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Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LXV

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Novela

XX

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Una tarde, Hunac Kel hizo comparecer a Sinteyut y a Taxcal en su habitación de la Gran Pirámide:

–No hemos avanzado en la limpieza de la ciudad, capitanes –les informó un tanto preocupado–. Y con las últimas lluvias, la hierba ha crecido y nos está ganando la batalla. Además, los capataces no se ocupan de hacer trabajar a la gente. Y si os he llamado, es porque quizá vosotros podríais auxiliarme en la tarea; primeramente tú, Sinteyut, que eres rudo y tienes voz de mando. Hay que hacer trabajar a esos vagos que huelgan en Chichén Itzá, a fuetazos si es necesario. ¿Te encargarías del asunto?

Sinteyut se mostró reticente:

–No sé si podría ayudarte, Hunac Kel–dijo–; nuestros enemigos no nos dan tregua y es preciso combatirlos. Esto nos mantiene ocupados todo el tiempo. Pero si tú prefieres que vigilemos a los desyerbadores y dejemos desguarnecida la ciudad, estamos para obedecerte.

–Sólo sería por un tiempo. Una vez que estén encaminados los trabajos, vosotros regresaríais a vuestra rutina combativa. ¿Quién mejor para defender a la ciudad que vosotros?

Los planes de Sinteyut iban por buen camino: el propio rey les pedía permanecer en Chichén Itzá y eso facilitaba su proyecto.

–Está bien, Hunac Kel. ¿Por dónde deseas comenzar?

–No lo sé a ciencia cierta: son tantos los edificios que requieren de restauración y de una buena limpieza… Lo que sí puedo decir es que no tendremos que preocuparnos del Observatorio, de la Tumba del Gran Sacerdote y de la explanada de la Gran Pirámide, que ahora están de muy buen ver. Sin embargo, observad el descuidado camino blanco que conduce al Cenote Sagrado, lóbrego de tanta hierba, y el repugnante mercado que deberían limpiar los vagos… También la Casa Colorada, donde habitáis, necesita reparaciones. ¿Qué os parece si además hacemos pintar su interior?

Sinteyut y Taxcal, sorprendidos ante la pregunta, se negaron de plano. ¿Cómo iban a permitir, en estos momentos, que Hunac Kel y sus malolientes winicoob accedieran a su búnker atestado de ídolos mexicanos, precisamente el lugar donde se planeaba el asesinato del mismo rey?

–La Casa Colorada no es tan importante, Hunac Kel –habló Taxcal encogiéndose de hombros– y puede esperar. Además, no está tan jodida como La Casa del Pequeño Venado, los caminos blancos, que ya no lo son, y la gran cancha del Juego de Pelota…

–¡El Juego de Pelota! –exclamó Sinteyut dándole énfasis a sus palabras–. Ese es un sitio importante y creo que por él debemos comenzar la restauración de Chichén Itzá. Parece que no ha sido desyerbado en siglos y la maleza ha invadido hasta los mismos palcos reales.

El rey pareció coincidir con la opinión de Sinteyut:

–Sí, el Juego de Pelota. ¿Por qué no? –sonrió–. Lo malo es que se encuentra tan lleno de maleza que nos tardaríamos meses en rescatarlo de tal broza, dejando de lado otros predios como el lamentable mercado y los mismos caminos blancos por los que el pueblo necesita transitar…

Sinteyut atajó con astucia los razonamientos del rey:

–La verdad es que todo es importante, Hunac Kel, pero la cancha del Juego de Pelota es un lugar histórico no sólo por ser la más grande de todos los tiempos sino por los tremendos combates entre los atletas que, de antiguo, ahí se han celebrado. Además, recuerdo que tú siempre has externado tu deseo de reanudar los juegos de pelota, una de las más sagradas tradiciones de nuestro pueblo.

Aquella amañada justificación de Sinteyut acabó de convencer al rey:

–Te asiste la razón, hermano Sinteyut –admitió Hunac Kel–. Siempre he deseado reanudar los juegos de pelota, a los que Chac Xib Chac nunca dio ninguna importancia. Pues que no se diga más, capitanes: comenzaremos de inmediato la limpieza de la cancha.

–Muy bien, Hunac Kel –Sinteyut sintió que había ganado la batalla–, pero antes debemos echar un vistazo a la cancha y comprobar con la mayor certeza las condiciones en que se encuentra.

–Tienes razón, Sinteyut –intervino Taxcal que se había mantenido al margen de la discusión–: por muchas lunas no hemos visitado ese lugar.

–Bien, capitanes –aceptó la propuesta Hunac Kel–. ¿Cuándo queréis que nos reunamos en la cancha? ¿Mañana? ¿Ahora mismo?

–No corre prisa, Hunac Kel –dijo Sinteyut–. Tenemos algunos asuntos pendientes por resolver, y tú, seguramente, los tendrás también. ¿Qué te parece pasado mañana por la tarde? Ya Kin habrá menguado sus rayos y soplará la brisa vespertina.

Al rey le pareció sensata la propuesta de Sinteyut.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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