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Juan José Caamal Canul
La riqueza de un idioma, de una lengua, de un modo de hablar, si bien se valora porque mantiene y preserva sus principales significantes para los objetos o cosas por el solo hecho y singularidad al nombrarlas, también es cierto que puede nutrirse y enriquecerse de otras formas de expresión, idiomas o dialectos.
Los yucatecos, los meridanos, y todo aquel avecindado en esta parte de la nación mexicana, recibe y aporta nuevos giros para nutrir nuestro modo de hablar, muy peculiar y universalmente distinto donde se quiera. Es así como el lenguaje coloquial, los giros regionales, o el argot para ciertas actividades, conforme pasan el tiempo adquieren su carta de naturalidad.
En este sentido, desde hace un buen número de años, nos preguntamos la razón por la que a las personas de fuera de la entidad se les llama huaches; hay quien asegura que dicha denominación se originó por el tipo de calzado que traían los fuereños –particularmente los militares–, en este caso los huaraches; otros que por el sonido que producía el calzado al frotarlo con el suelo: huash, huash; otros más lo derivan del huachinango. Estas y otras aportaciones u opiniones han venido quedando y siendo aceptadas incluso en diccionarios y compendios regionalistas.
Cito la opinión de Güemes Pineda, autoridad confiable y objetiva en estos temas, obtenida de una columna semanal en un medio local: “la voz huach: 1) sirve para identificar a los habitantes del altiplano central, no oriundos del sureste, 2) procede de huachinango, 3) que proviene también de guarache, calzado que traían las fuerzas alvaradistas, 4) según el diccionario náhuatl en el español de México, “Guacho” es soldado, forastero, fuereño., y, 5) que se daba este nombre a los militares que perseguían a los rebeldes de la guerra de castas.”
Palabras más, palabras menos, es la misma entrada del citado autor en Diccionario Español Yucateco para la palabra huach, página 180, pero nos remite o redirige a la letra W, en la página 343, con la palabra wach en el referido diccionario.
Esta cuestión no es ajena o excepcional para nuestro ámbito, refiriéndonos a los residentes locales o recién avecindados. Por citar el caso de la CDMX, ahí no tienen claro o perfectamente dilucidado si chilango es un patronímico de todo aquel nacido y originario por generaciones en la antigua México-Tenochtitlan, o se trata de aquellos que nacieron en el extemporáneo D.F., pero cuyos padres migraron del interior de la república.
Circunscribiremos o delimitaremos nuestra aportación a las palabras que han sido obtenidas dentro de nuestro país, porque referirnos a los extranjerismos daría para mucho más.
En lo que concierne a los de esta parte de la república, debemos considerar que muchas palabras de años aceptadas como propias, son de origen netamente mexicano y, aún más, inicialmente náhuatl. Tenemos como ejemplo: coa, metate, petate, tamal, mecapal, tenate, etc.
Hay otros vocablos que son también de pleno uso yucateco, digamos totalmente asimilados, pero que provienen del altiplano central. ¿Qué los hace diferentes en nuestro medio? La entonación, esa manera de hablar cantadito, como se conoce popularmente. Eso se le debe en parte a la migración de connacionales, a las películas de factura nacional pero filmadas completamente en la capital y –¡cómo no! – a nuestra cultura, si vale llamarle así, televisionera. Ejemplos de lo anterior son las expresiones como híjole, ya vas, nel, simón, aguas-aguas, órale, mijita, chispas, chin, chamuco, escuincle, ya valió, y ahora, estamos en chinga, qué tanto es tantito, ni modos, apoquinar, ya me vi, me late, chale, y un largo etc.
Por supuesto, nos referimos al habla coloquial, al decir popular, porque al momento de escribir se puede y se debe tener cuidado, aunque también es válido escribir tal cual hablamos o empleamos el lenguaje propio; vayan como ejemplo los comentarios de la novela francesa Papillon de Henri Charrière.
