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Hidalgo y Juárez, los grandes ausentes

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Letras

XXVI

Visita Pastoral

31 de enero de 1999

Tenga piedad del Sr. Mease, pidió el Papa Juan Pablo II al oído del Gobernador del Estado de Missouri, Estados Unidos y la conciencia de éste se conmovió con la nobleza del acto de intercesión del sacerdote supremo de la religión cristiana, quien abogaba por el derecho a la vida de un asesino, de un homicida triple, por el que pedía compasión.

Por delicadeza, la sentencia de muerte que debía cumplirse en fechas coincidentes con la visita del Santo Padre se había pospuesto, prolongando el martirio del cautivo hasta luego de que el Papa se hubiese ido.

Pero se hizo el milagro. Juan Pablo II se enteró y pidió clemencia para el reo. El Gobernador decidió conmutar la pena. Ahora el Sr. Mease cumplirá una sentencia de cadena perpetua sin posibilidad de libertad bajo palabra.

La misericordia, virtud que inclina el ánimo a compadecernos de las penas y miserias del prójimo, yace en el olvido. El egoísmo de la vida moderna, la prisa por hacer y tener nos ha endurecido el corazón y también los sentimientos.

Quienes profesan la fe católica muy a menudo cumplen con el precepto, pero no dan testimonio con el ejemplo de sus actos diarios.

Al concluir dos siglos de cultura cristiana, el Papa actual ha tomado plena conciencia del papel de su iglesia en la época que nos toca vivir. Precisamente en el país más poderoso del mundo, ante el Vicepresidente de esa nación expresó: “El poder es responsabilidad, es un servicio y no un privilegio”. Palabras que debieran recordar siempre quienes ocupan cargos públicos.

En esa ocasión, dejó constancia también de respeto a todas las creencias, al oficiar en la Catedral de San Luis, una misa en unión de ministros de distintas iglesias, unidos por la fe en el mismo Dios, representantes de las comunidades judía e islámica y de otros credos religiosos.

Allí recordó la vigencia de la tabla de valores morales contenidos en el decálogo de los Diez Mandamientos, que calificó como “La carta de la auténtica libertad, tanto para el individuo en singular, como para la sociedad en conjunto”. Y puntualizó el Santo Padre: “El orgullo humano y la fuerza del pecado han hecho difícil a muchas personas hablar su lengua madre, por lo que debemos aprender de nuevo el lenguaje de la humildad y de la confianza: la lengua de la integridad moral y del compromiso sincero hacia todo lo que es verdaderamente bueno con respecto al Señor”.

La visita del Papa Juan Pablo II tuvo otros escenarios y otros significados en México. Llegó entre multitudes que lo aclamaban y se despidió ante muchedumbres que lo veneraron.

Las facilidades de los medios de comunicación masiva permitieron presenciar todos los actos y escuchar todas las palabras del ilustre visitante. Durante varios días prácticamente se interrumpió la vida normal en México, para ver y oír al Papa.

Su mensaje fue de aliento y de esperanza. Llamó a la paz, a la unidad, a la concordia. Predicó la Buena Nueva y dejó tarea a sus feligreses: ser fieles a los principios, dejar testimonio de la fé con el ejemplo de sus vidas.

Esta visita se inscribe, luego de las reformas constitucionales que derogaron las limitaciones antes existentes, producto de la experiencia histórica, que dio origen a la separación entre el Estado y la Iglesia.

Sin embargo, ante el embate de las multitudes y la fe desbordada del pueblo, pareció de momento que el Estado Laico había capitulado ante un nuevo fundamentalismo, que estremeció a la República y al régimen republicano.

En estos tiempos en los cuales la Iglesia asume un nuevo papel, abierta al mundo, muchos de sus seguidores se han anclado en el pasado. De la fe religiosa se ha pasado al fanatismo y de la convivencia con todas las creencias al absolutismo, el rechazo y la agresión: la paz ausente.

Ausentes también, el Cura de Dolores, el Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo y Costilla, el primero en enarbolar un estandarte con la Virgen de Guadalupe, llamando a la Independencia Nacional, y Don Benito Juárez, el Benemérito de las Américas, el restaurador de la República, el impasible, que defendió la integridad y la dignidad de la Patria, luchó por los ideales libertarios, venció al imperialismo francés, fusiló al Archiduque Maximiliano de Habsburgo, coronado Emperador de México por las fuerzas conservadoras, y dio a México una Constitución Liberal, hoy en entredicho.

Las grandes reformas del sexenio pasado y sus graves consecuencias en el acontecer social de hoy exigen un replanteamiento autocrítico del proyecto de Nación que deseamos para el año 2,000, para el próximo siglo. Insertados en la modernidad, víctimas de la globalización, ante un futuro difícil e incierto, debemos volver los ojos al pasado, para revisar los grandes procesos sociales de las Guerras de Independencia, de Reforma y de la Revolución Social Mexicana, extraer enseñanzas de nuestro devenir histórico y tener muy presentes las lecciones del pasado, para hacer de México, nuevamente, un país de libertades y de justicia social.

Luis F. Peraza Lizarraga

Continuará la próxima semana…

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