Letras
José Juan Cervera
Quien se complazca en confinar bajo una llaga persistente el eco de sus sentidos, aturdirá la sutileza de sus lazos primigenios.
El fuego abrasa, consumiendo formas y contenidos para iluminar sus alrededores. También conduce todo aquello que enciende la mecha de su propia inmolación.
La conciencia traza cavidades en el suelo para moldear el sedimento que asienta el río tras conducir materia desangrada en contiendas añejas.
Ningún esfuerzo consciente lleva a mirar, en las entrañas del éter, la huella de la pasión que cede fuerza para erigir el rostro apócrifo del amo de las superficies.
Las fibras del sueño rozan el fondo de las superficies para alargar la sombra de lo tangible. Se complacen plasmando en ella ínfimas hebras de luz que llenan sin provecho el pensamiento volátil.
El buen juicio nombra disciplina hermética el arte de cultivar superficies estériles.
Las patrañas exhiben un valor aceptable porque al mirar encima de ellas reluce un brillo traído para dar relieve pasajero a las opacidades que las cultivan.
El empeño de sacrificar el minuto actual remueve la atmósfera que cubre a quien deja fuera de sí lo poco que lo mantendría a flote.
Las islas de vanidad exigen tributo de atención para mitigar su clima de aridez agobiante.
Una impostura brillante se extingue al margen de una mediocridad legítima.