Cada año, con fecha fija en el calendario, los maestros son enaltecidos, recordados, alabados por su trabajo formador de niños y jóvenes, adultos mayores y discapacitados, que redunda en la elevación de la calidad de vida de la población entera de nuestro país: México.
Y luego, luego todas esas palabras emitidas se guardan en los baúles oficiales para sacudirles el polvo, y tornar a ponerlas en uso el año siguiente en la misma fecha conmemorativa: los días 15 del mes de mayo cada año.
He sido maestro de varias generaciones de universitarios y, en la tarea de formarlos en los valores esenciales, para una convivencia armónica en el medio en que habrán de desarrollarse y laborar, las satisfacciones propias por la tarea realizada en ello nos despiertan grandes recuerdos, como también satisfacciones por su desempeño social y humano actuales en la sociedad a la que pertenecen.
Escuchar de labios de unos profesionales su saludo cordial con la palabra «Maestro» eleva nuestro espíritu, recompensando los niveles de responsabilidad que tuvimos para hacer de jóvenes universitarios, hombres y mujeres de provecho para la sociedad y las instituciones a las que prestan sus servicios en la actualidad.
Por ello, en recorrido reciente que efectuamos en los espacios del Cementerio General de Mérida, durante el cual visitamos algunas tumbas de maestros, observamos con tristeza el estado de olvido en que el sitio final de descanso de educadores eminentes se encuentra ahora. No hablamos de destrucción, sino de olvido. No se observa en sus sitios de descanso eterno ninguna señal que indique alguna visita reciente.
Luis Alvarado Alonzo