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Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XXX

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IX

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El día de los esponsales, el rey de Mayapán se había despertado cuando todavía no amanecía. Como pudo, manoteando entre las tinieblas, encendió una tea y fue a despertar a Tigre de la Luna, que dormía profundamente:

–¿Qué ocurre, Hunac Kel? –preguntó su maestro, sorprendido–. ¿Por qué te has despertado tan temprano? Todavía no brilla en el cielo el lucero de la mañana.

–Pero ¿cómo crees que podría dormir, querido viejo, sabiendo que Blanca Flor, la mujer que yo amo, está a punto de unirse en matrimonio con ese miserable? Tal atrocidad no la voy a tolerar: algo he de hacer, eso te lo aseguro.

–Espera: no olvides que tenemos un pacto de no agresión con Chichén Itzá –protestó Tigre de la Luna, tratando de hacer comprender al rey la situación–. No para otro propósito existe la Confederación de Mayapán. ¿Qué dirían los xíues de Uxmal ante tu actitud indisciplinada? También nos reñirían otros reinos menores como los cupules y los cochuajes, y quizá hasta perdiéramos la amistad del sabio rey Ulil de Izamal, la tierra del profeta Itzamná. Chac Xib Chac, aunque un completo bellaco, no ha sido hostil a Mayapán y no encuentro motivos para agredirlo.

–Chac Xib Chac ha sido hostil a mi persona, y eso me basta –reviró Hunac Kel levantando la voz–. Siempre supo el hijo de puta que yo amaba a Blanca Flor, y para humillarme la cortejó en secreto, regalándole alhajas de oro y plata mientras a su familia la embaucaba haciéndole creer que descendía del dios Chaac. Se aprovechó de mi ausencia en México–Tenochtitlan para consumar su traición.

–Convengo contigo en que Chac Xib Chac es un traidor –reconoció Tigre de la Luna– y que con su enorme caudal compra y corrompe a cualquiera, pero a estas alturas nada conseguirás. Ya es demasiado tarde, Hunac Kel –prosiguió el viejo mientras se frotaba los ojos enrojecidos por la falta de sueño–. Apenas faltan unas horas para los desposorios y no podrás impedirlo. Además, parece que la paloma también se deslumbró ante los lujosos regalos de Chac Xib Chac y se mostraba en público aceptando sus galanteos.

–No, viejo, estás errado: fueron los padres los deslumbrados y ellos decidieron por la hija y se la entregaron a Chac Xib Chac. Tú sabes que en cuestión de matrimonio los padres tienen la última palabra. La doncella no cuenta para nada.

Tigre de la Luna sabía que Hunac Kel decía la verdad:

–Estás en lo cierto, amado rey –admitió–. ¿Cómo voy a negar esos hechos? Sin embargo, es mi deber repetirte que no hay remedio, y aunque no es posible ignorar la infamia de Chac Xib Chac, la vida tiene que seguir y tú no puedes vivir eternamente aferrado al rencor. Olvida a Blanca Flor; ya encontrarás a otra mujer que te guste y te haga feliz.

–Pero es que no puedo vivir sin ella, querido viejo –decía mecánicamente Hunac Kel, observando las oscuras siluetas de los grandes edificios de Mayapán, y más allá, mucho más allá, entre árboles y maleza, las miserables chozas de los winicoob.

–¡Ea, Hunac Kel! Lo mismo has dicho de las anteriores y las has dejado con un palmo de narices sin derramar una sola lágrima.

–Pero ésta es distinta, te juro por los dioses que es distinta. Es el amor de mi vida. Mira, desde que supe la noticia de sus próximos esponsales con ese canalla, de que va a unirse a él para toda la vida, esa sola idea no me permite conciliar el sueño… Te repito, viejo, que Blanca Flor es el amor de mi vida.

–¡Vamos, no te hagas el tonto, Hunac Kel! El único amor de tu vida eres tú mismo. Tú te amas a ti mismo, no a las mujeres que han pasado por tu vida.

El rey se dolió de que Tigre de la Luna lo juzgara con tal dureza, pero más le dolía que no le diera la debida importancia a la situación:

–Ay, viejo, tú no me entiendes; paso por alto tu severa opinión sobre mi persona, pero lo que ahora importa es lo que va a ocurrir en Chichén Itzá. Esa boda, viejo, esa absurda boda me lastima de veras y no podré permitirla.

–Pues tendrás que acostumbrarte, señor mío. En unas horas comenzará el banquete de los esponsales al que has sido invitado y te has excusado de acudir, inventando un pretexto.

–¿Pero, además, insistes en que yo sea testigo de esa infamia? No pienso acudir al banquete nupcial, pero quién sabe, quizás lo haga, aunque llegue el último. Quizás entre por la cocina, pero con mis mejores capitanes a mi lado.

–Estás loco de remate, Hunac Kel. Imagínate cómo estará guarnecida la ciudad: apostarán guardias hasta dentro de los pozos. No hay nada que puedas hacer, Hunac Kel. ¡Resígnate, hombre! ¿O es que ya has dispuesto algún plan para impedir la boda?

