Hasta La Victoria Siempre
Cuba despidió el pasado 3 de diciembre, en la heroica Santiago, al líder supremo de su revolución: el comandante Fidel Castro Ruz. No fue una despedida de llantos histéricos, ni de expresiones desbordadas de sentimientos manipulados, sino un homenaje espontáneo y sincero, el homenaje de un pueblo que se entiende protagonista de su devenir histórico.
Una multitud de cientos de miles de personas que se conglomeraron a lo largo del recorrido de casi 1000 kilómetros entre la Habana y Santiago de Cuba, la ruta de regreso del recorrido revolucionario que Fidel Castro encabezó hace más de medio siglo, despidió al héroe que supo resistir con valentía y patriotismo, apoyado por su pueblo, las agresiones del imperialismo durante casi sesenta años.
“Yo soy Fidel….Yo soy Fidel…”, consignas escritas en las frentes o en las playeras de los jóvenes cubanos dispuestos a defender el legado de su comandante, expresaban la firme decisión de un pueblo que vive orgulloso de la dignidad recuperada a pesar de los embates de su vecino imperialista, a pesar del bloqueo infame, a pesar de aquellos despiadados incendios provocados por los esbirros de la contrarrevolución en los campos de caña para arruinar la economía, a pesar de los bombardeos sobre zonas estratégicas de la isla, a pesar de aquel intento de invasión en Playa Girón por los mercenarios del extranjero opresor.
¿Que la Revolución Cubana cometió sus excesos? Sí, pero es que las revoluciones no se hacen con oraciones, se hacen con los odios acumulados por las injusticias, se hacen con las armas y con las ideas de libertad y justicia social. Es la propia dinámica revolucionaria la que condiciona esos excesos.
Como sucedió con la revolución francesa que devoró a sus enemigos y a sus propios hijos en la despiadada guillotina, pero que nos legó las ideas de libertad, fraternidad e igualdad.
Como en la Revolución Rusa, que derrocó siglos de opresión zarista y que sin embargo ultimó a Trostski, el creador del ejército rojo, perseguido por sus desavenencias con Stalin, aquel duro gobernante que fue el conductor de la Gran Guerra Patria en contra del nazismo. Churchill de Inglaterra decía: “Se requirió ser un ‘monstruo’ para lidiar con Hitler.”
Así cayeron Emiliano Zapata, Pancho Villa, Venustiano Carranza y Obregón, Felipe Ángeles, víctimas del propio remolino de la lucha social en México. Llamar asesinos a los grandes líderes de las revoluciones es una ligereza que no merece respeto alguno.
El caso del comandante Fidel Castro en Cuba en la excepción. Sobrevivió a más de seiscientos atentados de sus enemigos, para conducir al pueblo de Cuba a la dignidad y a mejores estados de justicia social. Alguna vez alguien le preguntó: “Comandante, ¿a qué atribuye Ud. su longevidad?” Después de alguna meditación Fidel, con su humorismo natural, festejando, respondió eufórico: “A la CIA.”
Hoy, el jefe supremo de la Revolución Cubana reposa a la diestra del Padre de la Patria José Martí, en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. Y desde allí, como faro que alumbra el camino de una nave hacia buen puerto, con su ejemplo, Fidel seguirá vigilando el futuro de la nación.
Pero también hoy el pueblo de Cuba, que vive de pie con la frente en alto, con la perseverancia de su esfuerzo en el trabajo, con la convicción de saber defender su independencia, con el pensamiento renovado de las nuevas generaciones, para orientar por caminos más justos y seguros el legado de su comandante en jefe, está cierto de seguir por la senda revolucionaria para un mejor desarrollo social, económico y cultural de la Patria.
Hasta la Victoria Siempre, comandante Fidel.
César Ramón González Rosado