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Letras

Raúl Carrancá Trujillo

Del libro en prensa Hombres y títeres

Humberto Esquivel Medina

(Especial para el Diario del Sureste)

Hay un bravo muchacho que batalla en la vida con el nombre de Raúl Carrancá Trujillo.  De bravo se justifica ampliamente con su tesonera actividad arrolladora de cuanto obstáculo se opone a su marcha de triunfador que va rompiendo su propio camino para llegar a la meta de sus aspiraciones. Lo de muchacho no es un poco menos fácil de justificar si se toma en cuenta que treinta años, aquí, en los trópicos, son ya una edad provecta; pero Raúl es ya y será siempre muchacho; por el don de renovación espiritual que avalora su temperamento y que se traduce en dinamismo, fe y entusiasmo; un gran entusiasmo por sus ideales artísticos y científicos, pues es de los que hacen amena la ciencia como su literatura y ponen meollo científico en muchas de sus concepciones literarias. Poeta, periodista, abogado y autor de novelas; catedrático y Señor de Campanillas en conferencias de Ateneo y otras más modernas al aire libre. ¡Manirroto del caudal de su inteligencia no se da punto de reposo en repartirlo a manos llenas!

Así lo vemos publicando una novela mexicana palpitante y viva donde el ambiente está retratado; después editando y componiendo, desde los títulos hasta el pie de imprenta, los artículos de una revista de derecho, donde campean las concepciones más modernas, atrevidas y sesudas de esa rama del saber; luego pintando, de mano maestra, paisajes y tipos de España en un libro–bombonera; o lanzando a los cuatro vientos de la publicidad y por vía de tesis el estudio más serio y mejor documentado que se haya escrito sobre iberoamericanismo o dejando boquiabiertos a nuestros rubios primos del Norte con sus enseñanzas históricas de cursos de verano a horcajadas sobre las chinampas de Xochimilco.

Mexicanísimo por esencia, nutrido de savia española en un ambiente español, sueña, bajo el cielo de América, con los cóndores que Bolívar, Sucre y San Martín enviaron a posarse en los picachos más altos de los Andes. Como es de esos hombres que se conoce siempre dónde están a poco de haber llegado lo sabemos actualmente en Panamá, discutiendo con los doctores más sabihondos, representantes de las repúblicas indoespañolas, la confección de una panacea que libre de obstáculos los horizontes soberbios de una nueva raza.

Desde el tablado panameño, ombligo de América, habla de nuestro movimiento social, de nuestra lucha por la libertad, por el pan de todos, por el derecho a vestir, a comer, a tener esparcimientos honestos, a ser felices sin esperar para lograrlo el advenimiento del más allá; de una vida mejor en un medio más justo, que es precisamente el ideal que persigue nuestra Revolución. Mañana clavará en el Chimborazo el regatón de su bandera apostólica sin perjuicio de ir a pasmar después a los esquimales con la lámpara maravillosa de una buena nueva.

Si Carrancá Trujillo hubiera nacido en el medioevo habría calzado las fuertes calzas de Ricardo Corazón de León. Hoy pisa fuerte sobre borceguíes confeccionados en el mero México con cuero de tigre y cocodrilo; pero su taconeo reiterado llena como airada protesta los ámbitos del continente, siseando al imperialismo sajón. Es de los hombres que hasta cuando hacen política y revolución lo verifican no desde el punto de vista de las fogosidades del mitin callejero o de la contienda sangrienta, sino del libro que adoctrina, de la tribuna serena; pero demoledora, que no deja en pie prejuicio o venalidad, abyección o tiranía, esclavitud o proletariado, injusticia social o dogal funesto. Es constructivo por excelencia, don quitamalo y ponelomejor. Únicamente le falta para triunfar en este género y hacer viables sus admoniciones, una Thompson y un águila simbólica o que cambien los tiempos.

Carrancá Trujillo en caricatura simbólica es un par de lentes a través de los cuales cabrillea toda una constelación. Se acostumbró tanto a mirar a lo lejos, a mirar más allá del alcance de las demás miradas, que sin sus gafas prudentes tropezaría con el primer perro que se le colara entre los pies. Algunas caídas suyas se han debido a eso. Mas sabe levantarse a tiempo, sacudirse prontamente, sonreír y continuar su camino, ese camino que taja montañas y cuelga puentes de comprensión sobre los mares. Hay en él una inquietud constante, un afán de superación que lo mueve a las grandes empresas. Carrancá contemplativo sería tanto como concebir un bólido detenido en el aire.

Se nutre con el movimiento y respira a pulmones llenos con el oxígeno de la acción. Hay mucha materia prima, que necesita elaborarse constantemente, en su espíritu. Una paralización de sus actividades le produciría seguramente un colapso por estacionamiento. Tiene la virtud de poner a tono sus concepciones con el mecanismo que las traduce y las revela inmediatamente de producidas. Si alguna vez se obstruyeran rudamente los atanores de su comunicación con el exterior, estallaría como un cohete de luces de Bengala y se diagnosticaría: “muerte por congestión intelectual o estallido de linfa pura de su inteligencia”.

Produce por temperamento, por necesidad casi fisiológica de producir, con el mismo placer con que un pez nada en el océano o un águila se enseñorea del espacio. Tenemos la seguridad que Carrancá Trujillo concebiría y llevaría a cabo el primer vuelo interplanetario, llegando a Marte con su maletín de viaje y dentro de él su último libro redactado en el vacío.

Limpio de cuerpo y alma, ágil y cordial, cautiva por su fácil comprensión y por la amenidad de su charla. Su charla misma, taquigráficamente recogida, haría un volumen interesante donde nuestra señora de la suave ironía campearía por su donaire.

Su melena dorada, de león que ha combatido mucho por el honor y por la vida; por el honor en los campos de Montiel de sus andanzas quijotescas, por la vida en su disputa primitiva por la hembra, muestra en sus vacíos la señal de los zarpazos recibidos en el combate; las rudas garras adversarias o en relicarios de oro. (Las hebras arrancadas se conservan como trofeo entre un dulce y blanco seno de mujer).

Carrancá Trujillo es una opima realidad con que se enorgullece el solar yucateco y una esperanza que amanece cada día con un nuevo laurel sobre la frente. Moralmente, es el tipo del fijodalgo español de otras épocas, puntilloso y caballero, galante y combativo. Con el aire y la prestancia de muchos de esos señores engolados de jubón y trusa, de espada y chambergo que figuran en las galerías del Prado y el eco de cuya voz parece que acaba de extinguirse por obra de la tremenda actividad del Greco.

Ama a España en la misma forma que dijo haberla amado Morelos sobre las rocas de Acapulco “como hermana de México”: y, granos de alpiste perdidos en las arenas auríferas de sus grandes ideales, tiene dos anhelos pequeños, casi ruines: depositar sus ahorrillos en una buchaca, en el banco de Aragón y ser admitido con la boina vasca en la noche de recepción de sus palmas académicas; ¡hombre al fin que se han de comer mañana los gusanos, pero cuya obra perdurará al través de los tiempos!

Diario del Sureste. Mérida, 4 de octubre de 1935, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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