VI
Continuación…
Año de 1951, mes de enero o febrero. Viene a Mérida el gran ventrílocuo Paco Miller. Los anuncios dicen eso, pero el destino dice además que con él viene el hada madrina de nuestros meses venideros.
Ya llegó Paco Miller y ha comenzado a presentar sus atractivas funciones en el Teatro Yucatán. Nos hacemos presentes con él y nos invita a cantar en una de sus funciones. Tocamos con más miedo que éxito, pero él nos anima diciéndonos que con más práctica y un repertorio de aproximadamente 25 canciones podríamos comenzar a formar nuestra verdadera personalidad como trío. Que no imitemos a Los Panchos y nos quitemos el nombre de Los Panchitos, pues ya en México, D.F., existían unos con tal identificación artística. Nos sorprende su opinión, peor después comprenderíamos cuánta razón tenía este que sigue siendo el gran señor de los escenarios. Nos pide también que nos presentemos en algún teatro de Yucatán, a fin de obtener un poco más de experiencia, y además nos promete que, si llegamos a sentirnos más seguros en el escenario y lo alcanzábamos aproximadamente en el mes de mayo en Veracruz, él nos invitaba a formar parte de su elenco artístico y nos llevaría a una gira que emprendería en ese puerto jarocho y con miras a prolongarla hasta los EE. UU. Ahora sí creo firmemente que él nos lo dijo con sinceridad, pero subestimando nuestra inquietud y nuestro arrojo, pues cuando salimos del teatro, ya nosotros estábamos haciendo planes para el mes de mayo y él, me imagino, pensando en todo menos en lo que nos había prometido, aunque como corresponde a todo bien nacido, lo dijo porque tenía la seguridad de que, si el caso se daba, lo cumplía y nos incluía en su grupo de artistas. Yo estuve toda esa noche pensando qué sería eso de los EE. UU., ¿en dónde quedaría y si en verdad existía algún lugar que no sea Yucatán?
Al otro día estábamos nuevamente en Mérida y logramos hablar con Don Héctor Herrera (el primero de la dinastía), pilar y honra de la familia artística de Yucatán. Este buen señor, que además nunca aprendió a decir la palabra no a principiantes o consagrados, nos brinda su teatro y, señores míos, ya estamos actuando en el Teatro Plaza, en sus tandas. Qué bien nos está yendo con el público de Mérida y cuánta experiencia estamos obteniendo. Don Héctor nos está enseñando algo del difícil arte de moverse en escena. Nosotros, siempre estamos atentos a sus sabios consejos. Ya somos verdaderos triunfadores. Otra vez pienso ahora cuánta IRONÍA se desgrana en la mente del hombre-niño, y cuánta más en la inocencia del que nada sabe de la vida.
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Llega el mes de mayo y con él un hormigueo de inquietud en nuestras mentes, pues tenemos la intención (locura) de ir a Veracruz a entrevistarnos con Paco Miller. Por esos días conocemos en Progreso a un joven güero, alto y muy alegre que luego de escuchar alguna de nuestras canciones y saber que queremos viajar a Veracruz, nos promete llevarnos si nuestros padres hablan personalmente con él y nos otorgan su consentimiento para que nos lleve a la tierra de Agustín Lara.
