XV
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La masacre perpetrada por Hunac Kel en Chichén Itzá, y el abandono de la ciudad por los itzáes acabó por demoler, en definitiva, la antes poderosa Confederación de Mayapán. Perdido el respeto por la vieja Alianza, los pueblos se hacían la guerra unos con otros. Tigre de la Luna, airado, le gritó una tarde a Hunac Kel:
–¡Tú has hecho pedazos la Confederación de Mayapán! No respetaste los acuerdos y con tu belicosa actitud has propiciado la dispersión de las tribus de nuestra raza, a pesar de mis advertencias. Las urbes se van quedando solas, Hunac Kel, y pronto la selva dará cuenta de ellas.
El severo reproche de su tutor lo apechugó Hunac Kel sin chistar. Y es que sólo a Tigre de la Luna toleraba una regañina de este calibre.
–Te aprovechas del profundo respeto que me inspiras –dijo Hunac Kel, bajando la cabeza– para hablarme en ese tono. Sin embargo, es preciso aclararte algo: ¿De qué Confederación estás hablando? Porque debes saber que esta tan sobrevaluada Triple Alianza no ha servido para un carajo. Sus integrantes nunca nos identificamos los unos con los otros y todos nos desconfiábamos. Ni el rey de Chichén Itzá ni el de Uxmal eran gente de fiar, y el propio Ah Ulil, a quien salvé de morir de las garras de un jaguar, fue el primero en confabularse contra mí, sólo tenía atenciones para Chac Xib Chac. Yo ya sabía que, tarde o temprano, los itzáes o los xiues alegarían cualquier pretexto para apoderarse de Mayapán. Tengo confidentes de probada lealtad que me advirtieron del peligro; me iban a hacer cisco, viejo querido. Entonces yo efectué la primera movida.
Tigre de la Luna escuchó atentamente los razonamientos del rey y para calmar sus nervios se introdujo en la boca un pedazo de goma de mascar:
–He oído tus argumentos, Hunac Kel –habló al fin este viejo sabio y crítico del señor de Mayapán–, y quizás tengas razón y yo acaso he sido demasiado duro para contigo con mis palabras. Te pido perdón, me he dejado arrebatar por la ira ante todas estas cosas que están ocurriendo en nuestra tierra. Es cierto, tal vez la Triple Alianza ya no cumplía con su misión pero, al fin y al cabo, era una Confederación con todos sus estatutos que, en apariencia por lo menos, mantenía alejados a nuestros enemigos. Hoy no tenemos ni eso, Hunac Kel.
–No, creo que exageras, querido viejo –reviró Hunac Kel–. Escucha: terminado el combate de Chichén Itzá tuve en mis manos el destino de Tutul Xiu y de Ah Ulil; pude haberlos ejecutado, pero les perdoné la vida. Si lo desean, aliados a los reinos menores, podrían fácilmente reactivar a la Confederación y, si así lo disponen, Mayapán tomaría de nuevo su lugar en la Triple Alianza. Yo no les guardo rencor a pesar de todo lo ocurrido, y gustoso les brindaría de nuevo mi amistad y mi solidaridad. Mi único y verdadero enemigo lo fue siempre Chac Xib Chac, pero ya no existe.
–La cosa no es tan sencilla como piensas –sentenció Tigre de la Luna–. La Triple Alianza está muerta, Hunac Kel; Tutul Xiu y Ah Ulil no aceptarán ningún trato contigo y los reinos menores no cuentan. Ya no hay voluntad y estoy seguro de que pronto abandonarán sus tierras y buscarán otras para vivir.
–Vamos, viejo, despreocúpate: el mundo no se va acabar sólo porque dos pueblos muden de domicilio –consideró el rey, más calmado, mientras se vestía para salir de caza–. No sería la primera vez que tal cosa sucediera. La misma Chichén Itzá fue abandonada por sus moradores hace trescientos años y luego se recuperó y recobró su brillo y su grandeza. Tú lo has escrito en tus libros: en otros tiempos, a la declinación de nuestras grandes urbes por distintas causas, los abuelos siempre fundaron nuevas ciudades y refloreció, con mayor esplendor, nuestra civilización. Claro, para ello hubieron de realizar esfuerzos heroicos y emprender inmensas jornadas de camino acompañados de sus familias y sus enfermos. Caminaron por la selva abriendo a su paso veredas y caminos blancos que todavía perduran y que perdurarán para siempre. Yo mismo los he caminado y tú los has caminado sin descanso en el decurso del tiempo. ¿Pues no es acaso nuestro destino de mayas ser siempre caminantes? Aquí en el antiguo Mayab, la tierra que los dioses nos legaron, somos caminantes, querido viejo, y lo seremos hasta el fin de los tiempos.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…