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Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LXVI

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Novela

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La casa de bajareque que le había cedido Tigre de la Luna al amanuense Lagarto Verde para su labor de catalogación y restauración de los códices era un desastre; si cuando vivía su maestro todo andaba de cabeza, ahora la situación era caótica. En las mesas, atestadas de libros y códices viejos, imperaban el polvo y el comején; sobre el piso, que no había sido barrido en meses, veíanse más códices descuajeringados, restos de comida y decenas de cucarachas que daban un aspecto repugnante a la habitación. Lagarto Verde copiaba algo en un cuaderno cuando asomaron por la puerta Hunac Kel y el Señor Triste:

–Buen día, joven amanuense –lo saludó el rey mientras observaba de reojo el cochambroso interior de la casa–. ¿Trabajando?

Lagarto Verde tragó saliva y, poniéndose de pie, contestó:

–Así es, señor. Sólo obedezco las últimas instrucciones de mi maestro Tigre de la Luna.

–¿Pero cómo puedes trabajar en la inmundicia, muchacho? –lo increpó el Señor Triste–. ¡Qué asco! No te costaría ningún esfuerzo barrer la casa y desempolvar los libros que tienes en encomienda por lo menos una vez a la semana…

El joven, al parecer, estaba consternado:

–Es cierto, señor –respondió con voz temblorosa–, es mi deber mantener limpio el lugar, pero me toma todo mi tiempo la restauración de los libros dañados y el registro de las hazañas del rey en el Códice de Mayapán.

–Pues no tienes ya que preocuparte de registrar mis hazañas en el Códice, muchacho –dijo Hunac Kel, visiblemente disgustado ante aquel desbarajuste que reflejaba la actitud indolente del amanuense–. Ahora mismo se lo entregarás al Señor Triste.

–Pero, señor –dijo el azorado muchacho–, precisamente estoy trabajando en el Códice y debo proseguir con el registro de tus hazañas…

Hunac Kel, casi a punto de perder la paciencia, exclamó:

–No tienes que proseguir nada. Desempolva el Códice y entrégaselo ya a Ah Okom Olal. ¿Has entendido?

Lagarto Verde limpió nerviosamente el Códice y lo puso en manos del sacerdote. Ni siquiera chistó:

–Vámonos, Señor Triste –ordenó el rey, no sin antes dirigirse al amanuense–: comienza a limpiar los demás libros y haz un buen trabajo. Mandaré por ellos en una semana.

–Está bien, señor.

Abandonaron la casa de bajareque el rey y el sacerdote. Antes de regresar a la pirámide saludaron a lx Cacuk, la viuda de Tigre de la Luna, que se ocupaba de cocinar los alimentos:

–Ese amanuense vive en la mugre, Ix Cacuk –dijo Hunac Kel–. ¿Qué podemos hacer?

–Nada, Hunac Kel –dijo la señora–. Le he pedido de mil maneras limpiar su casa, pero no me hace caso. Ya no puedo con él.

–Despreocúpate, Ix Cacuk –le aseguró el rey–. En una semana te libraré de su molesta presencia. Lo ocuparé en la limpieza de la ciudad, que va para largo.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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