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Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LXXII

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Novela

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Qué pena… Grajito había llegado demasiado tarde a la cancha del Juego de Pelota. De haberlo hecho unos minutos antes, acaso habría salvado la vida del rey con sus gritos. Pero las ganas de orinar no le comenzaron sino más tarde, lo que dio tiempo suficiente a los capitanes aztecas para acuchillar a Hunac Kel a su placer y lesionar de gravedad su fornida humanidad.

Los primeros en traspasarlo con sus puñales fueron Taxcal y Sinteyut, acometiéndolo por la espalda. Y, aunque buenos tajos recibió, reaccionó y, gritándole maricón a Synteyut, le descargó tremendo puñetazo que le hizo trizas la nariz. Como buitres descendieron de las gradas los demás blandiendo sus filosos cuchillos de pedernal. Acorralaron al rey y lo acuchillaron sin solución de continuidad. Las agudas hojas entraban y salían de todos los miembros de aquella conjunción de músculos de increíble dureza.

Los esbirros de Sinteyut se pasmaban ante la resistencia de este héroe de la caminata y de la natación que, todavía malherido, soltaba puñetazos a diestro y siniestro. De un contundente madrazo en la quijada puso fuera de combate a Tzuntecum, y a Kacaltecat lo encorvó, transido de dolor, con un gancho al hígado, que acabó de tumbarlo en el herbazal. Pero aún con Tzuntecum y Kacaltecat descalabrados, y con Sinteyut, tendido en el suelo, tratando de contener con su capa la inacabable hemorragia de su nariz, Hunac Kel, ya con un montón de cuchilladas encima, tenía todavía que resolver el problema de los cuatro capitanes restantes, en especial Taxcal, hijo putativo de Huitzilopochtli y discípulo aventajado de Ixpuxtaqui, hombre a un tiro de piedra de ser demonio y acaso más desalmado y más mañoso que Sinteyut. Con gestos que los otros tenían que adivinar ante el intenso negror de las tinieblas, Taxcal concertó una especie de cacería real muy sui generis: los cuatro circundaron al rey y, a un grito suyo, se le echaron encima, inutilizándolo a base de furiosas cuchilladas en órganos vitales de su cuerpo hasta conseguir su demolición.

En cuanto lo tuvieron a tiro en el suelo, se dispusieron a buscar una piedra de buen grandor para dejársela caer en la cabeza y proceder enseguida a dar fe de su muerte. Mas primero lo patearon a gusto, duro y tupido, en tanto lo escupían y le gritaban los peores denuestos; se burlaban de él con risotadas, sin ningún temor porque sabían que el coloso ya no estaba en condiciones de tirar puñetazos ni de blandir su cuchillo, que ahora carecía de la menor importancia.

Mascullando mentadas de madre y frases hirientes contra el vulnerado personaje, Pantemit se agachó, le sacó de la funda el callado puñal y lo arrojó bien lejos, entre el herbazal. Hunac Kel ni siquiera pestañeó, señal inequívoca de que su heroísmo se había apagado y que era más un hombre muerto que vivo. Taxcal, el segundo de a bordo, tanteaba, entre la hierba oscura, a la busca de una piedra pesada para arrojar a la cabeza de Hunac Kel. Necesitaba estar seguro de su muerte para acudir ante el cacique Ah Okol Cheen y obligarlo, cuchillo en mano, a juramentar a Sinteyut que, con la nariz rota y todo, tomaría posesión como el nuevo rey de Chichén Itzá…

Entonces se escuchó un como alarido, muy diferente al grito de la lechuza, y no sabían de donde venía, pero sí sabían que los habían pillado y que ese alarido atraería a los soldados de Puma Rojo a la cancha del Juego de Pelota y que serían cogidos en caliente y seguramente descuartizados por el pueblo.

Los cuatro temblaron y sintieron (o creyeron sentir) que una sensación de frialdad les recorría la espina dorsal. Ayudaron a incorporarse a Tzuntecum y a Kacaltecat, que habían perdido el sentido, y al amo de la macana, Sinteyut, cuya nariz, destrozada, no paraba de sangrar. Así reunidos los siete capitanes huyeron con rumbo desconocido.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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