Revisando algunos libros sobre estos temas, encuentro en el libro La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, de Jacques Soustelle, una interesante palabra de origen náhuatl: quaquachictin. Su uso en singular es quachic que, traducido al español, significa rapado y se utilizaba para nombrar a los dignatarios militares y hombres valerosos ejercitados en la guerra. Soustelle retoma este pasaje de Fray Bernardino de Sahagún, citando la fiesta que se realizaba en el octavo mes, Huey tecuihuitl, y la ilustra con un grabado obtenido de Fray Diego Durán. Analizándola en todas sus implicaciones, la creo más cerca al origen de la palabra huach, y daré mi opinión al respecto.
Entre estas consideraciones, por ejemplo, consideremos que las fuerzas armadas, con todo el respeto que se merecen por supuesto, siempre se han nutrido, en lo que respecta principalmente a los soldados rasos, de personas de extracción humilde, en algunos casos de origen indígena u autóctono, en casi todos los tiempos. Cuando se acaban las oportunidades de trabajo y empleo en la comunidad, queda también y se recurre a la posibilidad de integrarse a las fuerzas armadas, por demás, labor honrosa y de servicio a la patria. También están los que valoran que su vocación es integrarse al Ejército, la Aviación o la Marina como senda para su educación y ejercicio profesional.
Es por ello que creo muy cercano y posible que estas personas, habitantes de las comunidades del centro de la república que se expresaban y comunicaban en su lengua nativa, el náhuatl, además del español, o que en su manera de comunicarse intercalaban y utilizasen estas palabras. Es posible entonces también que alguna persona cercana a ellos los escuchara y dijera que entre ellos se referían como quachic, rapado, es decir, deformando y simplificando la palabra original, para entonces reproducir la manera en que se escuchaba esa expresión, hasta finalizar en huach. Es decir, tal cual lo hacemos los yucatecos al incluir palabras de origen maya en nuestros diálogos habituales.
Así mismo, y por otra línea de análisis, la imagen que se tiene de los integrantes del ejército regular de cualquier país es que están rapados o con los cabellos cortos.
Quizá estamos entonces cerca del verdadero origen de la palabra que, coincidencias aparte, está familiarizada en el ámbito semántico de lo militar.
Por otra parte, ¿acaso los españoles que tuvieron los primeros contactos con los nativos locales no escucharon ciertas palabras que a su modo y por el nulo conocimiento de la lengua maya, deformaron lo que escucharon? Entendieron y bautizaron como “Catoche” al extremo más septentrional de la península porque originalmente les dijeron “coox tin uotoch o al cala chuni, al cala chuni” en lo más recio y tupido de una batalla, cuando originalmente estas palabras indicaban y ordenaban que se derribara al halach uinic. Otro ejemplo: entendieron que esta tierra se llamaba Yucatán, cuando los locales decían al escuchar en la lengua castellana «U yu a than», o sea, “escucha como hablan.”
Queda nuestra aportación en la mesa de las consideraciones para que haya también otras alternativas, otros elementos o aceptaciones a una palabra.
Insistimos: la riqueza de nuestro terruño, de nuestra nación, no se da por el aislamiento, sino por el intercambio y la aportación ambivalente de palabras que pueden servir y mejorar nuestra comunicación.
Fuentes consultadas
- Yucas, uaches y yucahuaches. Güemes Pineda Miguel, 5 feb de 2013. https://sipse.com/opinion/yucas-huaches-y-yucahuaches-14014.html
- Diccionario Español Yucateco Colección Bicentenario, 2013 Coedición de La UADY y la editorial Plaza y Valdés.
- Soustelle, Jacques. La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista. Cap. La sociedad y el Estado a principios del siglo XVI. I. la clase dirigente, pág. 61.
El autor de este artículo se equivoca. Los yucatecos blancos son descendientes de españoles en línea directa y aún conservan vocablos típicos de la península. La palabra «huache» deriva de «guanche», que es como los peninsulares denominaban a los canarios, específicamente a los de Tenerife (o sea, fuereño, o «no peninsular»).