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Irradiaciones y reflejos

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Letras

José Juan Cervera

La reflexión sobre el amor es un ejercicio que acoge el movimiento constante de la vida, repasa su fluir sobre superficies sinuosas o llanas, marcando con emociones concurrentes los puntos que toca en su camino. Las obras primordiales registran la sabiduría destilada en tramos decisivos de la civilización, en una muestra perdurable de etapas precisas del proceso de esclarecimiento de la humanidad ante los fenómenos de la naturaleza y los retos de la convivencia social. Los principios que guardan el Tao Te King, el Bhagavad Gita, la Biblia, el Talmud, el Popol Vuh y varios libros más sugieren su sentido práctico y expresivo, portador de un trasfondo ético aludido en relatos o en formulaciones que invitan a ser examinadas en atmósferas de serenidad y recogimiento.

El libro que la tradición atribuye a Lao Tsé, de orígenes colindantes con la conseja y el mito, transmite la experiencia del pueblo chino durante la fase en que arraigan instituciones y creencias decisivas; en sus enunciados paradójicos y desconcertantes exhala un significado que abarca gozos y sinsabores del acontecer cotidiano, efecto de emociones que aparentan excluirse entre sí. El trazo fino de su perspectiva enfoca la existencia de un modo que capta sus variaciones como parte de los procesos naturales inscritos en el lienzo pleno del universo.

El amor cabe por completo en el marco sustancial del taoísmo por acoger la fisonomía cambiante de la vida, e implica un proceso de perfeccionamiento que se despliega para hacer frente a limitaciones, entendiéndolas como hechos que en el campo dinámico de la experiencia sugieren un acompañamiento flexible hacia el punto crucial en que las subjetividades tocan aspiraciones comunes, fuerza emotiva desprendida de lo mezquino con miras a una intimidad que no regatea su atención a los demás pobladores del universo.

Así como la Tierra y la bóveda celeste, el agua y los accidentes del suelo, la dureza y la suavidad representan los elementos contrarios que sostienen la unidad esencial del universo, la pareja básica que forman el hombre y la mujer –suma que adviene como estructura garante de la continuidad biológica de la especie–, se observa también como muchas otras polaridades que integran fuerzas complementarias reflejadas con ejemplaridad en la figura simbólica del yin y el yang, aportando sus respectivos atributos para presidir la connotación trascendente del equilibrio.

Los vínculos afectivos que denotan un grado avanzado de conciencia se nutren de prácticas y concepciones que el taoísmo sitúa en su vía de realización, como las que se fundan en acciones despojadas de cálculos que aspiren a exaltar las apetencias de voluntades erigidas en medida de todas las cosas, efectuándolas en cambio como si no fueran hechas, al margen de simplificaciones infundadas y pensamientos obsesivos que nieguen sensaciones espontáneas, sin cargas artificiosas y superfluas. Sugiere nociones en que prive el eco de conductas sencillas y naturales en contextos donde lo habitual suele ser la desmesura, recurso que aleja el entendimiento mutuo y la empatía. La disciplina que favorece este propósito deja espacio a sensaciones primarias y a la intuición reveladora.

El balance en una unión amorosa madura es un propósito contra el que conspiran los modelos de vida impuestos en las relaciones sociales, los mismos que hoy despliegan sus espejismos en todos los rincones del mundo con la poderosa influencia de la cultura de masas globalizada, pauta que respalda la industria del entretenimiento característica de un sistema económico depredador.

Los conceptos que derivan del pensamiento taoísta tienden a irrigar lazos gratificantes entre individuos dispuestos a emprender vida en común; entrañan una equivalencia del orden cósmico rubricado incluso en las manifestaciones más pequeñas de la existencia. Al calor de juicios livianos son calificados de idealizaciones carentes de un mínimo sustento objetivo, como si todos los avances civilizatorios hubiesen surgido de raíces ajenas al quehacer humano, en vez de constituir logros evolutivos que fijan distancia entre especies y estados variados. Semejante ligereza omite el papel del descubrimiento y de las invenciones desde los albores de la humanidad, así como de la lenta adopción de opciones éticas efectivas. Como si los rudimentos de cultura en tiempos primitivos hubiesen brotado de un vacío absoluto, en detrimento de un germen que pudo ser mucho más de lo que prometía en su apariencia desvalida y minúscula.

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