Novela
XVII
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–¿Pero por qué has tomado a tu servicio a un desconocido sin siquiera consultarme, viejo? –le reclamó Hunac Kel a Tigre de la Luna cuando éste le hubo informado del asunto–. ¿Cuánto tiempo ha trabajado para ti?
–Sólo unos meses, Hunac Kel. Es muy joven y no oculta su pasión por la Historia. No te consulté porque sabía que no me permitirías tomarlo a mi servicio.
–Por supuesto, y tú te saltaste las trancas, viejo, porque sabes de mi entrañable afecto por ti, y lo hiciste tu auxiliar en un asunto tan delicado. Ni siquiera lo conocemos. Pudiera ser un traidor, emisario de algún soberano enemigo, que ha venido a espiar nuestros movimientos y a informar a su amo.
–No hay tal. Lagarto Verde es un buen muchacho y me está siendo de gran utilidad. Toma al dictado todo lo que le digo, mantiene en buen estado los libros y los códices y es honrado a carta cabal. Escucha, Hunac Kel: yo he cumplido ochenta años y mi vista está fatigada; me he retrasado en el registro de tus hazañas y de un buen número de hechos en los que tú figuras. La ayuda que me proporciona Lagarto Verde es muy valiosa.
–Perdona, viejo, es cierto que los años no pasan de balde, y yo he permanecido sordo ante tus quejas, pero has debido insistir y yo te hubiese enviado a un amanuense de nuestra confianza, alguien de Mayapán. Del tal Lagarto Verde desconfío…
–Pues no deberías: este joven escriba no tiene ojos más que para tus hazañas; dice que sólo un dios pudo consumar tales proezas; y, claro, para él ese dios eres tú…
–¿Eso dice? –Hunac Kel se sintió muy impresionado–. Oye, viejo, pues el chico está en lo cierto: mis proezas no corresponden a un hombre vulgar, como hay muchos, sino a un dios, como ya se dice que soy…
–Hombre –se burló Tigre de la Luna–. Esa es una gran noticia: nunca sospeché que fueras un dios…
–No, viejo, no lo soy –rió Hunac Kel–, pero lo seré a mi muerte. Eso tenlo por seguro.
–No serías el primer héroe en tornarse dios al morir. Acuérdate de Kukulcán.
–Es verdad, pero primero tengo que morirme; y creo que me faltan muchos años de vida todavía.
–Te deseo una larga y próspera vida, pero eso queda en manos de Hunab Kú, el Verdadero Dios. Bueno, ¿entonces me das licencia para mantener a Lagarto Verde como mi amanuense personal?
–¡Hombre, viejo! No faltaba más. Tú lo has decidido y yo respaldo tu decisión. Ojalá que no te equivoques.
Y es que Hunac Kel simplemente no podía creer que un novicio desconocido tuviera algo que aportar al espíritu sagrado de un códice como el de Mayapán.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…