XI
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El siempre pulcro Tigre de la Luna llegó a Mayapán hecho un desastre: sucio del polvo del camino, desgreñado el cabello, los brazos y las piernas lacerados de los espinos de la selva, y los descalzos pies hinchados y ensangrentados. Además de sus sandalias, había extraviado su sencillo penacho de plumas de pavo montés, y su ropa en jirones ciertamente no correspondía al consejero del rey.
Lo recibieron alarmados a las puertas de la ciudad Hunac Kel y el capitán Puma Rojo. El rey se hallaba desesperado y deseaba conocer qué suerte había corrido Blanca Flor.
–Eran itzáes –farfulló entre quejidos Tigre de la Luna, dejándose caer en una estera donde los médicos se le abalanzaron materialmente para observar sus lesiones–. Aunque estaban totalmente pintados con franjas oscuras, creo haber reconocido a Ojos de Culebra entre los atacantes. El tono de su voz es inconfundible. Serían unos veinte, no sé, pero armados hasta los dientes. Surgieron como fantasmas de la selva, disparando sus flechas sobre los guardias. No les dieron tiempo de reaccionar: los mataron en caliente. A mí me zamarrearon de lo lindo, pero me dejaron vivir…
–Sí, pero y Blanca Flor –insistía Hunac Kel–. ¿Qué ha sido de ella?
–Un hombre corpulento se la echó al hombro y desapareció en un tris dentro del monte. No sé quién sería: gente de Ojos de Culebra… Todo sucedió tan rápido, Hunac Kel…
–¿Y Pitz, el traidor…? –dijo Hunac Kel, endureciendo el semblante.
Tigre de la Luna, a quien los médicos atendían en la estera, quedó estupefacto ante la pregunta:
–Escucha, Hunac Kel –miró sin parpadear al rey–. Esa es una acusación muy grave. ¿Cómo puedes tildar a un hombre de tus confianzas, de traidor?
–Porque precisamente traicionó mi confianza –contestó el rey–, y confabulado con su amigo Ojos de Culebra premeditaron y llevaron al cabo la villanía. He hecho indagaciones: hoy mismo, al descubrirse la tragedia, hablé en privado con unos soldados de Pitz y supe de su felonía. ¡Es un pérfido que se burló de mi confianza!
Tigre de la Luna no tenía por qué dudar de las revelaciones del rey:
–Pues si es un traidor, algo que jamás sospeché, ha pagado con la vida su deslealtad –dijo–. No lejos de nuestras murallas cuelga de un árbol su cuerpo atestado de flechas.
Hunac Kel no evidenció ninguna emoción ante la noticia:
–¿Cómo esperabas que le pagara por su infamia un hombre tan despreciable como Ojos de Culebra, que es decir Chac Xib Chac? Pitz y Ojos de Culebra solían entrevistarse en algún lugar de la selva; como Chac Xib Chac nunca se atrevería a asaltar Mayapán, le encomendó la responsabilidad del rapto a su lacayo consentido Ojos de Culebra. Él y el capitán Pitz tramaron todo. No sé qué le ofrecería a Pitz para que éste me pagara con una traición después de haberlo tratado como a un hermano.
–Pero ahora está muerto, Hunac Kel, y ha pagado, como tú dices, el precio de su infamia con vida. –A Hunac Kel ya no le interesaba más la suerte del capitán Pitz.
–Lo que importa ahora es Blanca Flor –dijo–. Hará unas horas hice revisar los bosques que rodean a Mayapán; mis hombres encontraron los ocho cadáveres de los soldados de Pitz tirados entre la maleza, pero ni rastro de Blanca Flor. Sin dudarlo, consideramos que tanto ella como tú habían sido trasladados a Chichén Itzá y que Pitz había huido con la gente de Ojos de Culebra.
–Ahora Chac Xib Chac ha de estar disfrutando de su fácil desquite –dijo Tigre de la Luna que lucía bastante adolorido, mientras con gran delicadeza, le curaban sus médicos–. En verdad se ha mofado de nosotros….
Hunac Kel se percató de que su tutor necesitaba dormir y olvidar la espantosa impresión que le provocara la matanza de los guardias, y lo que había padecido él mismo en su estremecedora jornada de regreso a Mayapán a través de la selva:
–Llevadlo al palacio –le ordenó a los médicos–, terminad vuestras curaciones y dejadlo dormir. Ya conversaré con él otro día.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…