RAMÓN HUERTA SORIS
Alerta que en este momento en Argentina y en España el debate social sea intenso alrededor de cuál debe ser el fundamento de la justicia social. Nuevamente, nada claro arroja ese debate que ya tiene una larga historia de irrealizaciones.
Existen dos posturas.
Por una parte, Europa cree que la igualdad debe ser el paradigma básico en una sociedad justa; en el otro extremo está la tesis de E.E.U.U., con su paradigma de la libertad primero y que lo otro derive espontáneamente del esfuerzo que pueda hacer cada cual.
La pregunta acerca de ¿igualdad o libertad, como base de la justicia social? nada ha resuelto. La sociología se hace bolas. Se convierte en tesis, y más tesis, buscando infructuosamente argumentos para lograr establecer cuál de esos dos extremos debe ser la base para dicha justicia.
En México, ahora sí abiertos a ponernos de acuerdo en lo que necesitamos, para saber hacia dónde se debe cambiar; no debemos quedarnos pataleando en esa infructuosa discusión de periferia. Vayamos más a la médula. De tal suerte, nuestra propia memoria histórica nos brinda una visión que nos permite trascender dicho viejo debate, que no hace más que bloquear la Sociología para poder llegar a escenas muy necesarias.
Veamos…
Los mayas, 400 años antes del Ágora griega (erróneamente citada como el surgimiento de la democracia), ya practicaban el Muulmejaj, reunión donde los asuntos de interés colectivo se valoraban y decidían entre todos.
Pero hay más. La gran cultura maya, que es patrimonio de México y el mundo, tiene una característica en común en todos sus aspectos: educa y empodera para que cada persona tenga voz que acompañe lo que en verdad es su voto al tratar asuntos del interés de todos.
Así de simple, la cultura madre maya nos dice contundentemente cuál es la garantía de una verdadera y sana democracia: que no solo es el derecho al voto, sino el voto acompañado de la palabra colectivamente educada en cada individuo.
Sin complejidades, ¿se quiere sanear la democracia? Entonces debe existir un pacto en que la sociedad se comprometa, en todo su accionar, a educar suficientemente, de manera que todo voto siempre tenga voz asegurada y de calidad individual. ¿Acaso sanar la democracia enferma es un asunto menos complejo que encontrar el paradigma base de la justicia social? Entonces ¿podría considerarse un paradigma solucionador, diferente de la libertad y la igualdad, para así garantizar dicha justicia?
Hemos venido argumentando la visión del paradigma educativo básico, del tipo de persona humanista, que debemos formar “individuos empoderados de todas las condiciones objetivas y subjetivas que le permitan existir como protagonistas de sus vidas; agradecidas y comprometidas con todas las realizaciones de su colectivo.” Con tal paradigma establecido, todas las complejidades de la pregunta sobre qué tipo de educación requerimos se responden fácil: se necesita una educación que empodere a las personas para ser los protagonistas de sus vidas.
Y ¿qué tipo de sociedad necesitamos? Pues, simplemente, aquella en la que cada una de sus manifestaciones y acciones esté motivada, enfocada y proyectada a aportar empoderamiento protagónico a todos y cada uno de los integrantes de su colectivo.
Un orgullo conceptual de la historia humanista es el gran principio de la unicidad (cada cual es único e irrepetible), porque nos da la base a la diversidad absoluta que existe entre los seres humanos. Sí, somos seres únicos y, por tanto, diversos. Todos necesitamos contar con libertad suficiente para garantizar nuestro empoderamiento en la medida que lo requieran nuestras posibles realizaciones individuales y, también, para garantizar nuestro complacido compromiso hacia todas las realizaciones de nuestro colectivo. Así es: libertad para ambas cosas.
En cuanto a la igualdad, ¡cuidado! Si hiciéramos que todos fuéramos iguales, mataríamos la esencia de diversidad, que es base en la condición del ser humano.
Una sociedad es justa cuando educa empoderando; comprometida con facilitar una corona de condiciones objetivas y subjetivas, para que cada una de sus individualidades humanas pueda erigirse en protagonista de su existencia. Entonces, cada cual a ceñirse esa corona; a cada cual según su existencia y personalidad le corresponderán diversas realizaciones que invariablemente tendrán el sello de garantía de las intenciones y voluntad que hayan manifestado.
Con la base conceptual y paradigmática tratada, las miles de preguntas sin claras respuestas sobre justicia social se responden, ahora sí, sin necesitar largos, desgastantes e improductivos debates.
Conste que este discurso no pretende utópicamente prescribir con el hambre, como podría decir el ultraderechista Vargas Llosa. Claro que no. Pretende mucho más: quiere ser un aporte en el diseño de la visión para la justicia social que ha de proponerse el esperanzador México 2018 – 2024, donde la infelicidad, el hambre, la injusticia y la corrupción en la vida y la sociedad quedarán saneadas, como muestra y modelo de realizaciones sobre el sueño de los grandes próceres de América.