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Hilda y Makech – III

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Colonia Yucatán

Hilda María Corona Hernández y Jorge Aurelio Berzunza Rodríguez (“El Makech”) continúan recordando sus años de juventud en Colonia Yucatán.

“Yo tenía nueve años cuando vine, y aquí vamos a terminar. A los 13 años entré a aprender en el taller grande, bonito,” comenta el Makech.

A las 6.30 de la mañana nos llevaba un carrito a la escuela de la Colonia, en Truck. Todos eran puntuales; aquí teníamos que estar antes del pitazo, comenta señalando el lugar donde estaba el taller. El pito de la fábrica se escuchaba hasta ocho kilómetros. ¡!!JUUU… JUUU…!! ¡Puta, pero fuerte! Todo lo de aquí era muy serio, de respeto, que ya se fue por los suelos. Ya no hay respeto, nadie respeta a nadie ahora. Nosotros los mayores todavía nos saludamos -Buenas noches, Buenos días. A las personas grandes, nos decían, hay que respetarlas, porque cuando estés así como él vas a querer que te respeten. Muchos piensan que porque estoy viejo lo digo y no es así… Como  te ves me vi, dice serio el hijo de Carlos Berzunza Rivero y Luciana Rodríguez Godoy, oriundos de la villa de Espita.

En la fábrica nos trataban bien, no había relajo, pero porque te dabas a respetar. Había bromas, pero sanas. A la hora de la comida nunca nos juntábamos porque la máquina no paraba; cuando te decían «anda a comer», el jefe se quedaba a hacer tu trabajo. Nunca nos juntábamos… y así seguía, la máquina no paraba… La secadora era muy grande.

Yo no estudie acá, en Mérida estudié y llegué hasta el tercer grado. A los 15 años entré a la fábrica a trabajar, cumpliditos; hasta no quería don Pancho Rejón: «Tú todavía estás mamando Corona,» me decía, y le empecé a hacer la llorona. «Entra,» me dijo, «pero si me dicen que no, que estás muy chavo, te aviso y sales,» recuerda la hermana de Emilio (Milin) el X’tup (*) de la familia quien, dicho sea de paso, además de tener la categoría K de investigación, la más alta en el Cinvestav-Mérida en la que sigue laborando desde hace 38 años, es fundador, director y profesor de la academia de Coreano en esta ciudad; además, por si fuera poco, es secretario de la Asociación de Descendientes Coreanos en Yucatán desde 1998.

¿Por qué se salió de trabajar en la fábrica, Hilda?

Porque me casé, no te prohibían trabajar ya casada…me casé y…

Lo que pasa, interrumpe el Makech, su esposo y compañero desde los años 60’s del siglo pasado, es que si en ese tiempo te querías casar tú tenías que mantener a tu mujer, era la costumbre. Los papás nos decían: «Si buscas mujer es para que la mantengas, no para que te mantengan. ¿Ya están grandes tus huevitos?» comenta casi con murmullos, «Porque tener mujer es para que la mantengas, aquí no la vas a traer. Mira cuántos hermanitos tienesme decía mi papá.

La Colonia Yucatán, en el oriente de Yucatán, pertenece a Tizimín y es uno de los municipios más grandes del estado, colindante con Quintana Roo.

Jorge ¿hoy cómo ve el ambiente de la Colonia, comparado con la época en que vino a vivir?

¡Pues mal! En esa época era un ambiente bonito. A mí me gustaba trabajar, ahora está todo re-mal, muy feo, groseros…Una vez, interviene de nuevo Hilda, estaba trabajando en la fábrica y me invitaron un cigarro. «Dale un toque,» me dijeron y lo hice… Sentí que di de volantines, me mareé, y nunca lo volví a hacer.

Hablando de los hijos y el respeto, ya el respeto no existe porque nosotros los padres nos tenemos la culpa por falta de educación. No sé si sea en la escuela o en la casa. Nosotros cuando vinimos a vivir acá había mucha educación, había orden y teníamos que respetar a las personas, como que se lo inyectan a uno, en la escuela y en la casa. Así educamos a nuestros hijos, con dureza, con firmeza.

Una persona decía que era yo muy malo por la forma de educar a nuestros hijos. «Cuando estén grandes tus hijos te van a odiar,» me decía. «No, yo estoy educando gente trabajadora,» le dije. Mis hijos estudiaron acá hasta la secundaria, todos ellos son mecánicos como yo; la otra estudió en Cancún, su hermano la costeó. El respeto es porque nosotros les enseñamos a respetar desde chicos, porque ya grandes no los van a componer. A los niños cuando nacen nos los dan para que forjemos en un lingote de oro; tú lo vas a pulir, a educar… Ahora vemos que no. Nuestros hijos nos quieren, nos atienden, nos dan nuestros centavos. De chicos nosotros no teníamos gastada.

A mí me reclamaban por qué les daba yo su “limpia”. Si el papá no atiende a su hijo le sale mal, hay que corregirlo; así era la costumbre antes: enderezarlo desde pequeño, porque si no… Eran autoritarios, ¡eso es lo que se necesita ahora, caramba! Árbol que crece torcido…

Continuará…

L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO

vicentelote63@gmail.com

(*) X’TUP: En maya, el más pequeño de la familia

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