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XVI
REVISTAS LITERARIAS YUCATECAS DE AYER Y HOY*
Es inevitable iniciar la presentación de esta entrega N° 5 de Cuadernos del Taller Literario de la UADY con un sucinto reconocimiento de las revistas literarias yucatecas que cobraron vida durante los pasados cincuenta años. Por lo general, germinaron del calor de los cenáculos de entonces, y gozaron de efímera existencia. Nos heredaron huellas indelebles, algunas. Otras observaron apenas los requisitos esenciales de toda creación literaria.
Hay que comenzar por Provincia, que está por cumplir su jubileo. Por los seis o siete números publicados, sabemos que el Consejo Editorial lo integran Leopoldo Peniche Vallado, Armando García Franchi y Jaime Orosa Díaz. Entre sus colaboradores quiero destacar a Esteban Durán Rosado (futuro autor de relatos, y de ensayos políticos), Humberto Lara y Lara, Rodolfo Concha Campos, Clemente López Trujillo, Alfredo Barrera Vázquez, Conrado Menéndez Díaz y Antonio Canto López. En Provincia iniciarán su vuelo, también, las plumas de Renán Irigoyen y Juan Duch Colell. Las ilustraciones (la revista está ilustrada) corresponden a Casto Pacheco y García Franchi. Provincia es una revista importante, cuyas tipografías evidencian el buen gusto y el esmero de sus consejeros editoriales. El papel es de primera clase, lo mismo que el diseño.
Por 1950 (no tengo las fechas puntuales) asoma Voces Verdes, revista que conjuga los talentos de entonces. Ahí se cultiva el verso y el cuento. Ahí se dan a conocer Alberto Cervera Espejo, Roger Cicero, Raúl Renán y Fernando Espejo, entre otros. Los ejemplares de Voces Verdes son hoy piezas de coleccionistas.
Hacia el crepúsculo de los años cincuenta ve la luz Ochil, de espacioso formato y espeso papel. La revista hospeda, en plena madurez, a Duch Colell, Peniche Vallado, etc. Creo que su número inaugural aparece dentro de la efeméride del fallecimiento de Mediz Bolio.
La “revista de creación literaria” Platero, cuya entrega primicial data de septiembre de 1973, existirá unos pocos años (su número postrero, el 7, edición consagrada a un solo hombre, Juan Duch Gary, es emitido por diciembre de 1977). Los colaboradores son infinitos: contento con citar a Francisco López Cervantes (el director), a Raúl Maldonado Coello, Duch Gary, Jorge González Acereto, Guadalupe y Rolando Bello, Carlos Castellanos, Leopoldo Creoglio, Oscar Palacios, José Luis Silva, Alberto Cervera Espejo, Lía Josefina Pomar… La tipografía y el formato no son tan minuciosos como los de Provincia y Ochil. Ciertos trabajos nos decepcionan pero, en cambio, no pocos de sus versos y de sus relatos perviven como paradigmas de la literatura que se practicaba en Yucatán hará unos quince años.
Aparte las revistas, no es posible ignorar a los suplementos literarios. Son tantos los que han visto la luz en los últimos 50 años, que apenas habrá tiempo para mencionar algunos, por ejemplo los del Diario del Sureste, de los cincuenta y sesenta. Memoro también a Síntesis, El Búho y a Punto y Seguido, cuya misión se epiloga hacia 1983.
Antes de comentar brevemente este N° 5 de Cuadernos de Taller Literario de la UADY, justo es consignar a la revista Dos puntos, publicada por la Escuela de Bellas Artes por 1980, y Contraseña, esforzada tarea auspiciada por el CREA, conducida por el poeta Javier España. Contraseña es contemporánea de los Cuadernos del taller de la UADY.
Jorge Pech Casanova (poeta, narrador, traductor) me pide externar unas palabras sobre el N°. 5 de su revista. Comienzo por la tipografía, que es ajustada, en la que observamos un equilibrio formal. La publicación es el más esmerado fruto del Taller Literario de la UADY. Lo coordina nada menos que Joaquín Bestard, el más importante novelista yucateco de esta generación. Conozco su paciencia y su sapiencia en estas cosas de la literatura. Por eso no me asombran sus frutos. Por ejemplo, en este N° 5 colaboran cuatro de sus más aprovechados discípulos, a saber: Carolina Luna, Jorge Lara, el supracitado Pech Casanova y Jesús Víctor Garduño Centeno.
