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Novela
XXI
2
Una pequeña multitud presenció las exequias del héroe. El Señor Triste presidió la ceremonia y luego, en privado, hizo quemar sus restos. Conservó las cenizas en una urna de piedra que ocultó en su casa por algunos días y luego, en la compañía del cacique Ah Okol Cheen y de Pavo Plateado, las enterró en un sepulcro perdido en la inmensa planicie de las tierras mayas. Pero antes echó un perro en la excavación:
–Nosotros, los que te sobrevivimos en la tierra– pronunció el Señor Triste, con esa campanuda solemnidad tan querida a ciertos clérigos, las palabras de despedida al ilustre difunto–, desconocemos hacia donde te diriges, venerado y poderoso rey de Chichen Itzá. No sabemos si tomarás tu lugar bajo la sombra añorada de la Gran Madre Ceiba. No sabemos si volarás hacia alguna de las estrellas en el cielo para reinar como uno de nuestros dioses, o si tu destino final serán las atrocidades del Noveno Infierno. ¡Que este último fin los dioses no lo permitan! Por ello te hará compañía este can fidelísimo que arrojamos en tu sepulcro y que guiará tus pasos por las tinieblas del inframundo, para que no te tropieces, héroe amado, para que no te hundas en los ríos de sangre y de pus dispuestos por Ah Puch con objeto de apoderarse de tu alma por toda la Eternidad.
El sueño de Hunac Kel de ser inhumado con tunkules y trompetas, bailes y cantos, y un juglar recitando sus hazañas ante la multitud, se deshizo en fino polvo de olvido que la impiedad del viento dispersó por selvas y mares de la pétrea península.
Sin embargo, en la gran ciudad reinaba la tristeza. Hunac Kel se había ganado los corazones del pueblo, y especialmente los winicoob estaban desconsolados. Por otra parte, los consejeros reales nunca se reunieron para entronizar a un nuevo rey y permitieron que el bueno de Ah Okol Cheen siguiera mandando, si podemos decir que mandaba este viejecillo de poca monta, permisivo, vulnerable y dominado por la voluntad del Señor hombre de gran entereza, y severo, cuando se lo proponía.
–Ahora hay que coger a los capitanes aztecas –le indicó una mañana al cacique–. No se van a salir con la suya. No han de andar lejos. El capitán Puma Rojo deberá comandar una tropa que salga en su búsqueda. Dale instrucciones hoy mismo.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…