Pintura
Es imposible negar la cruz de su parroquia por lo que dedicaré este artículo a la reciente exposición dedicada a Joy Laville: el silencio y la eternidad, última que se inauguró el pasado jueves 3 de agosto de 2023, en el Museo de Arte Moderno, en la Ciudad de México, para celebrar el centenario del nacimiento de la pintora, quien vio la luz en Inglaterra, pero adoptó a México como su segunda patria.
No es automático que los artistas estén de acuerdo con las opiniones de los críticos, o simplemente de quienes escriben sobre arte. Uno tendería, por ejemplo, a coincidir con Raquel Tibol cuando observaba cierta relación entre la pintura de Laville y la de Morandi, cosa que al parecer la propia artista rechazaba. Es cierto que en Morandi hay todavía cierta densidad matérica de la que la pintora parece haberse liberado por completo.
Como fuera, si se trata de comparar a Joy Laville con otros pintores, sería difícil no pensar en Roger von Gunten, como bien lo señalaron los organizadores de la muestra. Joy Laville comparte en efecto con éste el don de evocar de manera inmediata un universo interior en que la inocencia -en tanto valor positivo, deseable y muy superior a la “experiencia” del mundo productivo- todavía no ha desaparecido de las posibilidades que ofrece la existencia.
Aun así, lo cierto es que hay una gran distancia entre ambos artistas: la profusión generativa de la naturaleza de von Gunten, evocativa de una suerte de fiesta paradisiaca que no tiene fin, contrasta con la lontananza, algo nostálgica, pero llena de plenitud tranquila, a la que Joy Laville nos invita.
El mar, cuyo horizonte abierto al infinito nos llama a contemplar una y otra vez, es, no cabe duda, el elemento predilecto de la pintora. Se trata de un mar tranquilo, lleno de luz, sin grandes olas ni tormentas, que parece estar presente en cada una de sus obras, aun cuando el tema es un cuarto y un florero. En efecto, aun en estos espacios cerrados creemos sentir la brisa marina como si hubiese siempre una ventana desde la cual escucháramos, además, la dulce musicalidad de las olas.
Sabemos que se trata de paisajes interiores donde predominan los azules, los lilas y los rosas, si bien corresponden al momento histórico de la pintora, como de ello atestiguan los aviones que pasan en el cielo, a los que integra en su pintura como para absorberlos en la intemporalidad de su universo. Nos transporta a la paz de algún matriarcado idealizado como el que imaginamos tuvo lugar en la Creta minoica o en las islas Cícladas -algunas piezas de cerámica incluidas en la muestra perecerían confirmarlo-, aunque en realidad el espacio en que nos encontramos no tiene nombre, y está situado en un presente perpetuo.
Sin duda, la pintura de Joy Laville pareciera estar a las antípodas de cualquier tipo de “reivindicación” social. Se trata de una obra que, al obedecer al “modelo interior”, reposa en su propio centro de gravedad y parece rechazar hasta la idea de civilización. La polis, nombre griego que designa la “ciudad”, como sabemos, es finalmente el sitio donde sucede lo político, y aquí no pareciera haber rastro alguno de ella, antigua o moderna.
Es cierto que en los cuadros de Joy Laville observamos frecuentemente parejas o grupos de mujeres que parecen estar gozando juntas de la tranquilidad que ellas mismas encarnan. Las vemos, inclusive, nadar en conjunto, aunque siempre libres como delfines. Pero si hay aquí “comunidad” (de la que no están excluidos algunos hombres, por cierto, como sucede en la pintura minoica), ésta se encuentra a tal punto alejada de las limitaciones concretas de la realidad que sólo pareciera posible en un mundo ajeno a todo imperativo colectivo.
Por supuesto, no faltará quien observe que aun la pintura que no se presenta a sí misma como el vehículo de un mensaje social se inserta en lo político, ya que los seres humanos dependen invariablemente los unos de los otros. Concedamos pues que la pintura de Joy Laville reivindica implícitamente un derecho: el de huir de una civilización donde sólo parece reinar la insatisfacción y la estridencia, así fuese únicamente a través de las imágenes que produce el arte.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU