Novela
XXI
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Ajenos a las trágicas ocurrencias que tenían lugar en el descampado de la Pirámide de Kukulcán, conversaban en voz baja Pavo Plateado, el cacique Ah Okol Cheen y el Señor Triste en la casa de este último:
–Entonces, Pavo Plateado –dijo Ah Okol Cheen–. ¿Nunca existió alguna esperanza de salvar la vida de Hunac Kel?
–Tuve cierto optimismo al principio –explicó el médico–, pero después de observar su estado general y la profundidad de sus heridas, supe que el rey se moriría sin remedio. Recibió 97 puñaladas, pero en realidad sólo la que le atravesó el pulmón derecho y la del hígado eran mortales. Sin los devastadores efectos de estas dos cuchilladas, acaso el rey se hubiese salvado.
–¡Qué pena, señores! –se lamentó el Señor Triste meneando la cabeza–. Nos han asesinado a un rey que todavía no cumplía treinta años. Nos han muerto al héroe más grande de nuestra raza.
–Los héroes no llegan a la vejez, Señor Triste –sentenció Pavo Plateado–. Los dioses, quizás envidiosos de sus proezas y de la veneración que inspiran en su pueblo, les truncan la vida en la flor de su edad.
–Es verdad –dijo el sacerdote–. Por ello Hunac Kel ha muerto joven… demasiado joven.
Hablaron de otras cosas y el Señor Triste aludió a los códices todavía en poder de Lagarto Verde:
–Le prometí a Hunac Kel recogerlos en una semana –explicó–, pero me he olvidado por completo del asunto. Hoy mismo le haré una visita al amanuense.
–Bueno, eso puede esperar –alegó el cacique–, pero no los asuntos de gobierno de la ciudad. La verdad es que no hay nadie que pueda tomar el lugar de Hunac Kel pues, aunque tuvo muchos hijos, ninguno es digno de aspirar al trono por ser todos ilegítimos.
–Pero tú eres el cacique, Ah Okol Cheen, y antes de reinar Hunac Kel te encargaste del gobierno de la ciudad con bastante acierto. Por ahora, creo que debes continuar en el puesto.
–Pero yo no soy nadie, Ah Okom Olal, y menos comparado con Hunac Kel. Cuando los itzáes se marcharon de la urbe, muy pocos se atrevieron a vivir en ella. Entonces me eligieron cacique, no por sabio sino por viejo. Tú conoces la historia; yo soy el decano de los moradores de Chichén Itzá. Con gran temor de mi parte, acepté el cargo, hasta que llegó Hunac Kel. Pero ahora la situación es distinta…
–Debes quedarte, Ah Okol Cheen. Es cierto, te eligieron por ser el más viejo, pero también eres humilde y honesto, y has cumplido con tu tarea a pesar de los tiempos aciagos que padecemos.
–Me quedaré por un breve lapso, puesto que mi vejez llega a su término y me marcharé de esta vida en cualquier momento; acaso los dioses me deparen un lugarcito para pasar mi Eternidad a la sombra de la Gran Madre Ceiba.
–Lástima que no se llevaron a cabo las tareas de limpieza y desbrozo de la ciudad, como deseaba Hunac Kel –dijo Pavo Plateado, que se estaba en un rincón de la casa atento a los razonamientos de sus compañeros–. Chichén Itzá luce agobiada por la espesura que infesta sus edificios y creo que no hay marcha atrás en esa cuestión: acaso no lo veremos nosotros, hoy consumidos por la edad. Transcurridas algunas lunas, esta urbe ilustre acabará por ser devorada por la selva. Casi todos los que viven ahora en ella son advenedizos, gente que no nació ni se hizo en Chichén Itzá, a quien le importa poco el destino que le aguarda. Si alguien pudo sacarla de su postración, ese alguien era Hunac Kel, pero hoy el héroe está muerto. ¡Ay, compañeros, los mismos dioses se han olvidado de La Ciudad de los Brujos del Agua!
El cacique y el sacerdote bajaron la cabeza: Pavo Plateado hablaba con la verdad y la verdad dolía como la hoja de un cuchillo clavándose en nuestra carne: Chichén Itzá, con sus sacros y poderosos edificios, tal como lo fueron antes las insignes ciudades del antiguo imperio del Sur, comenzaba a desdibujarse ante el imparable sojuzgamiento selvático que todo lo oculta y todo lo destruye.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…