––Impedir la boda, no. Ya es demasiado tarde, tú lo has dicho. Mis planes son otros.

–¿Otros, Hunac Kel?

–Sí, viejo, escucha bien: ¡Voy a robarme a Blanca Flor!

–Pero ¿has perdido la cordura? Blanca Flor ya será entonces la esposa del rey. Además, te digo que Chichén Itzá estará convertido en una fortaleza pletórica de guardianes y capitanes–de–guerra listos para defenderla, aunque les vaya en ello la vida. Por Ek Chuah, ¡te despedazarán! ¿Cómo piensas burlar a todos estos hombres armados hasta los dientes, introducirte en la recámara nupcial y apoderarte de Blanca Flor sin que antes te atraviese una flecha?

El rey meneó la cabeza:

–Tú sabes de lo que soy capaz, viejo, y que no hay imposibles para mí.

–¡Ea, Hunac Kel! Lo tuyo es una cuestión de orgullo, que no de amor. Lo que ansías es desquitarte de tu rival en amores. Tu orgullo anda por los suelos desde que Chac Xib Chac se quedó con la paloma.

–Quizás tengas razón y lo mío sea una cuestión de orgullo, pero te juro por el Serpiente Emplumada que amo en verdad a esta mujer, y me lastiman sus esponsales en lo más hondo del corazón. Si no me apodero de Blanca Flor ahora, viviré el resto de mi existencia con la tortura de que su cuerpo y sus caricias serán para mi peor enemigo y eso nunca lo permitiría. Tú me conoces como si fueras mi padre.

–Y, por los dioses, vaya si te conozco. Eres un señor de polendas, Hunac Kel, y a tu joven edad uno de los legendarios héroes mayas. Yo he escrito de tus hazañas en el Códice de Mayapán.

–Bueno, y en realidad, tú las recuerdas mejor que yo.

–¿Cómo olvidar la vez que alanceaste de muerte al puma que estaba por despedazar a mi pequeño Dzul Balam, que inocente jugaba con su pelota en una cueva? En la adolescencia salvaste de morir envenenados a dos niños amenazados por una culebra; sin medir el peligro, la cogiste de la cola y la estrangulaste con las manos. El rey Ah Ulil, de Izamal, te debe la vida: no tengo que recordarte que aquel enorme y negro jaguar lo mantenía entre sus garras y estaba por destrozarlo cuando tú interviniste.

–Eso sí lo recuerdo: fueron dos flechazos, viejo.

–Y vaya flechazos: el animal quedó muerto desde el primero y Ah Ulil escapó con vida. Tu primera proeza, que canté en un poema, la llevaste a cabo siendo un niño, cuando mataste tu primer venado. Y para qué mencionar las batallas que has ganado y los nombres de los heroicos capitanes a los que diste muerte.

–Y lo que viene, mi señor –se jactó Hunac Kel–. Tendrás mucho que escribir en el Códice de Mayapán en los próximos años.

–Y lo haré con sumo placer –dijo el viejo– porque sé que cuando te empeñas en conseguir algo, lo consigues. Eres hombre de fe, Hunac Kel, amado de los dioses, eres gallardo y te burlas de la muerte; pero, te repito, también te cortejan la vanidad y el rencor.

–¿Eso piensas? Me descorazonas, viejo.

–He sido tu maestro y tu tutor desde tus años párvulos y tengo que hablarte con la verdad. Si no soy yo, quien te conoce de toda la vida, ¿quién será, pues? Bien, pero debo al menos saber, ya que no puedo convencerte de lo contrario, cómo piensas ingresar al palacio de Chac Xib Chac y apoderarte de Blanca Flor.

El osado plan de Hunac Kel sólo podría haber salido de una cabeza como la suya: una vez en los lindes de Chichén Itzá, aguardaría hasta el anochecer, cuando el banquete hubiese tocado a su fin y el rey y los comensales estuviesen tan borrachos que no entendiesen lo que estaría sucediendo.

–Conozco bien estos banquetes nupciales –le confiaba a su tutor–. Todo el mundo, desde los desposados hasta los guardias y las cocineras, terminan hechos un asco en el suelo, embrutecidos por la borrachera.

–Los tomarás desprevenidos, ebrios y atontados, hechos un desastre –dijo Tigre de la Luna–. He comprendido tu plan perfectamente, pero para mí el asunto sigue siendo peligroso. ¡Que los dioses te amparen con su protección!

–Despreocúpate, viejo querido –dijo Hunac Kel esbozando una sonrisa–, los dioses estarán de mi lado.

Enseguida giró órdenes de que se alistaran las tropas ya que el viaje les tomaría varias horas. Partieron, con rostros sonrientes, cuando apenas despuntaba Kin en el cielo y marcharon hacia La Ciudad de los Brujos del Agua.

No podían ir mejor las cosas: si bien Hunac Kel había declinado la invitación de Chac Xib Chac aduciendo un pretexto que nadie se tragaría, de todos modos se haría presente en la celebración, no como un convidado más, sino como el invitado principal. Y esta idea lo regocijó.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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