XXXVIII
MERIDA 12 P.M.
Son los días. Un pequeño infierno se cierne sobre la ciudad. Mérida a las 12 del día. Las gentes caminan presurosas y jadeantes por las calles. Sudan, sudan como si estuvieran próximas a un gran fuego que no se atreve a quemarlas.
El centro de Mérida (toda la ciudad) hierve intensamente.
Los usuarios de los autobuses se apretujan unos contra otros, mientras el sudor resbala por sus rostros que conllevan el tedio y la fatiga.
Son las 12 P.M. Los limpiabotas han comenzado a abandonar sus bancos para marchar a casa en busca de un fresco que no existe. Caminamos, fatigados y mustios, con la ropa húmeda pegada al cuerpo. Deseamos la lluvia para que acabe todo esto, aunque sea por un rato, pero la lluvia no llega, o llega cuando le da la gana. La repetitiva “Burbujas de amor”, erotizante canción de Juan Luis Guerra, compositor de moda, se escucha en todas las combis o minis y autobuses colmados de gente. De pronto, un grito destemplado que parte de alguna escuela de shoto-kan donde los futuros ejecutantes de las artes marciales hacen sus prácticas, asusta a algunos incautos. Es un grito plural, voces multiplicadas que dejan escapar un grito de dolor o un grito de desesperación.
Más allá, en otra calle del centro, una música que es un ruido cuyos decibeles sobrepasan lo que pueden soportar nuestros oídos nos indica que algunas chicas (y chicos) ensayan los “aerobics” para estar a tono con el tipo sui generis que los estetas modernos nos han enseñado a ser.
Es hora del gran movimiento de vehículos por las calles centrales de la ciudad. Hay embotellamientos por todas partes. Policías tostados por el sol y por su vieja sangre maya van de un lugar a otro, soplando sus silbatos en un inútil intento de restaurar el incontrolable caos vial que se ha anudado en varias calles de la urbe. Nosotros nos introducimos en las grandes tiendas y en los shopping centers meridanos con idea de recibir las bondades del refrescante aire acondicionado integral, como tienen algunos poderosos de las zonas del Norte. Sólo entramos a gozar del aire, aunque no adquiramos nada. Total ¿qué?
Otros se introducen en los bares, que a esa hora ardiente del día lucen atestados de parroquianos.
También los cafés, especialmente los que tienen aire acondicionado, se ven colmados.
A veces pienso que si Dante hubiese conocido Mérida acaso se habría atrevido a crearle un décimo círculo a su topografía infernal.
(15 de junio de 1991)
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…