Nuestros padres no tienen más remedio que conversar con este buen amigo que por cierto y suerte nuestra es el mero mero capitán del barco Río Banderas, y que casualmente zarparía al otro día. Otra vez a correr, gritar y contarle a todo el mundo que nos vamos a aventurar por otras tierras. Despedidas, consejos, bendiciones y ropa de viaje para mis amigos y compañeros. Un beso a mis padres, dos camisetas y una maltrecha guitarra forman mi equipaje. DESESPERACIÓN y GRAN TRISTEZA Y PENA SENTIMOS PORQUE ESE DIA, tan pronto ese día, el tiempo no es propicio para que el barco salga de viaje y tiene el capitán que llevarlo mar afuera a “capear” el temporal que, aunque sin fuerza, si es de reglamento que la flota se paralice. Me acuerdo que me siento en la punta del muelle a ver el barco lejano en la bahía. Lloro de coraje porque a lo mejor no puede el capitán regresar la nave por nosotros. Francamente creo que, si no me voy en ese barco, no me quedará más que suicidarme, pues ya toda la gente se ha despedido de nosotros y hasta una pequeña reunión se organizó el día anterior para comentar nuestra aventura. O me suicido o me largo solo, pero les aseguro que no me quedo en Progreso si es que el barco se va sin sus tres inocentes cargamentos. Por fin amaina el mal tiempo y el barco regresa al puerto. Ahora sí, ya estamos dentro de él y no hay quien me haga salir de su interior más que muerto, así se hunda este frágil “mastodonte” marino. YA ESTAMOS ZARPANDO… YA SE DESPEGÓ EL BARCO DEL MUELLE… YA SE VEN DE LEJOS LOS PAÑUELOS, pero se sienten de cerca las lágrimas de nuestros padres. Ya no se ve Progreso; el barco se ha iluminado con luz marina. Vamos a cenar. Hola, cabrones chiquitos, ¿qué hacen aquí?… Así nos saluda Miguel Ángel Quijano, amigo de nuestras familias que atiende, al igual que tres más experimentados maquinistas, el buen funcionamiento del buque. Qué alegría ver un amigo más en el barco. Que toquen una canción pide el capitán. Ya estamos cantando en medio del océano… Como un rayito de luna entre la selva dormida… Qué emocionante cantar y sentir que se está sobre el mar. El vaivén del barco nos acompaña con su ritmo. Amanece y me sorprende la madrugada en lo más alto que puede un niño subirse para contemplar el amanecer. Llaman a desayunar. Cuánta comida hay para nosotros. Polo está algo mareado y yo me agencio la comida de él y la de René, que ha jurado no levantarse de su cama hasta que lleguemos a Veracruz.
Siete días de viaje, pues nos sorprendió un poco de mal tiempo en alta mar y además el barco perdió una propela. A duras penas llegamos al feliz término de nuestro peregrinar. VERACRUZ… rinconcito donde hacen su nido las olas del mar. Qué lindo se ve el puerto jarocho. Entra el barco por la bocana y nosotros por el inquieto mundo de nuestra fantasía. Desembarcamos y nos vamos a casa de nuestro amigo Miguel. Llegamos a su casa. Casa jarocha; mujer de sereno mirar y hermosa cabellera, que lo recibe con besos y lágrimas. ¡Oh, mujeres esposas, hijas y madres de los marinos, cuánto sufren con esta obsesionante pero peligrosa profesión de los hombres de mar!
Nos saluda ahora la hermana de Miguel, se llama Mercedes y destila simpatía por todos los costados. Habla rápido y nos promete que enseguida nos presentará a uno de tantos amigos que tienen en la familia, y que seguramente nos dará una buena ayuda, naturalmente que ganándola nosotros con nuestro trabajo. Trabajo… trabajo, qué caray, si cantar es para nosotros una diversión.
Las familias Quijano-Batista y Narváez fueron el punto de apoyo para que nosotros podamos quedarnos en Veracruz a esperar a Paco Miller, pues nos brindaron techo, comida, afecto familiar y toda la ayuda necesaria que precisábamos. Nos presentaron con otras familias que ponían su “grano de arena” también. La familia Suárez, Ariel, Carlos, Orlando, progreseños radicados en Veracruz; la familia Sastré, nuestros buenos amigos Berlín y Oliver, troveros de la trova exquisita y recia de ese “nuestro” puerto jarocho. El “Loco Bilabóa”, pintoresco y parlanchín, a “Paco” Ballines y a tantos más que llenarían estas páginas. Esos, esos apuntalaron nuestro edificio de ilusiones. A todos ellos les entregamos un pedazo de nuestros corazones (acuérdense lo que advierto al principio). Dada mi prematura senectud no incluyo por olvido a otros más en estas líneas, mi perdón, pero que sientan que están presentes en esencia aquí conmigo.