De Carolina Luna he leído diversos trabajos, relatos desinhibidos, de espíritu sensual. Un erotismo natural y persuasivo deambula por cada una de sus líneas. No es el caso de los tres cuentos cortos que enriquecen las páginas de este N° 5. Aquí hay un cambio de signo, el leitmotiv es muy otro: aquí impera un espíritu trágico, el sentimiento trágico de la vida que postula Unamuno. En realidad, los tres relatos poseen exaltadas virtudes; observo en Carolina ciertos inocultables progresos técnicos y acaso libertad. Es lamentable que las peculiares circunstancias de estos breves comentarios me impidan transcribir por lo menos un relato completo. Me conformo, para subrayar el espíritu aciago de su narrativa, con reproducir el párrafo postrero de “El o la otra”, el cuento inaugural de Carolina:
“Amaneció y mi hija, arrastrando un trapo, viene a despertarla. Le da un nuevo beso y al sacudirla le digo que no la despierte. Nos vestimos. Le doy el desayuno y la llevo a la escuela. Regreso a la casa y llamo a una ambulancia. Entro al cuarto y repaso con el dedo los contornos del rostro helado, lloro; y ella, con los ojos cerrados, se ha deshecho del peso que llevaba adentro, y me parece, otra vez, ligera.”
Jorge Lara, otro de los alumnos distinguidos de Bestard, consagra apenas dos poemas a esta entrega: “Manos que aún me tocan” y “De témpanos”. Son versos de su tiempo, construidos menos con la estructura de la métrica que con la medida del sentimiento, hecho que, a la larga, acaso no tenga mayor importancia. Del primero, “Manos que aún me tocan”, copio las últimas cuatro líneas, que acusan la soledad del poeta, soledad de todos los poetas de todos los tiempos:
Conozco el fin de mi agonía, las rápidas decisiones
un tiempo frío en la numerología de la noche
(pero el verano está aquí)
¿Quién me perturba?
Jorge Pech Casanova ejerce, en esta entrega, una tarea olvidada en Yucatán, la de traductor. Vierte al español poemas de Nietzsche, Poe, Baudelaire, Dylan, Thomas y Ernest Dowson. Como los textos son famosos el traductor se aproxima a ellos con especial cautela. Pocos traductores literarios alientan en Yucatán. Espero que Pech Casanova lleve adelante esa especialidad, sin postergar sus naturales inclinaciones líricas y narrativas.
Tres relatos de Víctor Garduño clausuran el número que comentamos. Son sus rubros “La más grande pureza”, “Afonía” y “La huella del dolor”, los dos últimos, monólogos. Los relatos de Garduño encajan dentro de lo psicológico. Creo que hace algunas semanas obtuvo una mención en un certamen regional de narrativa. “Afonía” es un relato sugestivo al que le da cohesión esa brevedad tan decantada por Gracián. Prohíja un epígrafe de Cortázar. Las líneas posteriores del cuento rezan así:
“Yo mismo no me encuentro, no sé si estoy en un rincón o en otro. Si al menos hiciera algún ruido para cerciorarme de que estoy aquí… Algo sonoro, en lugar de esta aspersión ininteligible, siquiera un lamento.”
“La huella del dolor” evoca muchas de nuestras cosas regionales; pero, con todo, sus perspectivas son universales. Varios parágrafos evidencian texturas líricas. Por ejemplo:
“Caracolas, flautas y atabales truenan, estremecen todo con su ruido. El ayer queda fragmentado, indefinido. La imposibilidad de atraer el recuerdo me revela el presente con la envoltura brutal del destino: la obsesión sideral por desmembrar la vida, por la pulverización, por lo inerte…
“Ante la inminencia del sacrificio, cuando el terror me lo permite, obedezco a mi impulso de huir del templo. Salgo con desesperación. El sol me detiene al desprender, con su luminosidad, esa lagaña ensombrecida y brumosa a la que me había acostumbrado.”
Mi gratitud a Jorge Pech Casanova por convidarme a esta presentación y permitirme expresar algunos conceptos acerca de la revista del taller de la UADY, a su coordinador Joaquín Bestard y a los integrantes del taller (y por supuesto al enaltecedor mecenazgo de la Universidad Autónoma de Yucatán). Creo que está por demás añadir que todos ellos cumplen su misión con la literatura y con sus infinitas proyecciones. Los saludo con cordialidad.
Mérida, Yucatán, 8 de junio de 1988
(*) Trabajo leído en la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…