IV
Continuación…
Aquí, según recuerdo, a propósito de la ciénaga, es cuando mi futuro comienza a cambiar de rumbo, pues en una de esas correrías el destino apareció en el cuerpo del niño Ramiro Sosa. Todo fue llegar a los basureros y este niño (Ramiro) se ocasiona una herida. (OJALÁ QUE LEAS ESTAS LÍNEAS, RAMIRO, PUES POR TI MI VIDA CAMBIÓ EN ESE INSTANTE). Hubimos de llevarlo cargado hasta su casa. Cómo nos hemos reído y lo seguimos haciendo de ese simpático sucedido. Sus padres, amorosos, como casi todos los padres del mundo, nos impusieron el castigo de que, todos los días de convalecencia de Ramiro, deberíamos ir a conversar con él. ENCANTADOS, pues nos obsequiaban con ricos dulces y refrescos. Cuánta vacilada de niños… cuánta inocencia inocente.
En una de tantas visitas “Polo” García, amigo nuestro, llevó una guitarra y tocó un tono.
¡Qué bárbaro!… Qué prodigio de Polo y qué envidia la mía, infantil, pero envidia. Polo, bueno como un santo, (OTRO SANTO VERDADERO…NO COMO… mejor no lo digo) me enseña ese tono. ¡QUÉ LOCURA!… Soy un gran músico, ya toco un tono.
Seguimos aprendiendo algo más que nos enseña su padre (EL DE POLO), Don Andrés, y se nos une René Frías, apodado “El Salchicha”. (Caray, de verdad que en Yucatán casi todos tenemos apodo). Hemos formado, sin querer, un trío. Cantamos todas las tardes.
Mi madre, con cien mil sacrificios y quince pesos, me compra una guitarra, ya no necesito más. Quiero aprender un poco cada día y mi cariñosa madre me lleva con un maestro del barrio, Arturo González. Un peso (de los duros) de plata pagaba mi santa madre por cada clase de ese buen señor. Un peso de la paciencia de Don Arturo, y dos horas mías de escuchar y admirar el prodigio de sus manos recorrer el diapasón de la guitarra. Con qué devoción pagaba mi madre mis clases.
Serenatas, fiestas. Toda convivencia donde pudiéramos ir los tres a tocar, júrenlo que ahí estábamos. René con sus maracas, y Polo y yo con nuestras guitarras, más grandes que nosotros mismos. Serenatas a nuestras novias. NUESTRAS NOVIAS NI SABÍAN QUE LO ERAN, PERO NOSOTROS NOS HACÍAMOS ILUSIONES DE QUE ESTABAN ENJAULADAS Y ESCLAVIZADAS. Cuántos sueños… cuántos delirios… cuántas horas de gozo verdadero cantando serenatas.
Coconito ya tiene bicicleta y tenemos también un nuevo amigo: El “Turco” Farah. Este último es el rico del grupo y tiene también una flamante bicicleta inglesa. El “Turco” siempre traía unos “quintos” en la bolsa que ponía a nuestra disposición para los refrescos. Buena persona este Jorge Farah, noble y sencillo, como toda su estimable familia. Ocho de la noche de cualquier noche y de cualquier día de la semana, y dos bicicletas que soportan a cuatro chamacos cada una. Ocho corazones, dos maracas y dos guitarras. Ocho mentes limpias. Lluvia, viento, calor, mosquitos, perros ladrando, cientos de perros convertidos en leones detrás de nosotros… Qué nos importa lo que pase, las serenatas se llevan cada noche a razón de ocho por lunada. Cómo cuidaba mi guitarra. Cómo quería y sigo queriendo a mis amigos de esa época. Cuánta dulzura en nuestra amistad. Amistad pura.
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LLEGARON LOS PANCHOS A MÉXICO – Lo anuncia la radio. (No existía televisión en Yucatán). Tus besos se llegaron a recrear aquí en mi pecho… Qué lindas canciones interpretaban Los Panchos. Nuestro público de Progreso nos pedía que las aprendiéramos. Qué trío el que formábamos: yo era el que tocaba el requinto, Polo la guitarra y René con sus maracas. Tres jóvenes que de pronto han descubierto lo hermoso que es cantar y tocar.
El capotraste (o transportador) para mi guitarra era un lápiz y una liga, pero qué bien me servía. El primo de Coconito, el pianista Joaquín Lizama (Q.E.P.D.), nos contrataba para llevarle serenata a su novia que vivía en el puertecito de Chuburná. Era en verdad una grata aventura llevar serenata a Chuburná, pues no existía la carretera actual y, aunque nos íbamos en coche, el camino era cenagoso, parte de piedras y un tramo de tupida vegetación. Era una gira nocturna en donde cada kilómetro era obligación la parada para ensayar y echarnos un trago. Total, aproximadamente 15 kilómetros de ensayos y tragos, pero qué digo de tragos si apenas era un “besito” el que le dábamos a la botella. ¡Qué amanecer!… Qué experiencia cantar mientras el sol se despierta y asoma su rojiza nariz. El amigo Joaquín, delicado como todo gran señor, al ver que no le cobrábamos, nos obsequiaba al otro día unas bien alimentadas hojaldras de jamón y queso que él mismo preparaba en su panadería; además nos compraba cuerdas para nuestras “liras”. Sin darnos cuenta, cada sábado ya era costumbre que se reunieran algunos amigos, y llevábamos serenatas hasta quedar roncos para ganar unos pesos. Aclaro que, por mi parte, con mi guitarra al hombro convertía cualquier día de la semana en sábado. Cómo me gustaba oír tocar a Don Miguel Concha y “Pepe” Serrano, el “Chel” Rosado, Lira y tantos otros trovadores porteños que han dado lustre a nuestro querido Progreso. No hubo un trovador de esa época que nos negara su atención cuando solicitábamos aprender un tono o una armonía. Gracias a todos ellos que tan noblemente nos ayudaban a descubrir secretos de la guitarra.
Logro pasar el 6º año gracias a la inagotable paciencia y ayuda de nuestra inolvidable maestra Manuelita Arce. Cómo recuerdo sus grandes dotes de gente y destreza para hacerme entender sus explicaciones. Me pone en manos de Doña Julia Ávila, que por aquellos años se hizo transitorio cargo del salón en que estudiaríamos el 6º año y, gracias también a su paciencia y los muchos castigos que bien ganábamos de todas ellas, logramos los más tontos cruzar ese puente entre la primaria y la secundaria. “¡Qué Doña Julia tan cruel!”, pensábamos en aquellos días. Nos castigaba y nos llevaba a su casa toda la tarde hasta que aprendiéramos la lección que uno a uno ella “checaba”. ¡AH! MAESTRAS DE ESA ÉPOCA. CUÁNTO LES DEBEMOS DE EDUCACIÓN, Y CONSTE QUE ESE TIEMPO NO SE LOS PAGABAN. Manuelita, Doña Julia, Juanita y Carmita, mis “profes” inolvidables.
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…