Veracruz huele a coctel, a sonrisa que contagia, y a cadencia de mujer. Ahora estoy más loco que cuando salí de mi queridísimo Progreso. Hoy vamos a cantar a una radiodifusora local, ah, nos van a pagar. $25.00 por media hora del programa. Qué bien. Seguimos cantando en ese programa y ensayando hasta desfallecer de cansancio. Hoy nos dijeron que Paco Miller estará aquí la próxima semana. Seguimos mientras ganando unos pesotes en algunas fiestas y comiendo “pellizcadas” y “gorditas” con salsa de tomate. Qué rico café con leche hay en Veracruz. Llegó Paco Miller. Nos entrevistamos con él por la noche. Ya lo tenemos nuevamente entre nuestra infancia y un destino. Nos invita para que actuemos en la función de mañana. Él ha contratado el gran teatro “Felipe Carrillo Puerto” para presentar a sus artistas, y ahí casualmente nos tocará actuar. Me veo con mis dos compañeros junto al “Moro” (el director de escena, quien después nos enseñaría tanto de teatro) esperando sus órdenes para actuar esa tarde. Siento miedo de torero. Salimos a escena y… ¿qué pasó? Nunca lo sabré, pues solamente me acuerdo que, al ver tanto público silencioso en espera de lo que íbamos a hacer, quedé paralizado de terror. Pobres amigos Polo y René, pues a duras penas salieron del trance y casi a rastras me llevaron a un camerino. Qué fracaso el mío, que se volvió nuestro, y cuánta risa bondadosa de los artistas y cuántas palabras de consuelo de todos. Qué experiencia tan grande la mía al sentir que se nubla todo a mi alrededor y quedar durante cinco minutos paralizado y sin respiración, agarrando una guitarra y mirando, sin ver a la gente que aún después de la primera y única canción que pudimos interpretar, (ellos dos) nos aplaudieron. René, con un sentido más claro de la situación, dio las gracias y fue el que le indicó a Polo que era mejor huir.
Virgen santa; nos dice Paco Miller que vamos a actuar otra vez en la noche, pues si queremos ser artistas tenemos que perder el miedo al público. A escena nuevamente, otra vez a temblar, pero pude hacer algo, casi nada, pero estuvo mejor. ¡Cuánto nos querían ya en Veracruz, que nos aplaudieron por lo poco o mal que nos salió todo esa noche! Paco nos invita para continuar actuando con él y se nos asigna el nombre de “Los Jilguerillos”. La gente jarocha nos adoptó para siempre. Camisas nuevas, par de zapatos nuevos y pantalones iguales forman parte de nuestro vestuario. En verdad, es el único traje con que contamos. Tengo 16 o 17 o 18 años, pero pienso ya como de 25 y me dicen que pronto ya casi seré un hombre. Creo que el hombre que nunca abandona a su niñez. Mañana será el penúltimo día que Paco Miller estará en Veracruz y nos avisa que, si queremos continuar la gira con él, debemos ir acompañados de una persona adulta que sea nuestro tutor. Milagro, milagro, señores, nos encontramos en el hotel “Diligencias” al señor Gilbardo López, que ni tardo ni perezoso se brinda como gran bohemio a ir con nosotros de representante. Pedimos de inmediato los documentos correspondientes a nuestros padres y nos serán enviados a Puebla. Qué suerte encontrar a Don Gilbardo, un señor gordo, con cara y alas de ángel, corazón de ángel y ciento treinta kilos de bondad encima. Se “arranca” con nosotros a la aventura. Llegamos a Puebla, siento un poco de frío. Actuaremos una semana en el teatro Variedades. Hoy cené una exquisita longaniza que me deshidrató durante veinticuatro horas. Recuerdo vivamente que parte de esa deshidratación la aguanté a medias arriba del escenario mientras actuábamos esa noche. Qué dolor de estómago y qué malestar. Aprendo a sonreírle al público en los peores momentos de mi existencia. Me la paso aguantando todas las horas que dura la función, en espera de que se desocupe alguno de los baños.
Al tercer día volví a comer y gozar de la longaniza, y mi cuerpo se portó mejor que la anterior vez. Le escribimos a nuestros padres para comunicarles que sentimos mucha tristeza dejar Veracruz, pero que estamos en camino de la Gloria. ¿Qué será la gloria?… Sigo preguntándomelo aún a esta edad mía. Mi mente se pone calurosa y mis manos frías cada vez que tengo que salir a escena. Me gusta ahora que haya mucho público, pues me siento gigante. Ya hemos dominado en gran parte nuestra presentación, pues sabemos caminar en “las tablas”, y reír y hacernos sentir e identificarnos con los asistentes a las funciones.
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…