llega al punto de que les da por morder hasta despedazar lo que está a su alcance.
En verdad, primera vez que veo lo grandes que son los dientes de un mono. Pobre maestro, fue más su pena que su dolor, pues era el chango que servía de ejemplo a los demás en su educación; pero, ni modo, la vida es lo primero, pues changos en cualquier oficina se pueden conseguir; son los que se sienten más importantes sin serlo, pero existencia, ¿dónde, hermanos míos?… Sólo una, y hay que saber vivir sus minutos, así nos aconsejaba Paco Miller: vivir sin maldad en el alma y sin prejuicios en la conciencia; entregar lo mejor de nuestra existencia y recibir el amor con más amor.
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Saldremos mañana rumbo a Guaymas. Nos morimos de ganas de llegar, pues queremos conocer un cerro donde dicen que vive un vampiro. Y, efectivamente, al llegar nos conversan que en el cerro que está a un lado de la entrada principal de la ciudad hay una cueva donde mora un hombre con apariencia de vampiro y que ya se ha chupado a varias chamacas. ¿Quién será este buen amigo que ha sentado sus “lares” en el cerro y trae de cabeza a los pobladores?… Mejor es no averiguarlo, pues con suerte nos chupa también a nosotros…
Qué lindo me parece Guaymas, pues tengo la oportunidad de caminar por la playa y evocar mis blancas arenas de Progreso. Veo el mar y respiro su olor a sargazo. Me siento muy cerca de Yucatán, y sin embargo estoy a miles de kilómetros de la tierra que más quiero. Horas placenteras disfrutamos ahí.
Todo en Guaymas nos parece adorable. Ya nos vamos a Empalme. Al visitar el pueblo de Empalme nos damos cuenta que la tragedia de los mexicanos sale al encuentro nuestro, pues vemos pasar un tren con sus vagones atestados de hombres que son transportados como animales. Asoman sus rostros, casi todos con barba de varios días o semanas sin rasurar, (ojalá que no esté mi padre entre ellos, pues el viejo sería más útil en la oficina). Rostros de gentes con hambre de justicia y pan. Ojos que ya no tienen lágrimas. Manos mexicanas deseosas y necesitadas de trabajo. Vuelvo a pensar en sus hijos y sus mujeres. Pobres mexicanos jodidos, jodidos hasta el límite de su mísera existencia. Problema grande que el gobierno mexicano trata de resolver. (Por favor, apúrenle que cada día somos más).
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…