Editorial
Los que habitamos esta prodigiosa tierra del Mayab aún conservamos, después de muchos siglos de dominio, el sentido de arraigo a esta península, emergida a “contrario sensu” de las demás de este planeta que compartimos.
Las condiciones del medio ambiente, con escasa existencia de agua superficial, la rudeza de un sol inclemente, el movimiento de los vientos y las variables atmosféricas han forjado y dado un sentido propio a nuestra personalidad con matices peculiares que nos otorgan percepción, firmeza de carácter y forma de ser características del yucateco a través de los siglos.
Aquí no ha llovido maná del cielo para alimentarnos. Lla firmeza de nuestras convicciones da soporte a la forma en que el resto del mundo nos percibe y aprecia.
Nuestra existencia está arraigada a esta tierra generosa, escasa, dura de tratar, pero formadora de una manera de ser y actuar que es buscada en todos los continentes, apreciada para incorporarla a proyectos no peninsulares.
Para los yucatecos, los afectos no desaparecen, continúan entre nosotros en tanto nosotros mantengamos el recuerdo, la memoria histórica del cómo, por qué y para qué continuamos activos en esta etapa de vida de la humanidad.
Por estos días, nuestra etnia da la bienvenida a las ánimas, los espíritus de los seres que amamos. Para ellos elaboramos alimentos con el color de su mundo, los enterramos y, una vez cocidos, los compartimos con los espíritus de nuestros seres queridos que aún están vivos, no físicamente, sino registrados firmemente en nuestras memorias.
Para ellos cocinamos, a ellos recordamos, a ellos honramos.
Comer unidos estos alimentos cocinados especialmente es nuestro privilegio, deleite y recuerdo inolvidable.
Bienvenidas las ánimas de nuestros seres amados.