V
Continuación…
Entre nuestras actividades artísticas comenzaba a sobresalir una que muchos recuerdos gratos me dejó, como era ser contratados para cantar en algún pueblo: Conkal, Cholul, Umán… etc. Qué alegres nos íbamos a pasear. Salida en la tarde en su respectivo camión, para luego en Mérida tomar otro, y esa llegada triunfal que hacíamos. “Polo” llevaba su guitarra en un viejo, pero práctico, estuche. Yo, tenía uno que era más práctico: una funda de franela con una gran bolsa a un lado. Esa bolsa era para llevar mi “traje de actuar”.
Quince pesos por dos actuaciones en el cinema del pueblo pero, eso sí, cena antes y después de las funciones. Miles de panuchos y refrescos para nosotros, y aplausos continuos en cada presentación. Niños prodigio, sensación de importancia, sueños de gloria que de muchachos valen mucho, y de hombres hacen evocar lo puro y virgen que había en nuestros pensamientos.
Hoy nos vamos unos días al pueblo de Homún. Nos ha “mandado llamar” el padre Pavía para que nos presentemos jueves, viernes y sábado en el “cine” que ha construido en el costado sur de su iglesia.
¡Ah, qué Padre tan original en todo: nos recibe a mitad del camino en un coche “fotingo” que le ha dado prestado un señor del pueblo! Tiene (el Padre) enyesado el brazo izquierdo, como consecuencia de una caída en su motocicleta hace una semana, al acudir de noche a una ranchería cercana a Homún, a fin de auxiliar espiritualmente a un moribundo. Por cierto, nos cuenta que el susodicho moribundo está actualmente en el monte cortando leña y él, como lo vemos, con un brazo todo roto y lleno de rasguños y moretones. Llegamos a Homún, y después de la comida del medio día nos encomienda el Padre que limpiemos el piso del “cine”. Estoy poniendo cine entre comillas, porque en realidad era una parte de un patio al aire libre, con una pared mal revocada y la cual hubimos de pintar de blanco esa tarde, pues en ella se proyectaría la película. Ahora a rastrillar el patio. Luego a acomodar las sillas, instalar el sonido, y a las nueve de la noche comienza la función en la cual, después de cada rollo, como solamente hay un proyector, pues cantamos dos canciones y… sigue la función. En verdad fueron tres días de confesión, comunión y recoger limosna, pero eso sí, qué ricas comidas nos obsequió el Padre Pavía. $15.00 para cada uno. Hoy, a 26 años de distancia, creo que mis mejores 72 con Dios fueron esas.
xxx xxx
ALBOROTO… CARRERAS… NOTICIAS DE QUE LOS PANCHOS VENDRÁN A MÉRIDA A CANTAR. Los traen contratados por los dueños de la fábrica de Sidra Pino. Sabemos que estarán dos días en Yucatán, de paso para La Habana, Cuba, nuestra vecina de enfrente. ¡Qué barbaridad! Se nos ocurre que sería bueno que cantáramos junto con ellos, es decir, en la fiesta que ellos cantarán. Oh, gran Dios, eso sería una locura si logramos realizar semejante hazaña. Pero, ya ven amigos, todo puede suceder en esta vida, y sin darnos cuenta estamos rodeados de la tumultuosa cantidad de gente que asiste a los patios de la fábrica mencionada para escuchar a Los Panchos. Antes de que terminaran su actuación esos grandes artistas, nos avisaron por Don Luis Pino que enseguida nos presentarían a ellos y tocaríamos una canción para que el público de Mérida nos conozca. Todo fue oír eso y no me quedó más recurso que meterme a uno de los baños para desahogar mi nerviosidad. Ahora sí sé que el miedo nos acelera la digestión.
Nos presentan como Los Panchitos, nombre que ya en el puerto nos había puesto quién sabe quién, pero que con ese calificativo nos identificaban.
Cantamos (si es que cantar se dice) una canción. No recuerdo cuál, pero sí puedo asegurarles que por primera vez en mi vida sentí el gusto que enloquece al artista cuando se le aplaude. Es como sentir una vida dentro de la nuestra. No hay palabras para que pueda explicar esa divina experiencia. ¡Qué éxito!… Nos aplauden cientos de personas. Yo tiemblo y se me nubla la vista, René sonríe y Polo se nos pierde entre la multitud.
Entre gritos y empujones de los que siguen los pasos de Los Panchos, nos quedamos envueltos de sudor y entusiasmo. Logré ver a Polo y a René subidos en un camión y me dicen que se van al Hotel Mérida, lugar donde habrá un coctel en honor a ese gran trío. Cuando llego al hotel y pido permiso para entrar, se me niega y siento una gran desesperación, pues ya me habían dicho unos señores a quienes pregunté que, efectivamente, mis dos compañeros estaban adentro. Venturosamente llega otro grupo de admiradores de Los Panchos y me “cuelo” entre ellos.
Logramos tomarnos una fotografía con Los Panchos y el alto honor de brindar una copa. Siento otra vez una emoción grande, pues nos llevan a conocer sus guitarras. Toco el requinto del “Güero” Gil. Qué linda y sonora guitarra y, pienso… ¿LLEGARÉ ALGÚN DÍA A TENER UNO ASÍ? Ah, niño inocente ¡quién iba a decirte que llegarías a tener uno así!… o dos…
De regreso por la noche a Progreso, nos encontramos a buen número de amigos esperándonos en casa de Polo, pues la radio había transmitido nuestra canción que interpretamos y además la noticia de que Los Panchos nos habían invitado a pasar la tarde con ellos en su agasajo. SOMOS UNOS VERDADEROS ÍDOLOS EN EL PUERTO. Ídolos… ídolos… ¿Qué será eso, me pregunto ahora?
Niños llenos de emoción y ternura que se creen ídolos. Idolatría sin cimientos. Contagiosos comentarios de los porteños para describir nuestra hazaña. Al otro día, Los Panchos ofrecerán una actuación en el Cine Tropical de nuestro puerto. Nuevamente, y después de la actuación de estos prestigiados artistas, actuamos nosotros y, ahora sí, somos grandes entre nuestros aplaudidores conciudadanos. Ya estoy mareado de tanto éxito, ya estoy enloquecido de triunfo, soy importante al igual que mis compañeros. Se van Los Panchos, pero se queda el prestigio nuestro de haber actuado a su lado. Cuánto candor en nuestra mente embriagada de satisfacción.
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…